La Declaración de Gales, aprobada en la Cumbre de la OTAN, confirma que el proceso de ampliación de la alianza parece haberse estancado definitivamente. Es cierto que el párrafo 92 de la Declaración reitera la vigencia del art.10 del tratado, donde los Estados pueden acordar, de modo unánime, la admisión de cualquier Estado europeo en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del tratado y contribuir a la seguridad de la región euroatlántica. Sin embargo, la unanimidad de los Veintiocho no es una realidad, pues las percepciones sobre las amenazas a la seguridad son distintas entre la mayoría de los países de Europa occidental y los nuevos miembros de la Europa ex comunista. Esa unanimidad para otorgar la conformidad a un país aspirante implicaría asumir el riesgo de cumplir el compromiso del art. 5: la defensa colectiva frente a un ataque armado contra una o varias de las partes firmantes del tratado. No querer asumir dicho riesgo, pese a que no se disponga forzosamente que la ayuda implique el uso de la fuerza armada, explica las reticencias de ciertos miembros de la Alianza
La defensa colectiva caracterizó a la OTAN de la guerra fría que, pese a todo, no tuvo que efectuar ni un solo disparo. En cambio, tras la euforia por la autodestrucción del sistema comunista, y dando por hecho que las amenazas a la seguridad serían de carácter intraestatal, la Alianza asumió una serie de tareas de seguridad colectiva y cooperativa con las que pretendería justificar su razón de ser. En dicho contexto los procesos de ampliación a doce nuevos miembros fueron considerados por un reforzamiento de la seguridad y la estabilidad en Europa. Pese a todo, la aparición de una Rusia más nacionalista y asertiva, que ha revivido la geopolítica tradicional y que mira más a Eurasia que a Europa, ha terminado con el sueño de un espacio euroatlántico basado en la integración y la cooperación. Dadas estas circunstancias, la ampliación de la OTAN ha perdido su atractivo. De hecho, la Declaración de Gales apenas proporciona esperanzas a los eventuales candidatos. Una vez más se proclama que han de hacer méritos para conseguir sus aspiraciones como si todo dependiera exclusivamente de sus reformas internas, políticas y militares, y se oculta la realidad de que una mayoría de miembros de la organización no consideran prioritarias las nuevas incorporaciones.
Nada se dice de Ucrania en la Declaración como posible país candidato, pese a que las autoridades de Kiev han mencionado la posibilidad de una reforma constitucional que modifique el estatus de neutralidad adoptado en 2010. El resultado de las elecciones parlamentarias del próximo octubre puede favorecer esta reforma, aunque en la práctica se debe cuestionar su utilidad. Equivaldría a la consagración de la partición definitiva de Ucrania, en un momento en el que los rebeldes pro-rusos ya no quieren hablar ni de autonomía ni de federalismo sino que se reconozcan sus aspiraciones a la soberanía estatal. El requerimiento de entrada de Ucrania en la Alianza sería, sobre todo, fruto de la indignación de Kiev ante la violación por los rusos de su soberanía. Sin embargo, los aliados de la OTAN no demostrarán excesivo interés en incomodar a Moscú. De hecho, han aprobado en Gales el establecimiento de una fuerza de reacción rápida, pero en ningún caso constituir bases militares permanentes en el este de Europa. La Alianza, en su conjunto, se limitará a asistir a Ucrania en su reforma militar en los términos de la Carta de Asociación de 1997.
No es mejor la situación para otros países oficialmente candidatos. La Declaración dedica dos párrafos a Georgia, de la que reconoce sus esfuerzos para reforzar su democracia y modernizar sus fuerzas e instituciones de defensa. Se la sigue considerando como aspirante, aunque se elude una vez más invitarla a iniciar el Membership Assistance Plan (MAP). Tampoco ha constituido una sorpresa la ausencia de una invitación a Montenegro para formar parte de la Alianza, aunque se encomiende a los ministros de asuntos exteriores evaluar los progresos de este país, antes de finales de 2015, para proceder a su aceptación. Llamativo es el reconocimiento implícito de que una parte de la población se oponía al ingreso de la Alianza (párrafo 95). No es extraño porque el referéndum de 2006, que implicó la separación de Serbia, lo ganaron los independentistas por un estrecho margen. Este caso, y el de Bosnia-Herzegovina en el que es determinante la actitud negativa de los serbios de la República Sprska, son ejemplos de que la influencia de Rusia en los Balcanes Occidentales no ha disminuido por el mero hecho de las aspiraciones de los países de la región para entrar en Europa. La historia y la geopolítica no se borran de la noche a la mañana por formar parte o no de una organización internacional.