El Estado Islámico (EI) lleva unos meses acaparando las portadas de los medios de comunicación y los titulares de las noticias. Victorioso en el campo de batalla y en el de la propaganda, parece que está a punto de consolidar su Califato. Sin embargo, de ser solventes los argumentos que se exponen a continuación, el EI podría estar a punto de entrar en descomposición tras superar la cúspide de su apogeo.
El EI no ha dejado de crecer desde que dejó de ser el grupo terrorista que actuaba en Irak y Siria, para liderar un movimiento insurgente que ha ocupado un territorio entre ambos países como punta de lanza de su autoproclamado califato. La historia de su éxito comenzó cuando se distanciaron de al-Qaeda para montar su propia franquicia yihadista en Siria, aprovechando el debilitamiento de las facciones leales a la dirección de la central terrorista y la distracción bélica del resto de las fuerzas empeñadas en combatir con el régimen, contra él o entre ellas. Siendo más radicales y violentos que los demás, consiguieron reclutar más combatientes y fondos que otros para escalar el ranking de las organizaciones yihadistas. Apoyándose en el territorio liberado en Siria, no tardaron en aprovechar la ventana de oportunidad que se les presentaba para liderar la insurgencia suní en un Irak dividido políticamente y debilitado militarmente. Poco a poco, el Estado Islámico comenzó a ocupar ciudades como Ramadi, Faluya y Mosul y en junio de 2014 se encontró a las puertas de Bagdad, la capital del gobierno pro-chií, y Erbil, la capital del Gobierno Regional de Kurdistán.
La derrota fulminante de las Fuerzas Armadas iraquíes a manos de las milicias suníes y yihadistas puso el control de territorios y fronteras bajo el EI que rápidamente se entregó a una labor de limpieza étnica, purga de líderes suníes y eliminación de minorías religiosas para consolidar su control, una política que ya había seguido en Siria para eliminar cualquier brote potencial de disidencia. El éxito propició que su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, se autoproclamara sucesor de Mahoma (califa) y estableciera un Califato.
De haberse detenido allí, al EI le hubiera sido fácil consolidar el control de un territorio por el que no pensaban luchar las tropas occidentales –ni las locales a juzgar por la desbandada iraquí– y que ya daban por perdido en Bagdad, Erbil y Damasco. Sin embargo, el EI no pudo evitar la tentación de avanzar hacia el territorio kurdo en el norte ni la de intentar controlar la frontera con Irán como había hecho antes con la de Siria. Al hacerlo, ha obligado a Turquía, Irán, EEUU y la guerrilla kurda a aparcar sus enfrentamientos y coligarse con Irak para luchar contra el Estado Islámico.
Al avanzar hacia la capital –o dinamitando mezquitas chiíes– ha puesto en su contra a las distintas milicias chiitas que rivalizaban por el control del sur del país, a las que se han sumado las que han vuelto de Siria para defender sus lugares de origen y culto. Poniendo en riesgo la supervivencia del gobierno iraquí, ha conseguido poner de acuerdo a todos los opositores al presidente Nuri Al-Maliki –incluidos EEUU e Irán– para hacerle caer y dar paso a un gobierno más inclusivo cuya segunda prioridad –la primera será consolidarse– será la de desalojar al EI del territorio iraquí. Incluso Rusia ha enviado equipo militar a Irak para apuntalar un régimen con el que comparte afinidad política y la preocupación por el riesgo existencial del islamismo yihadista.
El apoyo de la insurgencia suní, soliviantada por el sectarismo del gobierno pro-chií de Al-Maliki, fue decisiva para ocupar las zonas habitadas por comunidades suníes o en las que tenía preponderancia. Teniendo que optar entre lo malo –combatir junto al EI– y lo peor –padecer la opresión de Al-Maliki– la comunidad suní tiró por la calle de la insurgencia. Pero desaparecido Al-Maliki, y con mayor influencia en el gobierno de Bagdad, la insurgencia suní comienza a desmovilizarse; un proceso que acelera el EI eliminando oficiales baasistas y líderes suníes que puedan disputarles el liderazgo e imponiendo el rigorismo religioso a las poblaciones suníes. Por tanto, es de esperar que se produzca un nuevo movimiento de resistencia como el que se generó en 2006 entre las tribus suníes más beligerantes con el yihadismo (de hecho, varias docenas de ellas de la provincia de Anbar ya se hayan afiliado con Bagdad en lucha contra el EI).
Como se podía esperar de fanáticos religiosos intransigentes, no tardaron en enseñarse con las minorías religiosas locales, hasta el punto de conseguir que EEUU interviniera militarmente para proteger a los yazidíes refugiados en el monte Sinyar. La recreación en la violencia extrema sirve para reclutar sociópatas y mártires suicidas pero, como había aprendido al-Qaeda, también sirve para distanciar a los creyentes musulmanes. Acciones insoportables para la opinión pública como la decapitación del periodista James Foley, van a facilitar una intervención militar a la que se resistían los principales gobiernos occidentales. EEUU va a fomentar previsiblemente su intervención militar directa, el trasvase de armas y la asistencia técnica tanto a las Fuerzas Armadas iraquíes como al Ejercito Libre Sirio, una asistencia en la que colaborarán los principales países europeos. Todavía es pronto para saber cómo utilizará EEUU su superioridad aérea, si en acciones puntuales para descabezar al EI, o en apoyo de las acciones militares de las fuerzas iraquíes, kurdas o sirias que le combaten, pero el Centro de Operaciones de Bagdad comienza a funcionar a pleno rendimiento y sus ataques aéreos están frenando el momento yihadista e inclinando la iniciativa de parte de las fuerzas kurdas e iraquíes.
Además de las acciones militares contra-insurgentes, la emergencia del EI como un grupo terrorista dominante le ha puesto en el punto de mira de los servicios de inteligencia occidentales que hasta ahora se centraban en al-Qaeda. Poco a poco, su mejor conocimiento ayudará a la lucha policial, financiera y judicial contra el EI y sus apoyos externos.
Al igual que ocurre con las naciones, los actores no estatales violentos también soportan ciclos de auge y decadencia. Le ocurrió a al-Qaeda, le comienza a ocurrir al EI y le podrá pasar a cualquier movimiento yihadista en vísperas destinado a la emergencia. En lugar de contentarse con establecer un emirato viable, su apuesta por el irredentismo califal, por la violencia mediática y por el combate militar abierto han conseguido aglutinar en su contra enemigos irreconciliables. A nada que se pongan todos ellos de acuerdo, tácito o expreso, para atacar al EI en varios frentes, el Califato puede entrar en un proceso irreversible de descomposición (y rápido porque con la globalización se tarda menos tiempo en morir de éxito).