El alto el fuego que entró en vigor la madrugada del miércoles, 27 noviembre, es una gran noticia para el Líbano y los libaneses, que desde mediados de septiembre han sido objeto de una serie de devastadores ataques por parte de Israel. La pregunta ahora es cuándo se acabará la violencia casi sin límites que azota Gaza desde hace 14 meses.
El Líbano ha sido asolado. Los bombardeos aéreos israelíes y la voladura con cargas explosivas de aldeas enteras, han convertido el sur del país, especialmente un “cinturón de seguridad” de cinco kilómetros a lo largo de la frontera con Israel, en una zona inhabitable. Los cientos de miles de libaneses que fueron desplazados tienen muy poco a lo que volver. Más de 3.700 libaneses y 140 israelíes, civiles y combatientes, han muerto en la guerra entre Hizbulah e Israel. También decenas de miles de israelíes desplazados por los cohetes de Hizbulah esperan poder regresar a sus hogares.
‘‘Gaza prácticamente no existe dentro del orden interestatal y, por lo tanto, no tiene apenas herramientas para defenderse dentro del sistema multilateral‘‘.
Siguiendo la lógica israelí desde el comienzo de los enfrentamientos, y en particular las declaraciones del primer ministro Netanyahu, cuesta entender la razón por la cual este último ha accedido a un alto el fuego. La confusión es mayor cuando se compara con el fracaso en alcanzar un cese de hostilidades en Gaza. La campaña militar israelí ha compartido un objetivo principal: neutralizar al grupo armado que le amenaza desde estos territorios. Acabar con Hamás en Gaza y con Hizbulah en el Líbano.
No obstante, Israel ha perseguido este objetivo en Gaza con bastante más éxito que en el Líbano. En Gaza, continúa bombardeando de manera incesante desde hace más de un año y cabe suponer que ha segado la vida de una buena parte de los dirigentes de Hamás y miembros de su milicia, las Brigadas de Iz al-Din al-Qassam –junto con la de decenas de miles de civiles–, además de destruir casi por completo sus infraestructuras. Por otro lado, Hizbulah ha recibido un duro golpe, pero el daño a la organización, su personal e infraestructuras, no es comparable al de Hamás.
Una diferencia relevante es que, en Gaza, Israel tiene además otros objetivos. Mientras se podía pensar que Israel podría perseguir reocupar el sur del Líbano y reestablecer allí un “cinturón de seguridad”, el equivalente en Gaza es inequívoco. Israel está asumiendo el control de amplias áreas de la Franja de Gaza y sentando las bases para permanecer allí a largo plazo. Serían no sólo “zonas de seguridad”, sino también asentamientos judíos que eventualmente Israel se anexionaría.
Más importante que los objetivos israelíes adicionales en uno y otro territorio, es el hecho de que el Líbano es un Estado-nación y Gaza un mero territorio ocupado tratado de facto por el resto del mundo como un terreno rebelde. Gaza prácticamente no existe dentro del orden interestatal y, por lo tanto, no tiene apenas herramientas para defenderse dentro del sistema multilateral. Los países de la región, de Europa, del mundo, no podían permitir que el Líbano fuese arrasado como Gaza. La destrucción de Gaza tiene graves repercusiones, pero es relativamente contenible.
Y por eso el alto el fuego es un gran éxito para Netanyahu. Su objetivo principal era desvincular el frente norte (Líbano) de sus operaciones militares en el flanco suroeste (Gaza) y así poder concentrarse en la ocupación permanente de Gaza. Hizbulah comenzó a lanzar cohetes contra el norte del Líbano desde el día después del devastador ataque de Hamás, el 7 octubre de 2023, con el objetivo de forzar el fin de la guerra israelí contra Gaza y en ese empeño ha fracasado. El cese del fuego en el Líbano es, además, parte de una estrategia de Netanyahu para avanzar según acuerdos limitados y soluciones parciales que no le aten las manos, mientras continúa intentando reconfigurar la región. Pero no es la “victoria total” en todos los frentes que Netanyahu ha pregonado. Israel ha terminado aceptando el statu quo que establece la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de 2006, como principal marco para el alto el fuego, lo que ayuda a Hizbulah a camuflar su derrota.
