El final de cuatro décadas de insurgencia kurda es la consecuencia más reciente de la guerra de Gaza que, tras comenzar en octubre de 2023, está reconfigurando Oriente Medio. Pese a que la verdadera importancia histórica del 27 de febrero de 2025 para Turquía, Oriente Medio y el sistema internacional se entenderá mejor a su debido tiempo, la sensación de que, tras la caída del régimen de al-Assad, Israel podría echar mano de la influencia kurda contra los intereses turcos fue un factor decisivo para propiciar un acercamiento al líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan.
Cabe esperar que el abandono de las armas y la disolución definitiva del PKK se produzcan muy pronto, lo que significa que, por primera vez en la centenaria vida de la República de Turquía, no se pondrá fin a una insurgencia kurda por medios militares, sino por decisión voluntaria de quienes la iniciaron.
El 27 de febrero de 2025, Öcalan, que cumple cadena perpetua desde hace 26 años en la isla presidio de İmralı en el mar de Mármara, frente a la costa de Estambul, en una cárcel que recuerda a la isla Robben donde estuvo preso Nelson Mandela frente a Ciudad del Cabo (Sudáfrica), emitió un “Llamamiento por la paz y la sociedad democrática” en el que, a ojos de muchos kurdos, daba instrucciones tácitas a su organización para deponer las armas y disolverse, convocando un congreso en el impenetrable reducto de los montes Qandil, en la frontera norte de Irak con Irán. Un día después, la respuesta del PKK fue positiva y el grupo declaró que acataría el requerimiento de su líder y fundador.
Cabe esperar que el abandono de las armas y la disolución definitiva del PKK se produzcan muy pronto, lo que significa que, por primera vez en la centenaria vida de la República de Turquía, no se pondrá fin a una insurgencia kurda por medios militares, sino por decisión voluntaria de quienes la iniciaron.
Süleyman Demirel, expresidente y antiguo primer ministro de Turquía, mencionó en una ocasión que la insurgencia encabezada por el PKK había sido la 29ª y la más fuerte y sostenida en la concatenación de insurgencias kurdas contra el poder central turco de Ankara que amenazaban la integridad territorial del país. Puede ser que el ordinal sea una exageración, pero desde la fundación de la República de Turquía sobre las cenizas del difunto Imperio otomano, la supresión de la identidad kurda provocó al menos tres revueltas importantes entre 1925 y 1937 que fueron reprimidas con violencia, y cuyos líderes fueron ejecutados sin que se dejara constancia de lo ocurrido con sus restos. La lucha armada del PKK comenzó en 1984, liderada por un Abdullah Öcalan que encontró refugio en Siria hasta su deportación en 1998, para ser capturado en última instancia en una operación en Kenia gracias a la ayuda de los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes, tras lo cual fue llevado a Turquía para cumplir una cadena perpetua agravada a raíz de la eliminación de la pena capital del ordenamiento jurídico del país para cumplir con los requisitos del proceso de adhesión a la UE.
En prisión, Öcalan se transformó ideológicamente y empezó a influir más que nunca, extendiendo su alcance hasta los kurdos sirios, quienes, tras la guerra civil de Siria que dio comienzo en 2011, y gracias a sus éxitos militares sobre el terreno contra el Estado Islámico (ISIS) con el apoyo estadounidense, lograron controlar más de una tercera parte del territorio sirio, incluidos los campos de petróleo.
El desarrollo de los acontecimientos en Oriente Medio tras el 7 de octubre de 2023, fecha del ataque de Hamás contra Israel que desencadenó una devastadora guerra en Gaza, cambió por completo la ecuación y el panorama político de la región. Con el menoscabo al poder de Irán y sus secuaces, el debilitamiento del llamado Eje de la Resistencia contra Israel promovido por Irán y la postura incondicional proisraelí del nuevo gobierno estadounidense de Donald Trump, el futuro de Oriente Medio se antojaba más incierto que nunca para las autoridades turcas. Ankara recelaba de que Israel, la potencia regional emergente, decidiese utilizar a los kurdos –oprimidos durante mucho tiempo por árabes, turcos y persas– y aprovechara su creciente influencia en la región en contra de los adversarios reales y potenciales de Tel Aviv en la zona, con los riesgos consiguientes para la seguridad estratégica de Turquía. Con la implosión del régimen sirio, Turquía se situó en primera línea –junto a Israel– como vencedor estratégico y se presentó como valedor del nuevo régimen de Damasco.
