Se van a cumplir diez años de la publicación de Zero-sum World: Politics, Power and Prosperity after the Crash, escrito por Gideon Rachman, analista de política internacional en el Financial Times y con la excelente formación de historiador procedente de la universidad de Cambridge. Fue un libro escrito poco después de la crisis de 2008, pero sigue siendo un brillante diagnóstico para el escenario internacional del momento, cuyos rasgos siguen siendo los de un mundo de suma cero, y las perspectivas futuras no son mucho mejores.
Zero-sum World es un libro que abarca tres edades de la historia contemporánea: la de la transformación (1978-1991), la del optimismo (1991-2008), y la de la ansiedad (desde 2008). Una de las características de esta última es que se está cuestionando el proceso de globalización de forma mucho más radical que en aquellas manifestaciones de protesta contra las cumbres del G7 veinte años atrás. Ahora el frente antiglobalización lo encabezan políticos populistas y nacionalistas, atentos más a las convocatorias electorales y a las redes sociales que a las algaradas callejeras.
Rachman dedica las dos terceras parte de su libro a un recorrido por la historia reciente, bien complementado por sus experiencias de corresponsal en Bruselas, Washington y capitales asiáticas. De hecho, es un libro muy recomendable para profesores que quieran explicar bien a sus alumnos los años finales de la guerra fría y los inmediatos a la posguerra fría. Además, la obra es rigurosa porque no faltan las citas de libros y artículos de referencia de cada momento para quien quiera saber lo que pasó realmente en unos tiempos cuestionados en la presente edad de la ansiedad. Para quien supo intuirlo o simplemente tuvo una percepción más amplia de los acontecimientos, bien pertrechado con sus conocimientos de historia o filosofía política, los años de la transformación hasta 1991 fueron tiempos de esperanza contra toda esperanza, de asistir a la irrupción de lo inesperado en la historia, no tan ciega e inexorable como sus pretendidas leyes. Muchos vivieron ese período, pero fueron incapaces de valorar las revoluciones neoliberales de Thatcher y Reagan ni las posibilidades de resistencia de los frágiles cimientos de un Estado que apostó por la Perestroika en la imposible tarea de cambiar de sistema sin cambiar de sistema, y mucho menos supieron apreciar que el ascenso económico de China no sería pausado sino vertiginoso.
La caída de los regímenes comunistas dio paso a una inusitada edad del optimismo, que calificada como los felices 90, aunque los atentados terroristas del 11-S demostraron que la historia no había tocado a su fin con el triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado. Ese optimismo sirvió para crear el espejismo del win-win world, el mundo en que todos ganaban gracias a la apertura de los mercados y la llegada de la “paz democrática”. Muchos nos ilusionamos con la inminente llegada de una Europa estable, próspera y en paz, una gran Suiza libre y feliz, evocada por Churchill en su célebre discurso de Zúrich de 1946. Pero también recuerdo que este optimismo ingenuo despertaba sarcasmos y cierta violencia dialéctica en los extremismos de ambos lados, que nos aseguraban que la historia, inexplicable para ellos sin una violencia transformadora, tenía aún mucho que decir.
Por fin, en 2008 llegó, de la mano de la crisis, la edad de la ansiedad. En el mundo anglosajón este término suele estar asociado al libro de poemas de Wystan Hugh Auden, galardonado con el premio Pulitzer en 1948. La ansiedad sirve para calificar al mundo de mediados del siglo XX, que ha conocido dos guerras mundiales y ahora vive la guerra fría con la incertidumbre del conflicto nuclear. Los protagonistas de estos poemas son tres hombres y una mujer en un bar neoyorquino, juntos en escena y a la vez profundamente solos. Viven presos de la ansiedad, en la que se combinan el miedo a uno mismo y el miedo a los demás. La ansiedad supone, en definitiva, un temor a la vida y a la muerte.
Gideon Rachman subraya que desde 2008 vivimos otra edad de la ansiedad, si es que realmente aquella del siglo pasado llegó a finalizar. Es tiempo de ansiedad porque ya no vivimos en un mundo en que todos ganan. Vivimos en un mundo de suma cero (“zero-sum world”), porque la ganancia de uno equivale necesariamente a la pérdida de otro. En el escenario internacional, las Naciones Unidas no se han convertido en las auténticas garantes del orden mundial, y tampoco se ha impuesto el heterogéneo y discordante G20. Por el contrario, está triunfando la idea de que no todos ganan con la globalización, y menos aún con el fomento de la democracia y los derechos humanos a escala universal. Antes bien, los nacionalismos esgrimen el principio de la absoluta soberanía de los Estados y de la no interferencia en sus asuntos internos, y aseguran que la defensa de los valores democráticos es una simple excusa para actuaciones imperialistas. Desde esta perspectiva de desconfianza, la cooperación internacional, uno de los principios del Derecho Internacional contemporáneo, se resiente y afecta gravemente a los desafíos de la hora presente: cambio climático, lucha contra la pobreza, inestabilidad de los Estados fallidos, inmigración masiva, terrorismo y proliferación de armamentos de destrucción masiva…
El momento unipolar de EEUU ha pasado, pero Rachman subraya con acierto que Rusia y China, sus competidores, carecen de una estrategia o visión general de los problemas del mundo. Les une principalmente su oposición a Washington, y poco más. ¿Y las otras potencias emergentes? El resto de los BRICS y, en general, las potencias de nuevo cuño se limitan a buscar su autoafirmación y a proclamar su retorno al papel de protagonistas de la historia. La receta de Rachman en esta edad de la ansiedad, válida para Europa y EEUU, es el viejo eslogan británico de la II Guerra Mundial, “Keep Calm and Carry On”, pero pocos quieren hacerle caso, sobre todo Donald Trump.
Recientemente Gideon Rachman aseguraba que Trump dejará un lugar en la historia, pues como presidente estadounidense ha cuestionado la globalización, fomentada por sus inmediatos predecesores. Para él, es más importante America First que la supuesta prosperidad universal, y lo ha hecho de un modo explícito y brutal. No le importa erosionar el sistema americano de alianzas en Europa, Asia o cualquier otra parte del mundo. En consecuencia, Trump es uno de los más cualificados representantes del mundo de suma cero. Cree más en un orden mundial en que los aliados tienen que necesitarle más a él, que él a ellos. Seguimos viviendo en la edad de la ansiedad, y hay políticos en todos los continentes que no se sienten a disgusto en ella.