En la recta final de su segundo y último mandato, Barack Obama se está destapando como un activista, haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales. Primero ha sido la regularización de casi 5 millones de inmigrantes, luego el empuje en las negociaciones con Teherán, que van más allá de lo nuclear pues al cabo se trata también del lugar de Irán en la región y en el mundo, y la semana pasada, tras meses de negociaciones secretas, los pasos decisivos hacia la normalización de las relaciones con Cuba. Le queda, entre otras promesas que cumplir, cerrar, aunque sea, por vaciamiento, el penal de Guantánamo (en Cuba). Es parte de la construcción de su legado.
Quizá el cambio más significativo de esta normalización, y posiblemente también en las futuras relaciones con Cuba e Irán, y quizá con otros, es la renuncia a empujar el cambio de sus regímenes, al menos de forma directa y como condición previa. La transformación, el nuevo mantra, puede venir de la mano de unas relaciones activas, del engagement, en el caso de Cuba y de Irán, de un “choque de oferta” y de los intercambios humanos que supondría el levantamiento de las sanciones. Es un giro de una magnitud importante para EEUU, y a distancia de varios de los predecesores de Obama. Lo de Cuba era una absurda asignatura pendiente, para una política que, como ha reconocido el presidente, ha fracasado. Lo de Irán –lograr la no nuclearización con un cambio de régimen– tampoco había funcionado. La nueva actitud recuerda en parte el Wandel durch Annäherung, el cambio a través del acercamiento de los socialdemócratas alemanes frente a la Alemania del Este, que no tuvo mucho éxito hasta que el régimen de esta última colapsó.
Pero en todo esto, Cuba e Irán, Obama se enfrenta a un Congreso que ahora, en sus dos Cámaras, estará dominado por los republicanos, muchos de los cuales no están de acuerdo con las decisiones tomadas por el presidente, e incluso quieren sanciones más duras a Irán. El Ejecutivo puede hacer bastante, pero es el Congreso el que en último término ha de levantar el embargo contra Cuba y tiene que cambiar algunas leyes, como la Helms-Burton, que impiden una normalización. También es el Congreso el que puede bloquear los fondos para abrir una nueva embajada, o para confirmar a un futuro embajador. Marco Rubio, hijo de cubanos y senador por Florida, donde reside la mayor parte del exilio cubano entre el que hay una nueva generación bastante a favor de este deshielo, ha sido sumamente crítico. Incluso entre las filas demócratas hay disensiones, como la del senador Robert Menéndez, presidente de la poderosa Comisión de Relaciones Exteriores.
La Administración estadounidense estaba muy al tanto de lo que ocurre en Cuba a través de su Sección de Intereses, un enorme edificio en La Habana, aunque técnicamente bajo el amparo de la Embajada de Suiza, y del exilio cubano en EEUU. No ocurre lo mismo con Irán, país con el que EEUU no tiene ni representación ni relaciones diplomáticas desde 1979. Y el tener información diplomática directa es importante para un país.
En el caso cubano, las mediaciones de Canadá y del Vaticano o del Papa Francisco –la iglesia católica tiene un peso importante en Cuba–, han sido instrumentales. ¿Y América Latina? ¿Y España? Pueden contribuir. El papel de una España que ha rectificado la política hacia Cuba del anterior gobierno del PP, además de bilateral, está ahora en acelerar la normalización de las relaciones de la isla con la UE por medio de un acuerdo de cooperación. Unas mejores relaciones entre Washington y La Habana, además, facilitarán la vida a las empresas españolas que quieren hacer negocios a la vez en EEUU y en Cuba, y que lo tenían muy complicado por las trabas que imponía la legislación estadounidense. La Cumbre de las Américas en abril en Panamá, si Cuba participa, estará más completa. Se puede abrir un nuevo tiempo, una cierta normalización de las Américas, que ha de pasar por la cuestión venezolana en la que Cuba tiene mucho que decir y hacer.
Obama está demostrando que no se resigna a ser un “pato cojo”, sino que quiere ejercer un liderazgo. También mantiene una relación normal, aunque de competencia, con China. Con Rusia es, de momento, otra cosa, aunque lo intentó. Es verdad que no es normalización la complicada guerra en la que se ha metido contra el Estado Islámico, que él no podrá acabar pues va para largo, y cuyo origen es una invasión mal empezada y mal acabada en Irak, mientras Afganistán le seguirá planteando grandes problemas si quiere evitar el regreso de los talibán. En todo caso, para su Gran Agenda, necesitará la cooperación de un Congreso que no controla, y donde tanto frente a Cuba como frente a Irán hay serias resistencias. Otros antes que él lo han logrado, aunque los republicanos están más radicalizados que antaño. Todavía están en una actitud de cambio de regímenes.