El cambio de siglo trajo consigo un giro en la política exterior rusa. A pesar de los problemas internos que siguen formando parte del día a día de Rusia, desde el Kremlin se ha puesto en marcha una nueva agenda internacional de expansión política y económica que tiene como fin el recuperar el estatus mundial del que gozó durante la contienda bipolar adaptado al nuevo orden multipolar. La pregunta que surge es, ¿cómo conseguirlo?
La disolución de la Unión Soviética a comienzos de la década de los noventa supuso la suspensión de las relaciones diplomáticas y militares que se habían forjado desde hacía tiempo con países del continente africano, ya que el gobierno ruso perseguía una recuperación interna, especialmente en materia económica y social. El desmantelamiento del bloque socialista enfrió estas relaciones y África dejó de ser un foco importante en su discurso de influencia en el exterior. Desde que comenzó el nuevo siglo y hasta la actualidad, tanto Vladimir Putin como Dimitri Medvédev han sido conscientes de la necesidad de un cambio, debido a la situación coyuntural en el interior del país; no obstante, ambos han apostado por la reactivación de antiguos lazos con países africanos, iniciando de nuevo una agenda exterior de influencia política, económica y militar en el mismo. Esta reactivación se debe también a la negativa por parte del Kremlin a aceptar la naturaleza del orden internacional actual, en cuya cabeza se halla EEUU.
El continente africano siempre ha sido un espacio de confluencia de intereses perseguidos por diferentes actores ajenos a la realidad africana. Muchos son los polos de atracción que presenta África de cara al exterior. La riqueza de recursos naturales es desde la época colonial un factor que posiciona a África entre los espacios más importantes en clave geoestratégica en el mundo. En el caso de Moscú, este se siente atraído hacia África por diversos motivos que van más allá de la mera explotación de recursos naturales: su retorno a África responde más a intereses de carácter militar.
Sin lugar a dudas, la existencia de un amplio mercado en el que el Kremlin puede posicionar su industria armamentística se considera como el vector fundamental que vendría a explicar el retorno de Rusia en África. A la venta de armas a países como República Centroafricana o Sudán, hay que sumarle la creación de bases militares rusas en suelo africano, cuyo posicionamiento responde a lógicas claramente geoestratégicas, y la puesta en marcha de operaciones militares en diversos países. Estos proyectos de cooperación económica y militar construyen beneficios mutuos para ambas partes. Uno de los casos más claros sería Argelia: esta está dispuesta a comprar armas procedentes de Rusia a cambio de la explotación de sus reservas petroleras por parte de compañías multinacionales rusas. Es importante no dejar de lado las posibles consecuencias que dicha venta de armas puede conllevar, en especial en aquellos espacios del continente africano donde todavía no se ha pronunciado el alto al fuego.
Desde el Kremlin se han impulsado más estrategias con el fin de estrechar todavía más los vínculos con los países africanos. Su política exterior también ha venido marcada por la condonación de la deuda a muchos de estos países a cambio de obtener acceso a zonas ricas en recursos que beneficien a empresas rusas. Con dichas estrategias, parece que el Kremlin quiere sacar provecho de sus condiciones como segundo exportador mundial de armas y por la posesión de grandes reservas energéticas. Su política exterior la ha diseñado en torno a estas condiciones, convirtiéndose en dos de sus grandes instrumentos políticos con los que pretende expandir su influencia en el exterior.
A todo esto hay que sumarle las previsiones que hace el Banco Mundial en cuanto a la población africana: se calcula que para 2050, la población de jóvenes africanos alcanzará los 1000 millones de personas. Esto, sumado al previsible aumento de la clase media, traería consigo gran cantidad de mano de obra barata y la presencia de un mercado de consumo seguro. Esto es visto desde Moscú como una pieza clave para el beneficio de empresas multinacionales rusas. Además, las sanciones impuestas a Rusia por parte de Occidente tras la crisis de Ucrania y la adhesión de Crimea en 2014 han aumentado la necesidad de Rusia de buscar nuevos socios con los que comerciar, así como conseguir apoyos políticos que den a Rusia más fuerza dentro de los organismos internacionales.
Si bien es cierto que los volúmenes de comercio entre Rusia y África todavía son muy pequeños, y la inversión rusa destinada al continente no alcanza todavía ni la mitad de la que se impulsa desde Pekín, la política exterior rusa tiene ya sus pautas marcadas y se oyen voces que plantean que Rusia ha vuelto para quedarse. Parece que el Kremlin tiene claro que Rusia tiene que seguir expandiéndose con el objetivo de volver a ocupar un espacio relevante y elevado dentro de la esfera internacional.
Sin embargo, esta cooperación económica y militar rusa con África, la cual parece beneficiar a ambas partes, no está exenta de dificultades y problemas. El surgimiento de nuevas potencias emergentes en el plano internacional ha supuesto un cambio en el orden económico mundial. El nuevo sistema internacional multipolar da pie a que intereses de más actores confluyan en un mismo espacio, aumentando así la competencia entre ellos. Todos tienen sed de expansión e influencia política y económica, especialmente las potencias emergentes como lo es Rusia.
Por lo tanto, actores tradicionales como EEUU o Europa, y nuevos actores como Rusia o China, tendrán que adaptarse a la nueva situación construyendo relaciones basadas en el consenso entre todas las partes con el objetivo de garantizar el equilibrio del orden internacional actual. Y no solo ellos, sino también los propios africanos tendrán que lidiar con una diversidad de dinámicas y lógicas que penetran de nuevo en su interior a modo de imposición desde el exterior. Una vez más, el carácter geoestratégico del continente africano vuelve a asignarle un papel pasivo en las relaciones bilaterales con los agentes externos, tanto con los tradicionales como con las nuevas economías emergentes.