Cuando inició su carrera presidencial, Sergio Massa fue capaz de dividir a la oposición con la intención de tener alguna posibilidad de triunfo en sus aspiraciones electorales, sin embargo, al mismo tiempo fracasó en su intento de contener la gigantesca ola de cambio que ayer sacudió Argentina en beneficio de Javier Milei. Hasta el domingo eran muchos los que se preguntaban cómo un ministro (y candidato) con una inflación del 140% anual, un tipo de cambio totalmente disparado, una pobreza del 40% y reservas bajo mínimos en el Banco Central, estaba en condiciones de ganar las elecciones. Hoy ya conocemos la respuesta y ésta es sencillamente: no se puede.
El resultado del domingo no dejó lugar a la más mínima duda respecto a la voluntad de cambio de los argentinos y a dejar atrás un pasado marcado por la bronca y la frustración. Un verdadero tsunami reflejado no sólo en la diferencia porcentual entre el ganador y el perdedor (de más de 11 puntos porcentuales equivalentes a casi tres millones de votos), sino también la distribución territorial de los sufragios. El mapa de los resultados provinciales se tiñó de violeta, el color de La Libertad Avanza (LLA), y sólo hubo tres excepciones: las provincias de Buenos Aires, Formosa y Santiago del Estero (Chaco puede terminar cayendo de cualquiera de los dos lados).
Lo más curioso fue el resultado de la provincia de Buenos Aires, el tradicional feudo peronista/kirchnerista, especialmente en el cinturón popular que rodea a la Capital Federal (la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Allí, la diferencia a favor de Massa fue de casi un punto y medio, una cifra muy exigua y totalmente insuficiente para frenar la avalancha libertaria que golpeaba por todos lados. Queda ver, para poder explicar un resultado tan contundente, si, como dicen algunos analistas, muchos intendentes (alcaldes) del Gran Buenos Aires y gobernadores peronistas del interior le “soltaron la mano” a Massa.
Tras ganar la elección, Milei tiene una gran responsabilidad por delante. Una vez en la Casa Rosada, ¿a cuál de las dos caras de este personaje tan poliédrico nos enfrentaremos? ¿Será con el que vociferó durante toda su carrera política, haciendo del show y del insulto su principal seña de identidad o con aquel capaz de negociar con Mauricio Macri y Patricia Bullrich de cara a la segunda vuelta?
De todos modos, y con independencia de cuál sea la respuesta, lo cierto es que el 10 de diciembre, fecha de asunción del nuevo gobierno, empieza un nuevo capítulo en la vida política de Argentina. Un nuevo capítulo cargado de incertidumbres y de grandes desafíos.
Para saber dónde estamos parados habrá que despejar una serie de incógnitas económicas –muchas y dramáticas– y otras políticas y sociales, más que considerables. Su resolución dependerá de la gobernabilidad capaz de articular por el nuevo gobierno, más allá de su condición minoritaria en el Parlamento.
Esto será un estímulo permanente a la negociación y aquí, obviamente, la cuestión esencial es con quién negociarán Milei y los suyos. ¿Lo harán con el macrismo? ¿Con el peronismo? ¿Con los radicales? ¿Con los gobernadores de uno u otro signo, teniendo presente que el mapa de la distribución del poder provincial tras las elecciones de 2023 ha quedado sumamente igualado entre los dos grandes bloques de poder?
No hay duda de que, con la herencia económica recibida, el próximo gobierno deberá impulsar un fuerte plan de ajuste, especialmente si se hacen realidad las palabras vertidas por el ya presidente electo de que, a diferencia de lo que ocurrió con Macri tras su llegada al poder, no habrá lugar para políticas gradualistas. Esto último deberá afectar a un rango muy amplio de objetivos como la eliminación del cepo cambiario y la unificación del tipo de cambio, la amplitud de la devaluación, el intento de contener la inflación, acompañado de la necesidad (posibilidad) de reducir los subsidios y contener el gasto público (¿hasta dónde?).
El ajuste que se intente, con independencia de su magnitud, tendrá importantes repercusiones sociales, sin descartar respuestas violentas, en forma de protestas y manifestaciones, por parte de aquellos sectores más afectados por el recorte de las políticas sociales. El resultado de la elección de ayer le dejó a Milei una legitimidad de origen considerable.
Pero, las cifras de LLA en las parlamentarias y en la primera vuelta marcan unos límites muy claros que condicionarán el accionar del nuevo gobierno. Por eso habrá que estar atentos a las respuestas de los movimientos sociales, de los sindicatos y, en general, de las diversas estructuras organizativas del peronismo, junto con la disposición de los ciudadanos de dar o no un margen de confianza al próximo presidente.
Los retos de la gobernabilidad se materializarán en el terreno de la política y en la evolución de las principales fuerzas que hasta ahora sostenían el sistema, comenzando por el peronismo y Juntos por el Cambio (JxC). ¿Podrá un Massa tan golpeado por la derrota tomar las riendas de la renovación del gran movimiento nacional? ¿Qué papel se reservará Cristina Fernández de Kirchner, cuyo futuro se verá amenazado por un exigente futuro judicial? ¿Qué pasará con JxC y con Propuesta Republicana (PRO) y la Unión Cívica Radical (UCR)? ¿Se dividirá, como decían las evidencias tras la primera vuelta, o la necesidad mantendrá al menos una cierta ilusión de unidad?
Cualesquiera sean las respuestas a estas preguntas, lo cierto es que Argentina está a punto de iniciar una nueva etapa. No necesariamente una nueva época, ya que esto dependerá básicamente del impulso reformista de Milei y de la resistencia que encuentren sus propuestas. De todos modos, con mayor o menor gradualismo, el país vivirá momentos de gran intensidad.