Hay una cierta ausencia, retraimiento, del Reino Unido del escenario internacional y sobre todo del europeo. En parte responde a la política del primer ministro David Cameron, en parte a la mayor insularidad del país, con una política interna cada vez más cerrada hacia Europa, y en parte, también, a un cansancio, un hartazgo, del país tras las largas guerras de Irak y de Afganistán. Es una pena, pues la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE requeriría de un concurso activo de Londres, aunque estos días el Gobierno británico ante la cuestión de dar armas a los ucranianos parece más cercano a Washington que a la opinión dominante, aunque lejos de la unanimidad, en las cancillerías del Viejo Continente. No sorprende, pues, que Cameron no estuviera en el importante último encuentro de Minsk. Ni que haya tenido mucho que decir sobre Grecia. Y si el Reino Unido llega a salirse de la UE, será aún peor.
Por marcar sus distancias de la UE, a cuya Unión Monetaria el Reino Unido no pertenece, a diferencia de su predecesor Gordon Brown en 2008, Cameron decidió en 2010 no participar en las primeras cumbres del Eurogrupo que Francia impulsaba y que Merkel se resistía a convocar sin los británicos para evitar una Europa en dos círculos o velocidades, pero a lo que la canciller alemana se resignó. Fue un error estratégico de Cameron. Tampoco ha contribuido a que avance la Europa de la Defensa, sino que la ha frenado. En ella las fuerzas armadas británicas, pese a su reducción, son decisivas (aunque si siguen reduciéndose, Londres perderá influencia global). Pero si el Reino Unido no participa, Francia y Alemania seguirán por otros derroteros. Cameron, que se ha comprometido a un referéndum sobre la UE en 2017 si sigue gobernando, es en parte prisionero de los euroescépticos de su propio Partido Conservador y de sus rivales en el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido).
Es verdad que su país está muy activo en asuntos como Libia, y participa en los bombardeos contra el Estado Islámico o Daesh en Irak. También, eso sí, tiene una potente diplomacia económica. Y si el Reino Unido participa en las reuniones 5+1 con Irán, estas están ahora sobre todo en manos de EEEUU. Pese a su presencia en el G-7 y en el G-20, no contribuye como antes a los grandes debates. Ni siquiera ha aportado gran cosa a su prioridad de revisar a la baja la integración europea, pues en el fondo lo que hay le va bastante bien al Reino Unido. Aunque la verdad sea dicha, ante la actual falta de liderazgos en Europa, la única que verdaderamente lidera es Angela Merkel.
También ha influido en este retraimiento el hecho de que, cuando Cameron estaba lanzado a participar en el castigo militar a al-Assad por el uso de armas químicas contra sus oponentes en Siria, el Parlamento británico, en una rebelión inusual, se lo impidió. Puede que la actitud de los parlamentarios tuviera más que ver con el precedente de la invasión de Irak sin un mandato de la ONU que con la propia situación de Siria.
El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés) otorga cada año unas calificaciones a la acción exteriores de los Estados miembros de la UE. En su última edición, sitúa, sin embargo, al Reino Unido entre los tres primeros “líderes” (frente a los holgazanes o slackers) en materia de política exterior, en particular en Bosnia, en las sanciones a Rusia, en las relaciones con EEUU y en el impulso al TTIP (Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones), en Libia, en la lucha contra Daesh y en el apoyo humanitario en Oriente Medio.
Puede que el Reino Unido sea más global y menos europeo, como opinan algunos expertos. Pero muchos, como el Franfurter Allgemeine Zeitung en Alemania, se preguntan: ¿dónde está David Cameron? Según recoge en un análisis Denis MacShane, consultor y antiguo ministro británico para la UE, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, se ha quejado abiertamente de la “no diplomacia” británica en Europa, sobre todo refiriéndose a la falta de política sobre Europa, algo en que los británicos nunca habían cejado desde su tardío ingreso en la UE en 1973. Un ex general británico ha criticado públicamente a su primer ministro por su “irrelevancia en política exterior”. Y un ex diplomático británico, en el Reino Unido y en la UE, tan brillante como Robert Cooper señalaba recientemente que “Gran Bretaña parece ahora sin ambición ni dirección”.
El UKIP, partido antiinmigración (primero) y anti-UE (en segundo término), está logrando contaminar a todos los demás partidos británicos, y desde luego al Conservador, provocando una mayor insularidad del debate, como reconocen algunos parlamentarios. Qué lejos queda esto de cuando Tony Blair se propuso situar al Reino Unido “en el corazón de Europa”, aunque no se atrevió a llevar su intención hasta sus últimas consecuencias.
La retirada europea del Reino Unido es perniciosa para ese país, pero también para Europa.