«El mejor de los mundos posibles» es una expresión simplista del complejo Ensayo sobre la teodicea de 1710 del filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz. Voltaire se lanzó contra ella, su idea del mal y su supuesto optimismo en Candide, en el que le hace decir al personaje Pangloss que «todo va de la mejor manera, en el mejor de los mundos posibles» (“tout est pour le mieux dans le meilleur des mondes possibles”). En la actualidad se está produciendo un renovado esfuerzo por impulsar un nuevo optimismo, armado de datos, y también de una cierta filosofía.
Ya hacia el año 2000, en plena post-Guerra Fría y auge de la globalización, los optimistas volvieron a hacer su aparición. El terrorismo yihadista del 11 de septiembre de 2001 y posteriores y la crisis económica y financiera especialmente a partir de la caída de Lehman Brothers, hará este otoño 10 años, los barrieron. En 2015, según una encuesta del Pew Research Center, el doble de gente en Europa pensaba que en términos financieros sus hijos vivirían peor que ellos. Porque en la percepción para el optimismo o pesimismo cuentan más incluso que los avances del pasado –hoy la gran mayoría de los españoles tiene una mejor vida, si bien no más poder, que Felipe II– las expectativas de futuro. El ser humano está más neuro-programado para mirar hacia delante que hacia atrás.
Un referente que está encabezando el nuevo rebrote de optimismo, con publicaciones de calidad, es el científico cognitivo Steven Pinker, que publicó en 2011 un libro muy documentado y de gran interés, Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones (original en inglés: The Better Angels of Our Nature). En éste se centró esencialmente en demostrar con datos que el mundo no había sido nunca menos violento. Ahora va más allá con un nuevo libro: Enlightenment Now. The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress (En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso), que saldrá en junio en castellano.
Ya no se trata simplemente de que el mundo sea más seguro, menos violento, más próspero, sino de muchos otros aspectos de adonde ha llegado la humanidad y de que las cosas pueden aún mejorar mucho. Desde la esperanza de vida al nacer (en el mundo ha pasado de 30 años cuando alumbró la Ilustración a 71 en la actualidad, y en España, añadimos, en el último siglo de 41 a 83 años), la salud (a Pinker le gusta observar que Wikipedia define que “la viruela fue –en pretérito– una enfermedad infecciosa grave”), o una sobrepoblación que se está frenando, entre otros datos. Algo que, por citar otro ejemplo, refleja también Factfulness. Ten Reasons We’re Wrong About the World – and Why Things Are Better Than You Think (Cuestión de Hechos. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo y por qué las cosas están mejor de lo que se piensa), del médico sueco Hans Rosling, fallecido el año pasado, escrito junto a Anna y Ola Rosling. Cuando se hacen preguntas simples sobre las tendencias mundiales –del tipo ¿qué porcentaje de la población mundial vive en la pobreza? ¿cuántas chicas terminan la escuela?–, ya sea a gente de a pie o a la elite del Foro de Davos, señalaba Rosling, sistemáticamente se obtienen respuestas incorrectas. Tan equivocadas, apunta, que un chimpancé que eligiera las respuestas al azar siempre superaría a los maestros, periodistas, premios Nobel y banqueros de inversión. Él se planteó como misión vital “luchar contra la ignorancia global devastadora”. No se consideraba un optimista, sino un “posibilista”.
Los cocientes de inteligencia han crecido globalmente tres puntos en una década. El número de usuarios de móviles ha superado los 5.000 millones en un mundo de 7.600 millones de habitantes. Naturalmente que queda mucho por recorrer, y la perentoriedad de cumplir los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU para 2030 lo prueba. Pinker establece 15 medidas para el avance del bienestar humano, y las documenta. No rehúye la idea de que el ser humano esté destruyendo la Tierra y de que, por tanto, el progreso no es sostenible. Piensa que se buscarán y encontrarán soluciones.
Para Pinker “la razón no es negociable”, lo que no significa que los seres humanos sean perfectamente racionales. Quizá peque de exceso de utilitarismo y de positivismo. Y tenga una idea de la Ilustración inspirada en Kant pero en el fondo poco kantiana por la falta de centralidad de la racionalidad crítica y de sentido de “madurez” que el filósofo de Königsberg (hoy el enclave ruso de Kaliningrado) defendía. Pinker en su nuevo libro valora más esta crítica, y por lo que ésta aboga: que la razón, la ciencia y el humanismo generan progreso y que éste es real, aunque no inexorable. Sigue rechazando de plano el fatalismo. Ya sea para la convivencia entre seres humanos y o, de estos con las nuevas máquinas que no teme.
Pinker ve algunos elementos que van en contra de la Ilustración, esencialmente la fe religiosa (es un “humanista secular”, como diría John Gray), la idea de que las personas son “células remplazables de un superorganismo” (el colectivismo y el comunitarismo), lo que llama el “movimiento verde romántico, pues “subordina los intereses humanos a una entidad trascendente”, el enfoque del “declive” de la civilización, y un movimiento contra la ciencia por ir contra algunos de los elementos anteriores. Ahí están también los populismos –reconoce que escribió su libro esencialmente antes de la victoria de Trump en su país–, el auge de los autoritarismos, el calentamiento global, el regreso de la cuestión nuclear.
El sentido general de la Ilustración ha decaído. Es muy positivo que Pinker lo recupere, aunque no todo acabe teniendo solución como pretende el autor que ve que algunos problemas se resolverán por sí mismos. Sin embargo, el ser humano a veces genera por su acción (u omisión) problemas tan complejos que luego no sabe resolverlos. Muchas críticas a su nuevo libro coinciden en que sigue viendo la botella medio llena, no medio vacía.
Si Pinker destaca el acercamiento global entre sociedades en términos de riqueza, la “gran convergencia” que está revolucionando el mundo, subestima o rechaza uno de los temas de nuestra época: el de la desigualdad en el seno de las sociedades, que ha crecido sobremanera a partir de los años 80 del siglo pasado, pues no lo considera como “un componente fundamental del bienestar”. Le interesa más la reducción de la pobreza. Critica a los intelectuales que se dicen “progresistas” y que, afirma, de hecho “odian” el progreso. Pinker cree en el progreso.
Claro que Candide acababa concluyendo que el optimismo no es sino una manía para insistir que “todo va bien, cuando las cosas van mal”. Y sin embargo, Pinker nos hace ver que muchas cosas van mucho mejor, aunque no estemos en el mejor de los mundos posibles como él mismo apunta, “los problemas que abarcan todo el planeta son formidables”. No está tan en desacuerdo con Voltaire. Cree que nada está garantizando en este mundo inestable, pero que muchas cosas han mejorado, y que partiendo de este reconocimiento se pueden y deben mejorar mucho más.
Es verdad que las malas noticias, por no hablar de las falsas, que venden y circulan más tapan las buenas. Refuerzan los temores de la gente. El “mercado de la gravitas” que describe Pinker, se porta bien. Este año muchos de los asistentes salieron alarmados de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Tampoco los que participaron en el Foro Económico Mundial en Davos se llenaron de optimismo. Claro que el nuevo libro de Pinker no había salido aún. Dijo Mario Benedetti que “un pesimista es un optimista bien informado”. Pinker se lo disputaría, con datos. En todo caso, en el debate entre optimismo y pesimismo, no cabe menospreciar el realismo.