En junio de 2023, se publicó la primera Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) alemana tras 18 meses de elaboración. Este extenso documento no es una estrategia como tal, sino más bien un compendio de todo aquello que Berlín desearía hacer en un mundo ideal, describiendo la imagen que Alemania tiene de sí misma, así como el consenso vigente en materia de política exterior y de seguridad sin fijar ningún tipo de prioridad.
Las relaciones con el gobierno de extrema derecha israelí del primer ministro Benjamín Netanyahu se han crispado hasta tal punto que no queda claro si la relación podrá recuperarse del todo, especialmente si Israel permanece bajo el control de las fuerzas políticas que ostentan actualmente el poder.
A los observadores les sorprendió que solo se mencionaran tres países por su nombre: Francia, Estados Unidos (EEUU) e Israel. Se trata de las tres “relaciones especiales” de Alemania, que enmarcan sus perspectivas de política exterior y de seguridad, o al menos esa era la opinión de los numerosos autores del documento de la ESN. Transcurrido un año desde la publicación del documento, la situación ha cambiado de forma dramática.
Las relaciones con el gobierno de extrema derecha israelí del primer ministro Benjamín Netanyahu se han crispado hasta tal punto que no queda claro si la relación podrá recuperarse del todo, especialmente si Israel permanece bajo el control de las fuerzas políticas que ostentan actualmente el poder. En lo que se refiere al aliado más importante de Alemania, EEUU, un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca provocaría probablemente el fin del estrecho vínculo entre Berlín y Washington que, recordemos, garantizó la seguridad del país durante gran parte del periodo de posguerra.
Y, con los recientes resultados de las elecciones legislativas anticipadas convocadas por el presidente Emmanuel Macron, es probable que Francia también se distancie.
1. Una distancia creciente
La relación franco-alemana, basada en el Tratado del Elíseo de 1963 y en su “versión actualizada”, el Tratado de Aquisgrán de 2019, es la principal relación de Alemania en Europa y, sin duda, la más cercana de cuantas existen entre dos Estados europeos. Ello no ha impedido que se hayan acentuado las diferencias entre ambos países, con la canciller Angela Merkel y, más recientemente, el canciller Olaf Scholz, quienes por lo general no se han mostrado receptivos a las muchas iniciativas europeas de Macron. Al mismo tiempo, las dos sociedades se han alejado con paso lento pero sostenido.
Desde Berlín, se vieron con claridad los peligros asociados a una victoria de la extrema derecha en Francia. Por ello, el resultado de la segunda vuelta de las legislativas ha sido acogido con sumo alivio por parte de Alemania. El peor escenario posible ha quedado descartado: un gobierno francés liderado por el partido de extrema derecha Rassemblement national (RN), con el joven Jordan Bardella como primer ministro y otras figuras de RN como ministros de Exteriores y de Defensa. En su lugar, el ganador el 7 de julio ha sido el bloque rápidamente constituido de la izquierda, el llamado Nouveau Front populaire (NFP), que integra a la extrema izquierda de La France insoumise, liderada por el demagogo Jean-Luc Mélenchon, los socialistas, los verdes y los comunistas, con 182 escaños en la nueva Asamblea Nacional. Para sorpresa de muchos, el partido de Macron, Ensemble, logró terminar segundo, con 168 escaños, seguido de RN con 143.
No queda claro qué implicará el resultado para Francia. Como en De bello Gallico (58-51 a.C.) de Julio César, el país está dividido “en tres partes”: la izquierda, la derecha y el centro, que parecen igualmente fuertes, pero son políticamente incompatibles. Esto apunta a un posible bloqueo político, probablemente durante el resto del mandato presidencial de Macron, que finaliza en 2027. El plan de Macron de retar el viejo sistema de partidos francés, uniendo a las fuerzas centristas en torno a su figura y superando la “vieja” división entre la izquierda y la derecha, ha fracasado estrepitosamente.
El primer ministro Gabriel Attal, el “miniMacron” que lo ha hecho mejor de lo que la mayoría esperaba en el peligroso juego electoral, ha presentado su dimisión al presidente, pero todo apunta a que su gobierno y él permanecerán en el poder hasta, como mínimo, después de los Juegos Olímpicos, cuando se constituya la nueva “estructura del Parlamento”, en palabras de Macron.
2. ¿Hacia una Sexta República?
