El domingo 11 de abril se votó en tres países andinos: Bolivia, Ecuador y Perú. Pese a compartir algunos elementos comunes desde una perspectiva tanto regional como social, las elecciones fueron muy distintas, dada la naturaleza de su convocatoria y los resultados obtenidos. Sin embargo, esto no impide extraer algunas conclusiones parciales que afectan bien a la dimensión regional, latinoamericana; bien a la nacional, comenzando por el hecho de votar en tiempo de pandemia.
En líneas generales, se puede decir que el descontento con la democracia y los políticos sigue presente, un sentimiento expresado de forma categórica en Perú, aunque con importantes avisos contra las élites en Ecuador y en Bolivia. Pero, en estos casos, el mensaje anti elitista no se envió a las élites tradicionales, sino a otras más recientes, aquellas que ocuparon el poder en la época del súper ciclo de las materias primas, y que aún hoy lo conservan en Bolivia.
Estos comicios estuvieron rodeados de una gran expectación ante la posibilidad de que, en los tres casos, o al menos en dos de ellos, triunfaran fuerzas vinculadas con lo que hasta hace poco se denominaba bolivarianismo, hoy progresismo, representado por el Grupo de Puebla. Las esperanzas puestas en la recuperación del poder eran muchas, al punto que se acariciaba con la punta de los dedos la organización de un festejo en Quito, coincidiendo con la toma de posesión de Andrés Arauz como nuevo presidente, y el regreso triunfal de Rafael Correa al Ecuador.
Así, Evo Morales vaticinaba un gran triunfo popular que haría posible la vuelta “al proyecto integracionista de la patria grande”, el que en su día impulsaron Chávez, Kirchner, Lula y Correa. El regreso permitiría el renacer de Unasur, el fortalecimiento de la CELAC y la emergencia de Runasur, el Unasur de los pueblos, de fuerte contenido plurinacional y multiétnico. Pese a estos vaticinios, y aún considerando el primer puesto de Pedro Castillo en Perú, las expectativas se frustraron, y nuevamente quedó claro que América Latina está fragmentada y es heterogénea.
Pese a que las encuestas en Ecuador hablaban de un empate técnico entre los dos candidatos, el correísta Andrés Arauz y el banquero Guillermo Lasso, con una ligera ventaja para el segundo, la elección se sustanció con un triunfo de Lasso por más de cinco puntos. Esto refleja el fuerte sentimiento anticorreísta. Incluso el voto indígena no se comportó según lo esperado por Correa, ya que mientras algunos siguieron el llamado de Yaku Pérez de anularlo (hubo casi dos millones de votos nulos, un 17%), otros terminaron votando por Lasso.
En Perú, el voto de castigo se ejerció de forma contundente. Pero no contra el gobierno o algún partido en concreto, sino contra los políticos en general. Perú Libre, el partido más votado gracias al tirón del candidato Pedro Castillo, solo obtuvo el 19,1%, mientras Keiko Fujimori y su Fuerza Popular, apenas llegan al 13,4%. Mayor fragmentación es prácticamente imposible. Las cifras hablan del bajísimo nivel de aceptación de las diferentes opciones presentadas.
El politólogo peruano Martín Tanaka se pregunta cómo su país pudo llegar a una situación marcada por el pase a la segunda vuelta de dos candidatos que están entre aquellos políticos que acumulan los mayores índices de rechazo. Su respuesta es contundente:
“Las investigaciones de Lava Jato, la confrontación política desde el 2016, el debilitamiento del centro político en medio de la incapacidad para responder a la pandemia, cuentan. También la manera en que se han asentado en el debate político en los últimos años discursos descalificadores y generalizantes, en los que toda la izquierda es “chavista”, toda la derecha “entreguista” y todo centro pusilánime; en los que el conocimiento técnico y científico es descalificado en nombre de la experiencia práctica; en el que las noticias falsas, mentiras y exageraciones se han normalizado. Si todo es igual y nada es mejor, como en Cambalache, no debemos sorprendernos del resultado”.
El resultado de las elecciones legislativas deja pocas dudas sobre el estado calamitoso del sistema político y de partidos peruanos. En el parlamento habrá representados entre nueve y once partidos políticos. De modo que la búsqueda de gobernabilidad por el próximo presidente será complicada, aunque en este punto hay marcadas similitudes con Ecuador y otros países de la región.
Tras el resultado alcanzado en la primera vuelta, la teoría del “mal menor” vuelve a estar presente, aunque en esta ocasión no está nada claro dónde está ni quién lo encarna. Si bien teóricamente los dos candidatos se encuentran en las antípodas (conservadora y pro libre mercado una, ultra izquierdista y estatista el otro), la ecuación no es sencilla. En muchas cuestiones, especialmente las valóricas, hay grandes similitudes entre los dos.
Ambos rechazan el aborto, el matrimonio homosexual y la igualdad de género, y ambos proponen indultos indebidos, bien para Alberto Fujimori o bien para Antauro Humala. Para numerosos electores, la decisión será complicada y deberán optar entre quien evoca los viejos fantasmas del terrorismo (ha mostrado sus simpatías por el Movadef, próximo a Sendero Luminoso) y quien convoca a otros fantasmas, los de la corrupción fujimorista y la violación de los derechos humanos. Muchos volverán a las urnas, el voto es obligatorio, tapándose la nariz. Su resultado dependerá de diversos factores, y de momento (aún es pronto) hay encuestas para todos los gustos. Sin embargo, salvo un cambio radical del comportamiento ciudadano, la derrota de Castillo parece lo más probable.
En Bolivia, las expectativas del MAS, el partido de Evo Morales, de consolidar su poder territorial se vieron frustradas. Si bien todavía controla la mayor parte de los ayuntamientos, estos son mayoritariamente pequeños o medianos y rurales. Los mayores, especialmente en las capitales departamentales, hablan de una historia diferente. El domingo hubo segunda vuelta en cuatro de los nueve departamentos (provincias): La Paz, Tarija, Pando y Chuquisaca. En la primera vuelta el MAS se había impuesto en tres, Cochabamba, Oruro y Potosí; mientras Beni y Santa Cruz pasaron a la oposición. Esta vez ningún departamento cayó bajo control oficialista. Como reconoció Morales, el resultado “deja mucho que desear”.
Con independencia de quien alcance finalmente la presidencia peruana, el balance parcial del ya iniciado ciclo electoral 2021–2024 no puede ser más indeterminado. La incertidumbre sobre el futuro sigue marcando la agenda, dominada por el impacto de la pandemia y las necesidades económicas de la reconstrucción. Mientras tanto, los equilibrios regionales se mantienen, a la espera de los próximos resultados.