Todo (o casi) entra en la digitalización, acelerada con la pandemia. Tampoco podía escapar a esta tendencia acelerada el dinero, ya en parte digitalizado, cuando el efectivo, el cash, empieza a entrar en desuso. Hace dos o tres años, pocos eran los que hablaban del euro digital. Hoy el Banco Central Europeo (BCE), o mejor dicho el grupo de trabajo Eurosistema, lo está diseñando para dentro de cinco a siete años. Aún está en fase de investigación. Quedan muchos problemas sectoriales y tecnológicos, incluida una ciberseguridad a prueba de la futura computación cuántica, entre otras. Pero venir, viene, y va a ser más una revolución que una evolución, según la dicotomía planteada por Fabio Panetta, miembro del Consejo Ejecutivo del BCE. Los bancos privados lo saben y andan preocupados y ocupados pues esto va a ser parte de la reinvención de su futuro. Los ciudadanos no están aún muy al tanto, pero cuando lo estén, pedirán más que lo que se está planteando ofrecerles.
El euro digital será como los billetes: una garantía por parte del BCE, es decir, la mayor garantía que puede existir, pues el Banco Central no va a quebrar. Es dinero soberano. Tendrá competidores, como las criptomonedas, que no son dinero, y sobre todo las llamadas stablecoins en manos de empresas privadas. Facebook (Meta), con sus 2.910 millones de usuarios en el mundo, que, tras proponer el lanzamiento de la Libra, basada en una cesta de divisas, está rediseñando su proyecto bajo el nombre de Diem con depósitos sobre la base de reservas muy sólidas. Un portavoz de Meta ha dicho que incluso podrían llegar al 100% de reservas en bancos centrales. Otras grandes tecnológicas, big techs, están también en ello. Frente a ellos, o para ellos, el euro digital será un ancla monetaria.
Pero el BCE está contemplando como opción limitar la cantidad que cada ciudadano pueda tener en euros digitales –en su tarjeta (si aún existe), en su móvil, en su banco o en otras formas aún no decididas– a unos 3.000-4.500 (la media de ingreso mensual en la mayor parte de los países de la Eurozona), y a la vez permitir que se use para transacciones amplias. Un objetivo claro de esta limitación es preservar el sistema bancario, ya metido en un proceso de transformación profunda. Los ciudadanos no aceptarán esta limitación si se abre la posibilidad –que será muy difícil de frenar– de poder acceder al dinero público y soberano digital emitido por los Bancos Centrales (en este caso el BCE), lo que se llama también “reservas”. Y eso se puede hacer de varias formas. Una de ellas es tener depósitos en el Banco Central. Hay otras, como, por ejemplo, los tokens, que no son “depósitos”, o bien hacerlo por intermediarios que lo distribuyan (sin crearlo, como los bancos actuales). Pero (siempre puede haber excepciones) hoy por hoy no se plantea que el BCE u otros bancos centrales se dediquen a otorgar préstamos en su moneda digital.
El euro digital está en camino. Es parte de la Estrategia Digital 2030 de la UE, anunciada por la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen. Pero de esto, en la Conferencia sobre el Futuro de Europa que tiene que desembocar el año próximo bajo presidencia francesa, se habla poco. Y sin embargo es de lo más importante para el futuro de Europa.
El euro digital se puede ver como un medio de pago –como otros medios digitales, incluyendo en España el uso meteórico de Bizum, propiedad de 23 entidades bancarias (un buen ejemplo de innovación)– o como un valor de depósito (store value). Será difícil parar su transformación en depósitos, que estarán garantizados no por los Estados, como ahora (sin que exista una garantía europea de depósitos que algunos países rechazan contemplar), sino por la propia soberanía del BCE, lo que vale para otras monedas digitales y otros bancos centrales, como el dólar, el yuan chino, la libra esterlina o la corona sueca. Son los llamados CBDMs (central bank digital monies, dineros digitales de los bancos centrales), entre los que tiene que haber interoperabilidad –otro de los grandes retos– pues un objetivo es el abaratamiento de los costes de las transacciones internacionales.
Otro elemento que los ciudadanos –y las empresas– no aceptarán será, como se está sopesando, que conlleve tipos de interés negativos, lo que equivaldría a una nueva forma de impuesto sobre sus ahorros o percepciones. El euro digital requerirá cambios de tratados europeos y de leyes nacionales, lo que llevará a un debate político.
Esto no es el fin de los bancos privados, sólo que su negocio no será tanto el de los depósitos de los clientes, y tendrán que competir con otros fenómenos (criptomonedas, stablecoins, fondos de inversión múltiples, etc.). Como ha indicado Panetta, que participó en un debate en Madrid en el Real Instituto Elcano, el BCE no planea interactuar directamente con cientos o miles o millones de usuarios que tengan euros digitales. Se necesitarán, en su opinión, intermediarios financieros, en particular bancos, pero estos cambiarán de sentido y tendrán más competidores. Intermediación bancaria, estabilidad financiera y el sistema financiero internacional son tres de los grandes temas del euro digital cuya solución no está clara. Como tampoco la garantía de la privacidad para sus usuarios. Sin olvidar que hay que lograr que el euro digital no genere (como las criptomonedas) más emisiones de gases de efecto invernadero por un consumo desbocado de electricidad.
La transición será compleja. Por eso es importante ir haciendo ensayos. Suecia ha empezado, Bahamas también, y China, aunque adelantada respecto a otras monedas, va ligeramente atrasada para ensayarlo en los Juegos Olímpicos de Invierno en febrero próximo. Queda mucho por hacer, y poco tiempo. Así son las revoluciones.