El resultado de las elecciones puede interpretarse como un voto contra el sistema presidencialista. En este sentido, puede decirse que Francia cada vez es “más alemana”, pues los votantes franceses han pedido a fuerzas políticas contrarias que trabajen conjuntamente, tal como ocurre en la actualidad en la problemática e incómoda coalición a tres bandas del canciller Scholz, que reúne a los socialdemócratas, los verdes y los proempresariales liberales.
Aunque no puede descartarse que Francia se encamine hacia una Sexta República, con el Parlamento adoptando un papel protagónico, la opción de un país sumido en el caos político y el bloqueo es igualmente plausible. Las primeras conversaciones en torno a la creación de una “coalición” entre los socialistas y verdes menos radicales del NFP, el partido de Macron y Les Républicains de centroderecha, que se alzaron con 45 escaños, es más una posibilidad teórica.
Peor aún, el RN, encabezado por Marine Le Pen, no desaparecerá. En torno a 10,7 millones de votantes franceses depositaron su confianza en él en la segunda vuelta, en la que 9,1 millones votaron al NFP y siete millones a Ensemble. Frustrado por el voto táctico útil de la izquierda y el centro (los candidatos acordaron retirarse si el otro tenía más opciones de ganar a la candidata de RN), el partido puede seguir propagando la narrativa de una élite francesa alejada de la realidad que sabotea la voluntad del pueblo. Llegado 2027, eso sí, todo apunta a que Le Pen tendrá opciones más claras de hacerse con la presidencia.
3. Nubarrones en el horizonte
En dicho caso, la relación franco-germana tal como la conocemos tocaría probablemente a su fin. Le Pen ha moderado muchas de sus políticas más radicales, como abandonar la Unión Europea (UE) y el euro, pero su odio hacia Alemania permanece intacto; incluso ha roto con el partido de extrema derecha alemán Alternative für Deutschland (AfD), que es tan tóxico que ninguna otra fuerza política europea quiere colaborar con él.
Bajo el liderazgo de Le Pen, París trabajaría para deshacer la UE y sus logros integracionistas, promoviendo en su lugar su concepto de una “Europa de Estados nación”. Esto choca de lleno con la esencia misma de la política exterior alemana. Asimismo, pondría fin a varias iniciativas industriales de defensa franco-germanas, desde el nuevo sistema aéreo de cazas (FCAS) y el supertanque de batalla (MGCS), que apenas ha dado un paso adelante a principios de año, hasta el desarrollo conjunto de una capacidad de ataque de largo alcance, como se acordó durante la visita de Estado de Macron a Alemania el pasado junio.
Incluso a corto plazo, con la incertidumbre política reinante en Francia, Alemania tendrá dificultades para adaptarse a las nuevas realidades. A título de ejemplo, el apoyo francés a Ucrania (que genera escepticismo tanto entre la extrema izquierda como la extrema derecha, y eso es quedarse corto) está garantizado para este año, habiendo comprometido París 3.000 millones de euros a varios proyectos militares. Sin embargo, con un nuevo gobierno dominado por la izquierda en el Eliseo, esto bien podría cambiar en 2025, lo cual obligaría probablemente a Alemania a asumir un porcentaje de ayuda incluso mayor que el actual.
En vista de las políticas que está promoviendo el NFP, como tumbar la reforma de las pensiones de Macron y aumentar masivamente el gasto, generando un mayor déficit en un momento en que las finanzas francesas están sumamente tensionadas, existe la preocupación de que un gobierno de esta naturaleza pudiera abocar a Francia a una crisis de deuda, lo cual tendría un efecto inmediato en el conjunto de la Eurozona.
Es más, un Macron debilitado ya no estaría en posición de promover una agenda europea más fuerte y expansiva, como hizo recientemente en su segundo discurso en la Sorbona. Es poco probable que el canciller Scholz le recoja este testigo. Las políticas europeas de su gobierno han sido vagas y a menudo reticentes. “Mister Nö”, quien hace poco ha rechazado bruscamente la idea de financiar con deuda común europea el muy necesario rearme militar europeo frente a una Rusia amenazante, prefiere decirles a todos lo que no está dispuesto a hacer, y la lista es larga.
Y si hay algo que brilla por su ausencia en Alemania es una política europea que impulse a la UE en su momento más crítico. Con Francia cada vez más lejos, la falta de liderazgo solo puede empeorar la relación franco-alemana. Pero no solo necesita cambios fundamentales el socio más estrecho de Alemania al otro lado del Rin, sino también el enfoque de Berlín hacia Europa y el mundo.