En los años 90, un ministro español consideró que “la mejor política industrial es la que no existe”. Aunque Carlos Solchaga llevó a cabo una valiente y dura reconversión industrial, hoy tal afirmación queda lejos de las actuales preocupaciones europeas ante la Cuarta Revolución Industrial, y la competencia de China y de EEUU, entre otros. Alemania nunca renunció a tal política aunque de una forma menos proactiva de lo que se ha planteado últimamente con la estrategia de Industria 4.0, o lo que los industriales alemanes (BDI) reclaman para hacer frente al desafío chino. Francia, mucho más dada a una política industrial estatalizada, ha impregnado este debate con su cultura incluso al gobierno de Merkel. Ahora ambos están impulsando una política que defienda, incluso proteja, además de impulsar sus industrias. Pero cuidado, Francia y Alemania pueden estar optando por una estrategia bilateral europea antes que europeísta. Cuando hablan de “campeones europeos” están pensando en primer lugar en campeones franco-alemanes, aunque también impulsen una política industrial a escala de la UE, que, dicen, debe ser la prioridad de la próxima Comisión Europea. Merkel quiere que el próximo Consejo Europeo del 21 y 22 de marzo la aborde; si la cuestión del Brexit no absorbe todas las energías.
La política industrial no es algo nuevo en Europa. El mejor ejemplo puede ser Airbus. Pero el nivel de urgencia y ambición ha aumentado sobremanera. Francia y Alemania han publicado un “Manifiesto bilateral para una política industrial acorde al siglo XXI”, un documento importante e interesante, que apela a una política europea al respecto, “una estrategia industrial europea con claros objetivos para 2030”. Aboga por una “inversión masiva en innovación”, especialmente en Inteligencia Artificial (IA), campo en el que Francia y Alemania aspiran a convertirse en “líderes mundiales”. Junto al apoyo al nuevo marco europeo para restringir la adquisición de empresas europeas por capital no comunitario (una medida esencialmente contra China), destaca su llamamiento a revisar las reglas europeas de competencia, especialmente las de fusiones, para poder competir mejor a escala global. Proponen que el Consejo Europeo (de los gobiernos) pueda, en algunos casos, superar el veto de la Comisión Europea a rechazar algunas de estas fusiones.
Lo que ha disparado esta propuesta –que no es seguro que cuente con todas las simpatías en los otros Estados miembros– es la negativa de la Comisión Europea a autorizar la fusión de los gigantes de manufactura de trenes Alstom (francés) y Siemens (alemán). La comisaria de la Competencia, la danesa Margrethe Vestager, estimó que tal fusión reduciría la competencia en Europa y no era necesaria frente, por ejemplo, a la gigante china CRRC Corporation Limited (CRRC). Las dos empresas en cuestión se las arreglan muy bien por separado, en Europa y en el mercado global, sin necesidad, según Vestager, de crear una supercompañía, y CRRC no es aún una competencia real en la UE. Sin embargo, en cualquier momento China podría entrar a comprar empresas ferroviarias en algún país de la UE, y convertirse así en jugador europeo. Las dos empresas en cuestión presentaron su caso con cierta arrogancia, y si estaban dispuestas a desprenderse de algunas de sus partes, como se les exigía (partes que hubiera podido comprar, en el caso español, Talgo o CAF), no querían deshacerse de alguna estratégica, como las que atañen a la señalización. Vestager quería asegurar que el acuerdo no llevaría a un aumento de precio y a una reducción de capacidad de elección por los clientes. No obstante, la necesidad de crear “campeones europeos” es cada vez más acuciante. Quizá se haya perdido una oportunidad de un “Airbus ferroviario” con esta fusión frustrada, aunque se debería haber abierto a otros actores europeos del sector.
En materia de impulso a la revolución transversal que supone la IA, Macron y Merkel, en el reciente nuevo tratado franco-alemán firmado en Aquisgrán en enero pasado, defienden, sí, una dimensión europea, pero lo que impulsan en primer lugar es la creación de una red franco-alemana de investigación e innovación, un “centro virtual” para la IA, que se base en las estructuras ya existentes entre ambos países.
Ahora bien, las políticas industriales de Francia y Alemania no son iguales. Y otras dimensiones pueden interferir. Lo estamos viendo estos días con la decisión de Berlín de cortar las ventas de armas a Arabia Saudí que, en contra del criterio francés, afecta a ventas militares de Airbus.
Con el Reino Unido fuera si finalmente se lleva a término el Brexit, una política industrial europea quedaría completamente coja sin una fuerte integración franco-alemana. Esta es necesaria, mas no suficiente. Los demás también deben poder participar y garantizar que se beneficiarán de los nuevos e importantes fondos que para estos fines está proponiendo la Comisión Europea en el marco presupuestario 2021-2027 (aunque lo tendrá que decidir el nuevo colegio de comisarios de la próxima legislatura). Será necesaria una política industrial europea para que Europa pueda competir con China y EEUU. En IA la UE se está quedando preocupantemente atrás. Hay que garantizar que todos se beneficien –no sólo en dinero, también en conocimientos– de estos impulsos. Sin olvidar que son también necesarias políticas nacionales para saber sacar provecho de esa dimensión comunitaria. Pero la nueva política industrial ha de ser europea y europeísta. Es decir, inclusiva.