510 millones de personas. 28 países. 1 proyecto compartido. Cifras todas ellas que dan (parte de) la magnitud de lo que estaba en juego esta semana que acaba de finalizar. Desde 1979 y cada 5 años se convoca a las urnas a los ciudadanos de la Unión Europea. A lo largo de todos estos años no ha sido extraño escuchar que “estas elecciones sí que importan” o, directamente, “que son decisivas”. Lo mismo ha sucedido con las recientemente finalizadas. Decisivas o no, hay algunas cosas que merece la pena subrayar una vez que ya sabemos los resultados electorales.
La legitimidad del Parlamento aumenta
A diferencia del Consejo Europeo o el Consejo de la Unión Europea, instituciones ambas donde acuden representantes que atienden en exclusividad al interés nacional del Estado miembro que representan, el Parlamento Europeo es la única institución comunitaria cuyos representantes son elegidos directamente por “el pueblo europeo” (aunque en realidad éste no es sino la suma de los ciudadanos que forman parte de los 28 Estados miembros). Ello implica que la legitimidad democrática de dicha institución es muy especial, pero también que, si la participación es escasa, dicha legitimidad se resiente enormemente. En estas elecciones se ha revertido la tendencia a una cada vez mayor abstención. Si bien es cierto que llegar a que el 51% del electorado haya votado no es nada espectacular, no lo es menos que este porcentaje es el mayor desde hace más de veinte años.
No es una elección, sino 28 distintas
La campaña nos ha mostrado una vez más que, en puridad, esto no son unas elecciones, sino la suma de 28 distintas. No ha habido listas transnacionales, los (pocos) debates de los spitzenkandidaten (los candidatos a Presidentes de la Comisión, que se presentan como líderes de los grupos políticos en el Parlamento para reforzar la politización de las instituciones comunitarias) no han sido seguidos de forma notable, los temas de campaña han sido muy diferentes en función del país en cuestión (si bien es cierto que se ha hablado algo más de Europa por todo el continente). Pero es que ni siquiera el día de la votación era el mismo: el jueves tuvieron lugar en el Reino Unido y Países Bajos; el viernes en Irlanda y República Checa; el sábado en Letonia, Malta, Eslovaquia y también República Checa (sí, se podía votar cualquiera de los dos días); y, por último, el domingo, en el resto de países. Eso sí, al menos los resultados de todos los países se han conocido al mismo tiempo.
El nacional-populismo no es tan fuerte
Según se contaba en los medios de comunicación día sí y día también, “la gran historia” de las elecciones al Parlamento Europeo era el avance de los partidos nacional-populistas de corte euroescéptico o, directamente, eurófobos. Dichos partidos, si bien es cierto que ya no promulgan habitualmente la salida de la UE o del euro, sí que pretenden desmantelar la Unión Europea tal y como la conocemos, para convertirla en un club mucho más intergubernamental, y con menores competencias para las instituciones centrales. Pues bien, a pesar de que su resultado ha sido mejor del logrado hace 5 años (y con grandes victorias como la de Matteo Salvini en Italia, la de Nigel Farage en el Reino Unido o la de MarineLe Pen en Francia), están muy lejos de poder plantear una alternativa real. Así, ECR logra 58 escaños (baja desde los 77), empatado con ENF (que sube desde los 36) y con dos más que EFDD (que también sube desde los 42). Entre los tres aumentan su presencia de 155 a 172 diputados. En todo caso, les seguirá resultando complicado coordinarse a nivel comunitario, y prueba de ello lo veremos en las dificultades que tendrán para convertirse en un único grupo (o en dos), en lugar de tres. Por su propia naturaleza, una “internacional nacionalista” es un oxímoron.
La Gran Coalición necesitará de más actores
El Parlamento Europeo suele funcionar en una lógica de cooperación entre las principales fuerzas europeístas, en lugar de la lógica de confrontación que impera normalmente en los Estados miembros a nivel nacional. Por vez primera la conjunción de socialdemócratas y populares no llega al 50% del hemiciclo, quedándose muy lejos del mismo (alcanza únicamente 329 eurodiputados de 750). En todo caso, los números no permiten ninguna otra posibilidad que no sea articular una nueva “Gran Coalición”, que incluya al menos a los liberales de ALDE (junto a Emmanuel Macron) o a los Verdes, si bien lo deseable desde un punto de vista europeísta sería que ambas formaciones se uniesen a populares y socialdemócratas.
El sistema de los spitzenkandidaten puede sobrevivir (aunque no lo tiene garantizado)
Las elecciones dan el pistoletazo de salida al nuevo ciclo institucional 2019-2024 de la UE. Lo primero a determinar en este ciclo es el relevo de altos cargos (presidencias de Comisión, Parlamento, Consejo Europeo, BCE y alto representante para asuntos exteriores y política de seguridad). El resultado de los comicios, con una victoria clara del EPP sobre el S&D y con un ascenso de los liberales insuficiente para los deseos de Macron, hace que el candidato popular, Manfred Weber, siga teniendo posibilidades a hacerse con la Comisión Europea. No obstante, y si bien es cierto que según el Tratado es el propio Parlamento Europeo quien tiene que refrendar al nuevo presidente de la Comisión, no lo es menos que es el Consejo Europeo quien tiene la competencia para proponer a un candidato “teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo”. Si deciden no apoyar el sistema de los spitzenkandidaten, los líderes europeos estarán yendo en contra de la incipiente politización comunitaria (además de poder crear un conflicto de poder con el Parlamento Europeo que pudiera desembocar en un bloqueo institucional). En todo caso, no les resultará sencillo hacer el sudoku de top jobs, al deber tener en cuenta también otros factores no menores: equilibrio geográfico, ideológico y de género.
Coda: España y las elecciones europeas
En España es bien sabido que las elecciones europeas han coincidido con las locales y las autonómicas (éstas en 12 CCAA). Ello ha provocado un (lógico) aumento de la participación y un (lógico también) descenso en el potencial debate sobre temas europeos. Además, el enfoque principal de campaña ha sido más bien el de una especie de segunda vuelta de las elecciones generales del 28A, que han reiterado la confianza de la ciudadanía por el PSOE, la resistencia del PP ante un Cs que pretendía disputarle la segunda plaza, el mal resultado de la coalición de Podemos y la práctica irrelevancia de Vox tras monopolizar gran parte del debate las semanas previas a las elecciones de abril, además de la victoria del partido de Puigdemont en Cataluña. Habrá que seguir muy de cerca el desempeño de nuestros eurodiputados desde bien pronto, dado que con estos resultados la influencia (y la responsabilidad) aumenta: el PSOE es la primera delegación socialista en el Parlamento Europeo, pero también el Partido Popular, Ciudadanos y Podemos serán muy relevantes en sus respectivos grupos.