Más de cincuenta personas han perdido la vida el martes, 6 de diciembre, debido al último atentado suicida ocurrido en Kabul, ¿cómo interpretar este acto de terrorismo?
Ante todo, importa subrayar que se trata de un atentado perpetrado contra afganos, como al menos dos más ocurridos ese mismo día en otros lugares de Afganistán, una evidencia más de que el terrorismo insurgente en dicho país se dirige sobre todo contra la población afgana, mujeres y niños incluidos. Esta es una realidad a menudo soslayada y que todavía parece no encajar en la imagen que muchos occidentales tienen de lo que ocurre en ese país del Sur de Asia, pues piensan que los blancos principales de dicha violencia son las tropas extranjeras desplegadas en el mismo. Pero así es, aun cuando la inmensa mayoría de los atentados ya ni siquiera sean noticia en nuestros medios de comunicación. Sólo lo son cuando resultan altamente letales, como en este caso, o cuando acontecen en la capital del país, que es donde se concentran los corresponsales de prensa.
Por otra parte, el hecho de que se trate de un atentado cometido contra afganos chiíes, congregados en torno a una mezquita de dicha confesión y en una festividad emblemática para esa minoría musulmana del país surasiático, pone de manifiesto la orientación excluyente del ideario religioso que inspira semejantes atrocidades, evocando tanto la verosímil impronta de Al Qaeda sobre la estrategia del terrorismo insurgente en Afganistán como la dinámica de la violencia yihadista en Irak y más recientemente en Pakistán, experiencias que muy probablemente emula. Lashkar e Jangvi, una conocida organización yihadista paquistaní, se ha atribuido el atentado en Kabul y otras dos localidades afganas. Por último, cabe mencionar que ese y otros actos relacionados de violencia sectaria acontecidos en Afganistán el mismo día son asimismo reveladores del auge y expansión que registra actualmente el terrorismo en el país.
Cuando habla de que el atentado muestra que el terrorismo de los talibanes se dirige sobre todo contra la población afgana, ¿en qué datos se basa?, ¿qué sentido tiene entonces esa violencia?
Me baso en los datos proporcionados por UNAMA, la misión de Naciones Unidas para ofrecer asistencia en Afganistán, aunque podría utilizar distintas otras fuentes no menos fiables. Solamente entre enero y junio de este mismo año, 2011, casi 1.500 civiles perdieron la vida en el contexto de conflicto armado que se vive en el país. Pues bien, nada menos que el 80% de dichas víctimas mortales se han producido como consecuencia de atentados perpetrados por insurgentes, sobre todo por integrantes y seguidores del Emirato Islámico de Afganistán, como los talibanes aluden a su propia estructura, uno de cuyos portavoces ha negado responsabilidad de su entidad en el atentado de Kabul. Hace tiempo que una fracción de tales incidentes son obra de grupos y organizaciones yihadistas, asimismo asociadas con Al Qaeda, que se asientan al otro lado de la frontera, principalmente pero no sólo en las llamadas zonas tribales de Pakistán, ampliamente pobladas por pastunes, la misma etnia a que pertenecen por añadidura los talibanes afganos.
Y hablo de atentados porque, en lo que va de año, ocho de cada diez víctimas mortales de los actos de violencia insurgente han fallecido como consecuencia de actos de terrorismo suicida, incidentes perpetrados mediante artefactos explosivos o asesinatos premeditados bien sea con armas blancas o de fuego. Ello quiere decir que la estrategia insurgente en general y de los talibanes en particular continúa dedicada, pese a lo que su propaganda proclama, no tanto a oponerse a la presencia militar extranjera en Afganistán –que, por supuesto, también— como a imponer, mediante la intimidación y el miedo, un control social efectivo sobre la población y recuperar con ello el dominio sobre la misma.
Pero el atentado suicida del martes en Kabul tiene lugar un día después de que Estados Unidos y otros países occidentales, reunidos en Bonn, se comprometieran a seguir proporcionando ayuda a Afganistán hasta 2015.
Veamos. De acuerdo con los datos de que actualmente disponemos, el número de atentados terroristas perpetrados por la insurgencia talibán va a duplicarse en 2011 respecto a los que se cometieron en 2010 y nada menos que a triplicarse respecto a los contabilizados en 2009. Estamos, pues, ante un auge del terrorismo insurgente en general y talibán en particular, que las fuerzas locales de seguridad son incapaces de contener, la heterogénea misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, en sus siglas en inglés) no contribuye a mitigar y los enredos estadounidenses en torno a una más que cuestionable negociación con los talibanes o sus afines enmascaran. Ello, en sí mismo, nos advierte de las extraordinarias dificultades que tendrá, ante una situación como la actual, ejecutar con éxito esa ayuda y de las consecuencias que, para la población afgana, se podrían derivar de una retirada no compensada de los militares estadounidenses y de otras naciones occidentales que actualmente desarrollan su misión en Afganistán.
Que el último atentado suicida de Kabul haya sido especialmente letal y ocurrido en coincidencia con la visita del presidente de Afganistán, Hamid Karzai, a Alemania, para tomar parte en una cumbre internacional sobre su país, denostada públicamente por los talibanes, seguramente no es casualidad. Lo ocurrido obliga a insistir en una reflexión sobre los obstáculos que la creciente inestabilidad en el mismo, derivada entre otros factores de un incremento sin solución de continuidad de la violencia terrorista, de origen autóctono pero también foráneo –más en concreto, paquistaní–, plantea a la hora de anticipar con realismo los eventuales resultados de la ayuda externa que se pueda continuar ofreciendo a sus incipientes instituciones y a sus gentes.