Los resultados de las elecciones del Parlamento en Portugal del pasado 6 de octubre no trajeron sorpresas. Más bien, representan una continuidad en la capacidad de resiliencia del sistema político y de partidos portugués en su proceso de transición poscrisis de 2008 a 2011.
El socialista António Costa ha ganado las elecciones con el 36,65% de los votos, y ha salido reforzado en más de 22 escaños respecto a 2015 con un total de 106 diputados, aunque sin lograr la mayoría absoluta (116 de 230 escaños). Sus socios de la izquierda no han salido mal tampoco: el Bloco de Esquerda (BE, cercano a Podemos) mantiene sus 19 escaños y el partido Comunista (que se presenta en coalición con los Verdes-CDU) confirma la tendencia de los últimos años bajando su representación en 5 escaños. La izquierda en su conjunto representa el 57% de los votos y 142 escaños (en 2015 representaba el 52% y 123 escaños).
Por su parte, la derecha sufre una pesada derrota. Los demócratas conservadores cristianos-populares (CDS-PP) y el Partido Social Demócrata (PSD, de centro-derecha pese a su nombre) obtienen sus peores resultados desde la consolidación del sistema político a inicios de los años 80, aún así acaparando el 34,74% con 84 de los escaños.
El parlamento ha quedado más fragmentado y pasa de seis a nueve formaciones políticas, aunque los dos principales partidos (PS y PSD) siguen sumando el 65% de los votos. La entrada de tres pequeños partidos con un escaño cada uno –Iniciativa Liberal (liberales), Livre (creado en 2014 y heredero de los movimientos sociales anti-austeridad) y Chega (“Basta”, de la derecha radical populista)–no afecta demasiado la correlación de fuerzas en el parlamento.
La entrada de Chega en el parlamento acaba con la excepcionalidad portuguesa de no tener partidos de derecha radical populista. Simultáneamente, la diversidad se manifiesta con la elección de tres diputadas afrodescendientes (de Livre, BE y PS) y en el incremento de la representación de las mujeres –en 2015 fueron elegidas 76 diputadas, y en 2019 han sido 86. Habrá que ver hasta qué punto el partido Chega radicalizará sus posiciones en una sociedad no volcada al extremismo.
La abstención ha llegado a un nivel histórico (45,5%), confirmándose la tendencia de una progresiva pérdida de legitimación en la que predomina una mezcla de desinterés y de inercia (uno en cada dos portugueses no vota). Un aspecto que debería ser motivo de gran reflexión en la sociedad y en la clase política portuguesas.
António Costa está ahora en mejores condiciones que en 2015 para formar gobierno. Sólo necesita a uno de sus socios (BE o comunistas) para formar mayoría. Su lectura del resultado electoral fue claro: “a los portugueses les gusta la geringonça” (o artilugios, expresión por la que se conoce su solución de gobierno de acuerdos con la izquierda). Costa intentará repetir esa misma solución de gobierno de acuerdos parlamentarios con las formaciones políticas de la izquierda, ahora ampliada por la entrada de Livre y por el mayor peso del Partido de las Personas, Animales y Naturaleza (PAN), que pasa de 1 a 3 escaños.
Sin embargo, las circunstancias no son las mismas. Hace cuatro años, Portugal vivía un clima de casi emergencia nacional por la pesada herencia de los “tiempos de austeridad”, con recortes en los ingresos de las familias y de los funcionarios públicos, en las pensiones y con una tasa de desempleo de dos dígitos. El ambiente económico internacional favorable y las buenas perspectivas de crecimiento permitieron al gobierno desarrollar políticas sociales (aumentar los ingresos de las familias y el salario mínimo), y tener unas tasas de crecimiento excepcionales.
La actual coyuntura no es tan optimista. La excepcionalidad de 2015 que permitió la estabilidad política puede no repetirse, desde luego no con el mismo patrón. El refuerzo de los socialistas puede incluso dificultar el diálogo con la izquierda, sobretodo en un contexto internacional complejo en el que las amenazas de recesión en la UE (empezando por Alemania) o las consecuencias del Brexit pueden exigir redobladas cautelas en las cuentas públicas. A nivel interno, persiste la necesidad de reformas estructurales para una mayor diversificación y la productividad de la economía, así como reformas en la sanidad pública.
Esperemos, pues, que se sigan consolidando las lecciones aprendidas de la geringonça: el parlamento es el centro de la vida política sin que eso implique una mayor inestabilidad. Para un sistema como el portugués que no había logrado evitar una relativa inestabilidad (prácticamente el doble de elecciones de las que habrían resultado del cumplimiento de legislatura), se trata de un gran logro y de un futuro reto en este proceso de transición suave.