Un analista internacional de nuestros días se enfrenta a un dilema que tampoco ha sido nuevo, pues también lo tenían sus antecesores: en todo intento de prospectiva, ¿debe darse un papel destacado a la historia y atender sus enseñanzas, o bien hay que adentrarse en los territorios desconocidos del presente y considerar que esta es una época de nuevos retos en la que el pasado poco puede enseñarnos? Hay análisis que tienen una dimensión histórica tan acentuada, que apenas dejan lugar para escudriñar el presente. Las referencias al período de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría están sobredimensionadas. Se diría que esos analistas se aferran a una historia de curso cíclico, que resulta la única manera de buscar un sentido a los acontecimientos, aunque esto implique caer en ese fatalismo que en el siglo XIX apelaba a unas supuestas leyes de la historia. Se entiende así que se quieren buscar paralelismos entre la gripe de 1918 y la actual pandemia, o que se recurra a los fascismos de entreguerras para analizar el fenómeno del populismo. Así fue todo, y así será todo. ¿O no?
Pero no busquemos causas o paralelismos remotos, pues podemos perdernos en la noche de los tiempos. Debemos estudiar el pasado más reciente para comprender lo que ahora sucede, aunque esto nos lleve a concluir que el final no está escrito ni es inexorable que suceda de esta o aquella manera. En mi opinión, este planteamiento es el que subyace en Así empieza todo. La guerra oculta del siglo XXI (ed. Ariel), un libro de Esteban Hernández, jefe de opinión del diario digital El Confidencial, que opina acertadamente que el mecanicismo fatalista no es otra cosa que pereza intelectual. La fatalidad o el destino no existen por sí solos. Son una consecuencia de las acciones humanas. La consabida expresión de “esto no puede suceder aquí” implica una renuncia a entender las causas de los acontecimientos. Los populismos y sus votantes, o el Brexit, entre otros hechos, no han surgido de la noche a la mañana.
Así empieza todo es un interesante ensayo sobre la transformación de la escena internacional en las últimas décadas, en particular tras la Guerra Fría, aunque el autor demuestra un excelente conocimiento de la historia contemporánea del siglo XX, pues sabe relacionar acontecimientos actuales con otros del pasado próximo. El resultado es un libro en el que se combinan con destreza la historia, el pensamiento político, la cultura, la sociología y la economía, y que sirve para tener una visión de conjunto del momento en que vivimos, incluida la situación de pandemia.
Una de las mejores citas del libro es la siguiente:
“Las grandes cuestiones como el individuo y la comunidad, la libertad y la fidelidad al grupo, no pueden ser resueltas más que de manera dialéctica, como parte de una relación y no como una apuesta definitiva por una de ellas”.
De ella podría concluirse la inutilidad de las guerras culturales, tan en auge en estos momentos aunque se iniciaron en las últimas décadas, con particular virulencia en Estados Unidos. Uno y otro bando se culpabilizaban entre sí; unos arremetían contra el excesivo poder del Estado y otros contra las estructuras establecidas. Añado de mi cuenta que el fin de la presidencia de Trump no ha apaciguado estas contiendas y todo apunta a futuras hostilidades inmediatas. Pero lo cierto es que toda política basada en vencedores y vencidos, en “nosotros y ellos”, es incapaz de restañar heridas. El guerracivilismo en política, tarde o temprano suscita una reacción adversa. Hay que coincidir, por tanto, con Esteban Hernández en la necesidad de concebir la política como una relación, una cooperación, porque si no es así la política termina por dar la espalda, primero a la libertad, y después a la democracia.
Encuentro algunos paralelismos entre el libro de Hernández y el escrito por el politólogo Ivan Krastev, La luz que se apaga, donde también se pasa revista a las ilusiones perdidas del internacionalismo liberal, que se creyó vencedor indiscutido e indiscutible de la Guerra Fría y cayó en la ingenuidad de pensar que el fin de la historia había llegado con el triunfo de la democracia y de la globalización económica. La crisis financiera de 2008 y la pandemia han trastocado los viejos esquemas, si bien algunos todavía siguen pensando en que un día se restaurará el antiguo orden. Pero eso no será tan fácil en este enfrentamiento global, no como la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo, sino entre un capitalismo de los monopolios y un capitalismo de Estado. Por tanto, “la guerra fría” entre Estados Unidos y China poco tiene de ideológica. En un capítulo específico de Así empieza todo, y a lo largo de la obra, se dedica una especial atención al desafío de China. Las consabidas teorías de que el desarrollo económico traería la ascensión de las clases medias y la llegada de la democracia se han estrellado con la realidad de un régimen autoritario, asentado en una cultura jerárquica, que transformó su aparato productivo y elevó el nivel de vida de la mayoría de la población. Su supuesta gestión acertada de la pandemia ha acrecentado su prestigio y es un instrumento más para su expansión e influencia mundiales, con la peculiaridad de que China, pese a ser un régimen comunista, no está interesada en la exportación de su ideología.
Esteban Hernández está en lo cierto al asegurar que la ruptura de la cohesión social es un gran peligro para las sociedades occidentales, como lo demuestra el progresivo declive de las clases medias. Pero no será, en su opinión, con fórmulas neoliberales, que no reparten riqueza para todos, aunque aseguren que contribuyen a crearla, como se revertirá la tendencia. También contribuye a la desestructuración social el triunfo de la economía financiarizada, que está reemplazado a la productiva, y esto supone los grandes fondos de inversión que, en su codicia, estarían vaciando el tejido productivo y condenando a millones de personas al paro, y no es menos inquietante el monopolio de los mercados por las grandes empresas tecnológicas. El autor no tiene reparos en subrayar que tanto la economía verde como la digital, que se ven como la panacea del crecimiento económico, no han nacido para solucionar los problemas ecológicos. Son, por el contrario, un nuevo instrumento de generación de activos, una nueva fuente de rentabilidad que ve nuevas oportunidades a su alcance.
Hernández cree que, tanto en la crisis de 2008, como en la actual del coronavirus, Occidente está repitiendo los mismos errores de Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial, cuando no se tuvieron en cuenta las advertencias de Keynes sobre las consecuencias económicas de la paz. De ahí que la crisis norteamericana de 1929 golpeara brutalmente a una Europa en la que vencedores y vencidos tenían que hacer frente a enormes deudas externas. La solución, según Hernández, estaría en desarrollar políticas keynesianas, como las que triunfaron con el New Deal de Roosevelt, y que los estadounidenses contribuyeron a traer a Europa al final de la Segunda Guerra Mundial al difundirse el Estado del bienestar.
De la lectura de este libro se saca la conclusión de que la mayor amenaza a la paz y a la seguridad, tanto nacionales como internacionales, está en la ruptura de la cohesión social. Los hechos tienen consecuencias, y los hechos económicos más todavía. Sin un grado importante de cohesión social, el deterioro institucional se hará inevitable, y también aumentarán los riesgos de desestructuración territorial.