Antes de que la COVID-19 irrumpiera en nuestras vidas, parecía que la arena internacional se dirigía a un escenario más duro y realista. De hecho, si esta crisis se asemejase a la crisis económica de 2008, la globalización podría ralentizarse o invertirse, como sugieren las llamadas de algunos líderes mundiales a la relocalización de la producción. No obstante, una tendencia más matizada detectada previamente a la COVID-19, y que ésta podría apuntalar, apuntaría a una globalización más dinamizada por su aspecto blando que por el económico.
Precisamente, desde el Índice Elcano de Presencia Global ofrecemos una métrica que incluye una dimensión blanda que, junto con las dimensiones económica y militar, hacen del índice una herramienta integral para la cuantificación de las relaciones internacionales. Dicha dimensión blanda se apoya en diversos indicadores relacionados con el turismo, la migración, la información, la educación, la ayuda al desarrollo, la tecnología, el deporte y la cultura. Especialmente en esta última, referida a la exportación de bienes culturales y servicios audiovisuales, esperaríamos que América Latina se encontrase en una posición relativamente buena gracias a su afamada y variada música (además de ciertas industrias audiovisuales relativamente fuertes del continente, como la mexicana, la argentina o la brasileña).
Sin embargo, si comparamos por bloques regionales, América Latina ocupa actualmente el quinto puesto en presencia blanda, sólo por delante de África. Esto contrasta con la mejora de posición respecto a 1990 de Asia y Pacífico, región que va adquiriendo mayor notoriedad en todas las dimensiones. Un caso sonado del continente oriental es el de Corea del Sur, donde cada vez es más relevante el indicador de cultura, gracias, entre otros, a una política cultural exterior que ha hecho de la música K-pop y de las series K-Dramas uno de sus grandes valedores. El valor índice de la presencia blanda del país, con 46,7 millones de habitantes y un PIB de 1,4 billones US$ es prácticamente la mitad del de América Latina en su totalidad, con 624 millones de habitantes y un PIB de 5,2 billones US$. De hecho, la contribución de la cultura a la presencia global es menor en América Latina (un 2,7 frente a un 3,1%), cuando podría ser mucho mayor teniendo en cuenta la proyección global de la lengua española y la popularidad global de la nueva música comercial latina, el reggaetón y el trap latino, que comienzan a penetrar incluso en los más rezagados mercados asiático y africano.
El gobierno de Corea del Sur, tras la crisis financiera de 1997, decidió apoyar la industria del entretenimiento como motor del crecimiento, por lo que, en contacto con empresas privadas, promovió la cultura pop (con encargo expreso a la diplomacia) con el objetivo de mejorar la imagen exterior del país y atraer negocios y turismo, logrando convertirse en una potencia en los mercados regionales. Y es que la música popular y la industria asociada tienen un papel privilegiado en la configuración de la imagen pública exterior de un país. De hecho, el Ministerio de Cultura ha creado recientemente el Departamento Hallyu (como se conoce a la Ola coreana pop). Además, han conseguido vincular la industria musical a otras como las artes plásticas, los videojuegos, la moda o la audiovisual mediante los K-dramas, la animación y el manga, redundando en mayores exportaciones de otros bienes culturales. La industria coreana ha adelantado al J-pop y los J-Dramas japoneses, en la región e internacionalmente.
Por su parte, el reggaetón debe su fama a una intención también expresa de generar un producto comercializable a escala global, pero no deriva de una iniciativa pública ni forma parte de la estrategia cultural de ningún gobierno latinoamericano; su expansión ha venido dirigida por la industria musical, concretamente, la estadounidense. Esta música caribeña, con raíces en Panamá e influencia del reggae (de donde deriva el nombre) por los trabajadores jamaicanos que trabajaban en el canal, ganó popularidad en el Puerto Rico de los noventa donde se mezcló con música autóctona y hip-hop estadounidense. Mientras, en EE.UU. se experimentaba un boom Latino con artistas como Ricky Martin, Jennifer López o Shakira. Con el cambio de siglo, la industria procuraba mantener ese boom buscando una música que fuera bilingüe y bicultural, no destinada sólo a los latinos de EEUU, sino a ser el sonido latino global por excelencia. Lo consiguieron de tal forma que ahora hay preocupación por el ‘dominio musical uni-partidista’ que supone que las listas de Spotify ‘Viva Latino’ y ‘Baila Reggaeton’ coincidan en un 70%.
No sólo no se incluyó el reggaetón en la diplomacia cultural de Puerto Rico, sino que el gobierno y el establishment conservador de la isla desde los 90 venían criticando este género musical por considerar que tenía demasiadas influencias extranjeras, y especialmente por sus letras explícitas, violentas o reivindicativas y su sensual baile, llegando incluso a intentar cercarlo legalmente. No obstante, tampoco se puede afirmar que el género musical no ayude a ningún país latinoamericano a obtener una mayor visibilidad internacional. Colombia crecientemente se está convirtiendo en el epicentro del género musical, con propias pero pocas empresas, aunque, mirando el índice, la cultura aún supone una contribución ínfima a su presencia exterior.
Y es que, a diferencia del K-pop, las continuas polémicas por las letras y bailes del reggaetón son obstáculos a la hora de articularlo en una estrategia cultural exterior pública, ofreciendo por tanto una proyección desestructurada, además de desarticulada de otras industrias. Sin embargo, ello no impide que el reggaetón siga conquistando mercados, consolidándose en la misma Corea del Sur; del mismo modo, el K-pop está introduciéndose en América Latina. La forma de penetración refleja lo expuesto: si bien la música latina penetró originalmente en Corea mediante los soldados latinos estadounidenses e inmigrantes coreanos retornados, la influencia actual del reggaetón se debe a la atracción hacia las modas del mercado estadounidense, mientras que el K-pop está penetrando en América gracias a academias abiertas bajo iniciativa gubernamental.