El éxito de Estados Unidos (EEUU) y Francia como mediadores refleja, a la vez, la debilidad del sistema multilateral, ya que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no participó directamente en las negociaciones sobre una resolución del Consejo de Seguridad (no obstante, la organización multilateral desempeñará un papel central debido a que UNIFIL, la misión de Naciones Unidas en el Líbano será el instrumento básico en su aplicación). Los términos del alto el fuego están lejos de la perfección. El acuerdo esconde un agujero que es capaz de socavar todo el acuerdo: la carta confidencial de EEUU que garantiza a Israel su derecho a responder militarmente a lo que este último considere que sea una violación. Esta condición –parte del debate entre un alto el fuego temporal o permanente– fue uno de los dos puntos –el otro trataba sobre la retirada total o parcial de sus tropas de Gaza– que hicieron fracasar este verano las negociaciones para un cese de la violencia en Gaza.
Además, Netanyahu y sus partidarios insinúan que Biden amenazó con imponer un embargo de armas y levantar su veto a las Resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Tampoco se puede descartar la influencia de Trump, que se ha expresado a favor del fin de la guerra en el Líbano y presionó a Netanyahu a aceptar el acuerdo propuesto por el enviado de la Casa Blanca, Amos Hochstein. Por su parte, el Estado Mayor israelí apoyó el acuerdo a causa del desgaste del ejército.
Las órdenes de arresto del Tribunal Penal Internacional contra Netanyahu, como parte de un clima internacional cada vez más crítico con la violencia empleada por Israel, también han influido. No es coincidencia que Francia declarase inmediatamente después del comienzo del alto el fuego que Netanyahu, como primer ministro, goza de inmunidad –un argumento en sí mismo contestado–.
El Líbano tiene profundos problemas internos y el alto el fuego no los resuelve, sino que dará paso a que resurjan y aumenten. Se trata de la hegemonía político-militar de Hizbulah, la crisis política asociada, que ha dejado sin presidente al país durante más de dos años, sin hablar del colapso económico que sufren los libaneses desde finales de 2019. Pero el alto el fuego es sin duda un paso en la dirección adecuada hacia el fin de uno de los periodos más oscuros de la historia moderna de Oriente Medio. Staffan de Mistura, enviado especial del secretario general de la ONU para el Sahara Occidental, dijo en relación al alto el fuego, horas después de que entrase en vigor, que, al igual que los conflictos son infecciones que se esparcen, su resolución también cambia la percepción de que todo se deteriora y puede provocar un efecto dominó positivo.
No obstante, hay pocas razones para el optimismo en Gaza, que se define desde hace décadas por su excepcionalidad. Una editora del diario israelí Haaretz, afirmaba que, con respeto a Gaza, Israel huye hacia adelante: “En Gaza buscamos librarnos de la frustración y de la imagen colapsada de nosotros mismos. Israel no acepta lo que pasó y es incapaz de interiorizar el fracaso. A pesar de todos sus ‘logros’, nunca será el que fue derrotado el 7 octubre. Porque Israel no sabe perder, no puede parar. Y cuanto menos para, sus pérdidas se acumulan unas encima de otras.”
Mientras, en Gaza, los cientos de miles de palestinos empujados por los constantes bombardeos israelíes hasta la orilla del mar se encuentran estos días vapuleados por el frío, el viento, la lluvia y el agua salada, casi sin refugio y al límite de la supervivencia. Quizá, cada vez se esté más cerca de lo que en su momento dijo el exprimer ministro israelí Isaac Rabin: “…desearía que la Franja de Gaza se hundiera en el agua”, aunque añadió, “pero no veo que esa solución sea posible”.