El Tratado de Armas Nucleares Intermedias (INF, en sus siglas en inglés) de 1987 entre EEUU y Rusia marcó una nueva época y el comienzo del fin de la Guerra Fría. Por él, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov renunciaron (cero por cada lado) a toda una categoría de armas: a los misiles lanzados desde tierra de 500 a 5.500 km de alcance, entonces misiles Pershing 2 y de crucero terrestres por parte estadounidense y los SS-20 (nomenclatura OTAN) soviéticos. En aquella época China no contaba gran cosa en este juego nuclear de teatro, esencialmente europeo. Treinta y un años después, el anuncio por Donald Trump de que EEUU denunciará este acuerdo tiene tanto que ver con Moscú como con Pekín.
Con Moscú, porque la Administración estadounidense acusa a Rusia de violar el acuerdo con su nuevo misil Novator 9M729 (SSC-8 en nomenclatura OTAN). Barack Obama ya planteó una “estrategia integrada” que no ha funcionado para forzar a Moscú a cumplir. La OTAN, cuyos despliegues convencionales se han ido incrementando hacia la frontera de la Federación Rusa, nunca ha renunciado al arma nuclear, manteniendo siempre una postura de ambigüedad sobre su uso. En 1971, según algunos estudios, la OTAN (es decir, EEUU) llegó a tener 7.300 cabezas nucleares desplegadas, aunque desde entonces se han retirado unas 7.000. La OTAN sigue siendo una alianza en la que el arma nuclear es central. Tiene aún armas (estadounidenses) nucleares en aviones y tácticas –no hay un cero total– en cinco Estados miembros que contribuyen a esos despliegues aéreos. EEUU, Francia y el Reino Unido tienen, además, otras marítimas. La OTAN ha desarrollado una estrategia de Poder Conjunto Aéreo (Joint Air Power, JAP) tanto para hacer frente a desafíos tanto convencionales como nucleares. “Una de las grandes paradojas actuales es que el nivel de fuerzas armadas concentradas en ambos lados de la frontera común OTAN-Rusia es mucho más bajo que hace 25 años, pero el riesgo de conflicto armado es mucho más elevado”, escribía ya antes del anuncio de Trump Alexei Arbatov desde el Centro para Seguridad Internacional en Moscú.
El Tratado INF ya venía aquejado de muerte lenta. Todo esto, en medio de una aproximación de la Administración Trump para hacer más utilizable el arma nuclear, reduciendo su tamaño y con una “estrategia de disuasión nuclear flexible y a medida”, que tiende a borrar la separación entre armas nucleares y convencionales, no sólo de cara al teatro europeo, sino mundial. Los casos –nucleares y de misiles– de Corea del Norte, y, en la visión trumpiana, de Irán, pesan también. Trump quiere tener todas las opciones en su mano. Lograrlo en el teatro europeo sería grave porque a menudo las armas nucleares tácticas se guardan en los mismos lugares que las convencionales, y las transportan los mismos aviones. Sin el acuerdo INF, el despliegue de nuevas cargas nucleares en ambos lados podría verse incrementado y, con ello, la posibilidad de su uso pronto en un eventual conflicto, con una escalada mayor.
Probablemente, la decisión de Trump hace que la culpa del fin de este tratado recaiga en EEUU pese a supuestamente haberlo violado antes Rusia. Ya sin estos límites se puede desatar una nueva carrera nuclear, quizá más cualitativa que cuantitativa, aunque el Pentágono no parece disponer de ningún misil de este tipo, y si lo tuviera tendría dificultades para despegarlo en Europa, porque ningún aliado lo querría en su territorio. La preocupación de los aliados de EEUU ha aumentado ante lo que es una nueva dimensión de la idea de America First, y una nueva razón de desacuerdo con Washington en una OTAN ya tocada, que no tiene claras las líneas rojas a imponer a Rusia. El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, ha calificado la decisión de lamentable, y señalado que “plantea cuestiones difíciles para nosotros y para Europa”. Los recuerdos de las grandes manifestaciones en los años 80 contra el despliegue de los Pershing 2 están aún vivos en muchos dirigentes, que creían haber eliminado el temor a una guerra nuclear, un fantasma que puede volver con una nueva Guerra Fría de nuevo cuño. Sobre todo, porque puede entrar China.
China es lo que verdaderamente preocupa a la Administración Trump, y puede ser la razón principal de esta decisión. John Bolton, consejero de Seguridad Nacional de Trump, consideró tras su reciente visita a Moscú que poderes emergentes como China implican que hay “una nueva realidad estratégica ahí fuera”. Calificó el INF de “tratado bilateral en un mundo multipolar de misiles balísticos”. El Tratado, afirmó, no ha sido aún denunciado por EEUU pero lo será “en tiempo debido”.
Una posibilidad de salvarlo, bajo otra forma, sería que Rusia y China se sumaran a un nuevo acuerdo sobre este tipo de armas. Vladimir Putin tiene pocos incentivos para hacerlo en este u otros ámbitos, cuando ha perdido la superioridad en armas convencionales y busca al menos una estricta paridad nuclear, en todos los niveles, con EEUU, algo que ponen en duda los sistemas de defensa antimisiles estadounidenses. China aún menos porque, libre de ataduras de ese acuerdo, una gran parte de su arsenal de misiles, convencionales y nucleares son armas de este alcance, a las que no va a renunciar. Quizá aborden un nuevo enfoque Trump y Putin cuando se reúnan el 30 de noviembre en Buenos Aires, con ocasión de la cumbre del G20.
Rusia también tiene que perder con el fin del Tratado Cero-Cero. No le conviene meterse en una carrera nuclear a la vez en su flanco occidental (EEUU y OTAN) y Oriental (China, y Corea del Norte). El INF era cosa de dos, pero era parte de un conjunto de acuerdos nucleares. El que limitaba las defensas contra misiles, el ABM, lo denunció George Bush en 2001. El último START sobre armas estratégicas (de 2010 y que expira en 2021) no tiene aún visos de continuidad. El control de armamentos, que aunque bilateral en estos casos, afecta a todo el mundo, está en crisis.
Aunque el estilo negociador de Trump consiste a menudo en agitar el fin de acuerdos para lograr unos nuevos, vaciar la bañera del acuerdo de 1987 con el niño dentro es peligroso. En todo caso, lejos queda el buen propósito de Obama, enunciado en Praga en 2009, de alcanzar un mundo libre de armas nucleares. Es desestabilizante avanzar hacia una nueva Guerra Fría, esta vez a tres bandas, sin una doctrina que garantice la estabilidad. El equilibrio del terror, por muy terrible que pareciera, funcionó basado en la disuasión mutua. A tres, sería mucho más complicado. La situación hacia la que se avanza puede ser incluso más peligrosa porque acerca el uso del arma nuclear que el mundo ha evitado desde Hiroshima y Nagasaki.