El poder, por definición, es siempre un concepto relativo. En un momento dado (puesto que no puede olvidarse su carácter dinámico) un Estado es más o menos poderoso en relación con el resto de los que componen la comunidad internacional. Cuanto mayor sea ese poder, mejor podrá defender sus intereses e influir en otros para que hagan o dejen de hacer lo que se proponga (sea el conjunto de los ciudadanos del propio Estado, o los vecinos regionales o el conjunto de los países del planeta, si se trata de un líder mundial).
Cuando estas consideraciones básicas se aplican a Estados Unidos se ha convertido ya en un lugar común considerar que su declive es no solo inevitable (lo que no supone ningún alarde de capacidad prospectiva, puesto que es obvio que algún día será sustituido por otro hegemón mundial) sino que, de hecho, su primacía habría terminado hace ya algunos años. Quienes así se pronuncian suelen entender que de la bipolaridad de la Guerra Fría hemos pasado de un solo salto a un mundo multipolar. Se pretende apoyar dicho juicio con la mención de China como nuevo referente– cuando no es más que uno de los aspirantes con opciones para ocupar en el futuro uno de los puestos de primera línea en el concierto internacional- o, más rebuscado aún, de los BRIC– como si ese acrónimo fuera algo más que una mera creación mediática que está lejos de identificar a un grupo de países con una agenda común en política exterior, de seguridad o defensa. Incluso otros recurren a las matemáticas para incluir también a la Unión Europea, sumando las capacidades nacionales de los 28 países que la integran, como si eso la convirtiera por ensalmo en un actor con una voz única en el escenario internacional en cualquiera de esos ámbitos.
Frente a esos alambicados ejercicios se imponen los hechos que definen a EEUU como:
- La primera potencia militar. En solitario representa en torno a la mitad del presupuesto mundial de defensa y en el marco colectivo de la OTAN supone las tres cuartas partes del esfuerzo de sus 28 miembros. Su capacidad convencional y nuclear no tiene parangón en ningún rincón del mundo globalizado que nos toca vivir, sin que ataques como el del 11-S o dificultades como las que ha tenido en escenarios de guerra asimétrica (Irak, Afganistán y tantos otros) cuestionen dicha posición. A pesar de los recortes que ya está realizando en su presupuesto y efectivos todo indica que seguirá manteniendo por mucho tiempo su presencia militar permanente en más de cien países y sus flotas de guerra dominando los mares y océanos.
- La primera potencia económica. Aunque su peso en la economía mundial esté reduciéndose, todavía genera anualmente algo más de la quinta parte de toda la riqueza mundial, sin que ningún otro actor pueda comparársele (aunque la suma del PIB de los Veintiocho se le acerque, queda mucho para que la riqueza comunitaria esté al servicio de un gobierno común). Del mismo modo, aunque el euro y otras monedas vayan ampliando su importancia en los mercados, el dólar (con todos sus problemas) sigue siendo la divisa de referencia; entre otras cosas, como señal de que EEUU está gestionando la crisis que estalló hace ya casi siete años de una manera más exitosa que el resto de los afectados.
- La primera potencia científica y tecnológica. Por muy brillantes que sean los resultados puntuales de algunos centros dispersos tanto en países desarrollados como en desarrollo, tomados en su conjunto ningún país atesora el nivel y número de instituciones académicas, científicas y tecnológicas ubicadas en territorio estadounidense. De hecho, EEUU actúa todavía como un poderoso imán que atrae a mentes brillantes de toda procedencia, convencidos de que allí podrán desarrollar mejor que en ningún otro lugar sus enormes potencialidades.
- La primera potencia cultural. Basta repasar a primera vista los nombres de las personas públicas más conocidas del planeta y de los productos culturales de masas para volver a concluir que no existe ningún otro creador y emisor de tendencias culturales más potente. Eso permite a Estados Unidos influir de modo muy directo (sin poder evitar en todo caso un notable antiamericanismo en no pocos sectores de opinión pública) en las percepciones que muchas sociedades tienen de ese país y de sus propósitos.
Por si esto no fuera suficiente para confirmar lo obvio, todavía cabe añadir al listado la ya anunciada condición (a medio plazo) de primer productor y exportador de materias primas energéticas, apostando abiertamente por el controvertido sistema de fracking para aprovechar su inmensa riqueza en petróleo y gas de esquisto. Sumado al resto de los factores mencionados la conclusión palmaria es que, para lo bueno y para lo malo, tenemos hegemón para un buen rato.