El G20, que reúne a un 85% del PIB, un 80% del comercio y dos terceras partes de la población en el mundo, no es una institución sino un mecanismo de coordinación y de impulso de políticas. Con cumbres de jefes de Estado y de Gobierno desde hace 10 años a raíz de la crisis financiera que se desató entonces, coordinó una respuesta de estabilidad financiera y de estímulos ante la recesión desatada sobre todo en el mundo desarrollado… hasta que el debilitamiento de los intereses comunes produjo en una parte de sus miembros europeos el giro hacia la austeridad. Desde entonces, el G20, este año bajo presidencia argentina y en el que España participa como invitado permanente, hace menos, pero abarca más. Su agenda no ha dejado de ampliarse, quizá perdiendo foco. ¿En qué debe centrarse?
Dennis Snower, presidente de la fundación alemana Global Solutions, plantea unos ámbitos principales en los que se debe centrar el G20: son los que implican bienes y recursos comunes, las desigualdades y las distancias sociales más perniciosas. Entre los bienes comunes cabría incluir el multilateralismo, el comercio internacional, el medioambiente, la cohesión social y un nuevo contrato social para la era digital, la tecnología y su difusión entre países y dentro de ellos con una cierta idea de justicia tecnológica, una educación general para esta era de la Cuarta Revolución Industrial, y un sistema financiero estable y justo, entre otros. Claro que para ello se necesitaría abandonar la política del “yo primero”, el nacionalismo y el unilateralismo. Cabría añadir a esta dimensión su otra cara, la de la lucha contra algunos males comunes, como pueden ser la corrupción, el calentamiento global, la polución del aire o de los mares, las pandemias, el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva, aunque el G20 no se ocupa en exceso de las cuestiones de seguridad. Pero sí es un marco para cerrar filas, también frente a un Trump reticente, y pese a que Argentina y su presidente Macri, en la presidencia, necesiten en estos momentos de su nueva crisis del apoyo de EEUU bilateral y en el FMI.
Muchos de estos temas se han debatido en la cumbre del T20, la red de think-tanks del G20, en Buenos Aires, de la que forma parte el Real Instituto Elcano. Las ricas conclusiones de meses de arduo trabajo apuntan a tres prioridades: (1) que el G20 lance un diálogo para rediseñar la Organización Mundial del Comercio (OMC), para salvar un mundo abierto (y volver así a involucrar a EE UU con Trump); (2) que tenga un papel central en la lucha contra el cambio climático y el cumplimiento del acuerdo de París; y (3) la promoción de un nuevo contrato social para estos tiempos digitales y de desigualdad, que, entre otras cosas, colme también la brecha de género, y todo de una manera representativa, diversa y flexible.
Claro que hay escollos, más allá de Trump. Uno es que esta gobernanza requiere de narrativas diversas globales y con visiones largas, que conecten con la gente. Durante años, desde los años 80, sólo ha habido una, la neoliberal. Otra cuestión, como planteó un participante chino, es si un sistema esencialmente occidental puede acomodar a países no occidentales, a una “diversidad de modernidades”. Quizá sí, si de valores más individualistas se pasa de forma global a otros más comunales, más asiáticos. Tercero es que se puede y se debe pensar y actuar globalmente, pero la política es aún local, esencialmente nacional.
Claro que la política tradicional ya no basta, y menos cuando en buena parte del mundo —desde luego en Occidente— hay una crisis de confianza bastante generalizada en los políticos y las instituciones. Ha habido, además, un debilitamiento de la capacidad de gobernanza a todos los niveles. No es que no haya capacidad para evitar una nueva crisis como la de 2008, es que no la habría para resolverla si ocurre. En todo caso, se necesita incorporar a esta gobernanza una dimensión que se puede llamar inductiva, de abajo a arriba, con más actores, desde las sociedades civiles y los ciudadanos, las ciudades y las empresas que están creando nuevas realidades. Sólo así se conseguirá que un mundo más complejo y diverso se vuelva más gobernable. El G20 no es el marco para esa gobernabilidad, pero sí para impulsarla.