Las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC atraviesan su momento más difícil. A los recientes atentados, algunos con tremendos costos medioambientales, se suman el descontento de una opinión pública cada vez más contraria a la marcha de las conversaciones y la falta de resultados concretos. El último logro, la decisión de constituir una Comisión de la Verdad, no ha entusiasmado ni a las partes ni a la sociedad colombiana.
Las declaraciones de Humberto de la Calle, jefe de la delegación gubernamental en La Habana, dejan constancia de la frustración existente en las filas oficiales. Este domingo De la Calle mandó un recado explícito a su contraparte: «La paciencia de los colombianos se agota. El riesgo es real. Yo sí quiero decirles a las FARC con toda seriedad: esto se puede acabar. Algún día es probable que no nos encuentren en la mesa de La Habana. Realmente lo que está ocurriendo es insoportable para los colombianos».
Resulta conveniente analizar los hechos que condujeron al virtual bloqueo de la negociación, a las fuerzas que desde distintas posiciones, incluso desde dentro de ambos campos, intentan torpedear el proceso y, por encima de todo, a las opciones que todavía maneja el gobierno para intentar alcanzar la paz, aunque no sea a cualquier precio. Ésta es una cuestión sumamente delicada, dada la resistencia colombiana a extender un cheque en blanco que evite castigar a los responsables de crímenes contra la humanidad y otros delitos atroces.
Michael Reid, en su columna «Bello» en The Economist, instaba al presidente Juan Manuel Santos a plantarse frente a las FARC, de forma que éstas cerraran de una vez la negociación o se atuvieran a las consecuencias de la reanudación abierta de la lucha contrainsurgente. Reid se basa en el punto muerto en la negociación, la resistencia de los dirigentes de las FARC de asumir sus responsabilidades por los crímenes cometidos y la negativa de aceptar penas de reclusión.
En cierta manera, producto de un análisis similar de la realidad social y de las respuestas de las FARC, muy reacias a cerrar un trato, las visiones de Reid y De la Calle tienden a converger. Si bien las FARC abogaron por «desescalar» el conflicto y por la instauración de un cese del fuego bilateral, el gobierno no se fía hasta ver resultados concretos sobre la mesa de negociación.
La última encuesta de Gallup muestra que el apoyo al proceso de paz cayó al 45%, su nivel más bajo desde que comenzaron las negociaciones en noviembre de 2012 y que un 46% está a favor de no dialogar con las FARC. Desde febrero pasado el apoyo a la negociación pasó del 69% al 52% de abril y al 45% actual. La desconfianza con las FARC lleva a que el 62% de los colombianos crea que no se alcanzará ningún acuerdo. Simultáneamente, la aprobación del presidente Santos bajó al 28%. La encuesta también señala que el margen de acción del presidente se reduce considerablemente, pese a mantener un amplio respaldo internacional.
Sin apoyo ciudadano las opciones gubernamentales se reducen. De ahí la necesidad, como apunta Reid, de dar un golpe sobre la mesa y obligar a las FARC a mostrar todas sus cartas. El problema es doble. Por un lado, la omnipotencia de los dirigentes guerrilleros y su creencia de que la razón los acompaña. Por el otro, el hecho de que Colombia cuenta con un sistema democrático y sin respaldo electoral cualquier iniciativa, por buena que sea, está condenada al fracaso.
No sería la primera vez que las FARC, sintiéndose acorraladas frente a un proceso negociador que las obliga a tomar decisiones trascendentales, hacen saltar todo por los aires. Para ello están dispuestos a cometer duros atentados, de los cuales tampoco terminan responsabilizándose. Llegados a este punto, como dijo De la Calle, el gobierno sabe que en cualquier momento la negociación puede darse por cerrada, bien por alcanzarse un acuerdo o bien por que las FARC lo dieron por terminado. Y ya están preparados por si llega ese momento.
Mientras tanto hace bien el presidente Santos en intentar alcanzar la paz, un objetivo anhelado por la sociedad colombiana. Un grupo de niños, en cartas dirigidas a las FARC, escribió cosas como ésta: “En vez de balas, queremos valores. En vez de bombas, bombones. Que se vengan los ataques pero de risa”. La paz permitiría clausurar un conflicto que ya dura demasiado, con un enorme costo humano y material. No es de extrañar que el mayor escollo esté en la justicia transicional. Éste es el punto de fricción, ya que no puede haber paz sin justicia, y para ello es necesario que cada cual asuma sus responsabilidades, algo de momento rechazado por las FARC.