La relación de Israel con los kurdos se remonta a principios de la década de 1960, cuando la insurgencia kurda en Irak bajo el liderazgo de Mullah Mustafa Barzani estrechó lazos con Israel por mediación del sah de Irán. La revitalización de esas relaciones con apoyo militar y diplomático para los kurdos sirios (y quizá más adelante para los kurdos iraníes) procedente del Israel actual, mucho más fuerte que el de entonces, sería una pesadilla para Ankara, puesto que más de la mitad de los kurdos del planeta son autóctonos de Turquía.
Los kurdos consiguieron crear una entidad cuasi independiente en el norte de Irak tras la Guerra del Golfo de 1990-1991 y la invasión estadounidense del país –con apoyo de una coalición internacional– en 2003. El Gobierno Regional del Kurdistán iraquí, pese a formar parte del Estado federal de Irak, se erige como una potencia regional kurda. La guerra civil siria de 2011 provocó la aparición de otra entidad de autogobierno kurdo afiliada al infame PKK que controlaba más de una tercera parte del territorio sirio. En vista de la profunda transformación de la región a raíz de la guerra de Gaza, y en particular, la implosión de los 60 años de régimen sirio, ya no resulta descabellada la posibilidad de que el siguiente en caer sea el régimen iraní hasta sumirse en el desorden, lo que permitiría que los kurdos creasen por fin su propia entidad nacional. Ante esa situación, los dirigentes turcos optaron por mover ficha.
Mientras Turquía no abordase de frente su problema primordial de fondo, que no es otro que la cuestión kurda, no se sentiría nunca segura en una región donde el futuro es tan incierto. La decisión que se adoptó fue poner fin a la insurgencia kurda y potenciar la unidad nacional y social. Para cumplir ese objetivo, las autoridades turcas recurrieron a Öcalan, con un extenso diálogo en la isla presidio entre el dirigente del PKK y representantes de Turquía en el que participó también el líder ultranacionalista Devlet Bahçeli. El poderoso presidente del partido ultranacionalista Partido de Acción Nacionalista (MHP) siempre ha sido un socio fundamental para la coalición del presidente Tayyip Erdoğan. Sin él, Erdoğan no habría podido consumar su gobierno de hombre fuerte. Bahçeli posibilitó su giro autoritario tras el fallido golpe de Estado de julio de 2016 que llevó a Erdoğan a declarar el estado de emergencia y gobernar por decreto, sobre todo tras la enmienda constitucional de 2017 que estableció un sistema presidencialista que acabó convirtiéndose en un gobierno unipersonal.
El hecho de que Bahçeli llevase la voz cantante en el acercamiento a Öcalan y a los kurdos se interpreta en líneas generales como una gran baza para que la iniciativa de paz llegue a buen puerto, ya que, hasta el momento, todos los intentos de resolución política y pacífica se han visto desbaratados principalmente por el bloqueo de Bahçeli y sus acólitos. Cabe mencionar también que fue Devlet Bahçeli quien inició la estrategia de persuasión con Öcalan en octubre de 2024, antes incluso de la caída de Damasco.
Bahçeli hizo referencia a revigorizar la fraternidad milenaria entre kurdos y turcos, consolidando así “el frente interno” contra los contubernios diseñados por “los imperialistas” y las amenazas planteadas por el desarrollo de los acontecimientos en la región. Todos los funcionarios estatales han demonizado a Öcalan durante mucho tiempo. Su nombre se pronunciaba nunca sin apelativos previos como “el cabecilla terrorista” o “el asesino de bebés”. Tras su llamada del 27 de febrero de 2025, Bahçeli dejó de emplear esas coletillas denigrantes y empezó a referirse a él con el respetuoso título de “líder fundador”.
La repercusión de la transcendental llamada con Öcalan para poner fin a 40 años de insurgencia también tuvo un efecto positivo en Siria. El 10 de marzo de 2025, dos de los dirigentes político-militares más poderosos de Siria tras la caída de al-Ásad, el presidente en funciones en Damasco, Ahmed al-Sharaa, y el comandante kurdo pro-Öcalan de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), Mazlum Kobane Abdi, firmaron un acuerdo preliminar con mediación estadounidense para integrar a los kurdos de Siria en el nuevo Estado que se iba a fundar. El espíritu del texto de reconciliación de ocho puntos entre Ahmed al-Sharaa, respaldado por Turquía, y el líder kurdo Mazlum Kobane Abdi, favorable a Öcalan, refleja la visión del dirigente kurdo encarcelado sobre el futuro de los kurdos en Siria. Aún es pronto para confiar en que la transición en Siria transcurra sin problemas.