El resultado de las elecciones generales celebradas en Bosnia y Herzegovina el pasado 12 de octubre confirma la tendencia nacionalista divisiva que tanto evoca a tiempos pasados.
Los cuestionados Acuerdos de Washington y Dayton, que pusieron fin a la guerra de principios de los años noventa, establecieron una enrevesada organización institucional que distingue dos entidades territoriales débilmente unidas por lazos confederales (la República Sprska, dominada por los serbios, y la Federación de Bosnia y Herzegovina que agrupa a bosnios y croatas), un parlamento bicameral y un siempre frágil gobierno multiétnico nombrado por una Presidencia colectiva, cuyos tres miembros son elegidos en función de la etnia de los electores (hay, por tanto, tres listas y los respectivos candidatos ganadores rotan cada ocho meses en la “presidencia de la Presidencia” hasta completar los cuatro años de mandato). Este complejo sistema de gobierno dificulta la actuación del ejecutivo y establece aún más diferencias de las ya existentes en un país donde la figura internacional del Alto Representante, en este momento el austriaco Valentin Inzko, sigue ostentando mucho poder político.
Aunque la división sectaria no ha dejado de dominar el panorama político durante los veinte años de existencia de la república, los resultados de las últimas elecciones muestran incluso un repunte nacionalista, sobre todo en la Federación bosnio-croata. Allí, el partido socialdemócrata europeísta y multiétnico SDP ha perdido el poder a favor de las opciones conservadoras nacionalistas bosnia y croata. En la elección presidencial, el candidato ganador de la lista bosnia ha sido Bakir Izetbegovic (del Partido de Acción Democrática, SDA), que es hijo del histórico líder musulmán Alija Izetbegovic. Por parte croata, el representante en la Presidencia será Dragan Covic (de la Unión Democrática Croata, HDZ-BiH). Algo más esperanzadores son los resultados en la República Sprska, pues la secesionista Alianza Socialdemócrata Independiente SNSD de Milorad Dodik ha perdido apoyo y su candidata presidencial para la lista serbia, Zeljka Cvijanovic, fue derrotada por escaso margen ante el democristiano Mladen Ivanic (del Partido del Progreso Democrático, PDP).
A estos tres miembros de la Presidencia colectiva corresponde ahora negociar la designación de un nuevo primer ministro que deberá obtener luego el respaldo parlamentario. Las negociaciones para formar el nuevo gobierno (que se encarga sólo de las competencias federales, al tener las dos entidades territoriales mucho poder reservado) serán posiblemente complicadas. Lo que ya sí puede darse por seguro es que se confirma la gran fuerza que gozan los respectivos tres nacionalismos y el cierto desencanto ciudadano reflejado en el alto porcentaje de abstención (del 50 por ciento; esto es, 5 puntos mayor que en las elecciones de 2010). Los problemas económicos y sociales del estado balcánico, unidos a la inoperancia de la clase política durante la última legislatura, han multiplicado el descontento de la ciudadanía y parecen ser el detonante de esta menor movilización electoral.
2014 ha sido un año vinculado a dos hechos determinantes en Bosnia, más allá de las elecciones. A comienzos de febrero, en la norteña ciudad de Tuzla, obreros de antiguas fábricas socialistas privatizadas de forma corrupta salieron a la calle reivindicando más empleo y mejores salarios. A ellos se les añadieron estudiantes y activistas políticos, y las manifestaciones se extendieron por todo el país en lo que parecía ser el principio de una ‘Primavera Bosnia’. Pero no fue así: las protestas se diluyeron debido a la ausencia de líderes y a la desidia política existente en el colectivo bosnio desde la cruenta Guerra de los Balcanes. En segundo lugar, a la ya de por sí difícil situación económica, se le unieron las trágicas inundaciones de mayo, que se tradujeron en pérdidas de 2.000 millones de euros (un 15% del PIB).
Datos como el 44% de tasa de desempleo (más del 50% de paro juvenil) y un salario medio de 1.286 marcos (657 euros) muestran que el país no está pasando por su mejor momento. No sólo el panorama económico daña la imagen de la clase política, sino que las altas tasas de corrupción y la inquietante presencia del crimen organizado añaden más complicaciones a la salud democrática del frágil país. Todos estos factores dan como resultado una marcada inequidad, en la que la diferencia económica entre ricos y pobres aumenta cada día, la extrema pobreza alcanza ya al 18% de la población y la distancia entre zonas urbanas y rurales no es sólo geográfica. Además, las reformas han brillado por su ausencia, haciendo ver que la clase política no ha respondido hasta la fecha a las necesidades de la ciudadanía.
El triunfo de tres partidos de corte nacionalista es el resultado de lo que ya se intuía. Si la posibilidad de cohabitación en el mismo estado parece un objetivo inalcanzable, la futura adhesión de Bosnia a la Unión Europa se torna en imposible, al menos a medio plazo. No solamente por los requisitos legales que se incumplen para su entrada, sino por la indiferencia que muestran los políticos locales y por la idea dominante entre los votantes de que ese no es el camino a seguir.
Las elecciones del 12 de octubre vuelven a reflejar la dificultad para la convivencia que significa tener al país dividido en dos entidades y en tres etnias, una división fomentada por la clase política pero que va más allá de ese terreno, que alcanza todas las dimensiones sociológicas que podamos imaginar y que sigue siendo la fotografía de un conflicto que tanto daño hizo. Una herida mal curada que sigue sin cerrarse y cuya principal víctima es el pueblo bosnio.