Andrés Ortega pregunta a Simón Pachano (Politólogo, profesor-investigador de FLACSO Ecuador), Carlos A. Romero (Instituto de Estudios Políticos, Universidad Central de Venezuela) y Juan Carlos Monedero (Profesor titular de Ciencia Política de la UCM e investigador del Centro Internacional Miranda).
Simón Pachano | Politólogo, profesor-investigador de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), Ecuador
Una pregunta de ese tipo es muy pertinente en un mundo globalizado y cuando ha cambiado sustancialmente el concepto de soberanía. Pero cobra mayor validez en un contexto como el latinoamericano, caracterizado por varios elementos que crean tensiones y hacen muy difícil encontrar respuestas que no caigan en la vaguedad que se deriva de los buenos deseos.
Un primer elemento a tomar en cuenta es el marco institucional y normativo en que se puede y se debe desarrollar cualquier esfuerzo que se haga desde fuera para encontrar soluciones a la situación venezolana. La maraña de organismos creados para la integración o como foros de los países, que ahora mismo coexisten en el continente, puede convertirse más en un impedimento que en un factor positivo para el fin mencionado. La asignación de funciones y atribuciones similares a la OEA, UNASUR y CELAC, para nombrar solamente a las más visibles, lleva prácticamente a la neutralización de todas ellas.
En segundo lugar, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (creado en el marco de la OEA), que era sin duda el espacio más adecuado para el tratamiento de este tema, está seriamente debilitado y es víctima de los ataques de un reducido pero eficiente grupo de países. Finalmente, la reproducción en el plano internacional de las posiciones irreconciliables que se enfrentan en Venezuela, lleva a que cualquier esfuerzo se interprete como una forma de intervención a favor de uno de los sectores en pugna. Esto deja muy poco espacio para posiciones que busquen la mediación por encima de sus particulares preferencias políticas.
Si es así, si el panorama lleva claramente al pesimismo, se podría concluir que la repuesta a la pregunta es algo como “nada”. Sin embargo, hay una leve posibilidad de que ese “nada” se convierta en “muy poco” (lo que sería ya un avance). Esto se materializaría por la acción de un conjunto de países que evite reproducir la polarización interna y establecer un espacio de diálogo como los que se conformaron para la solución de los conflictos centroamericanos en la década de los 80. El problema es que los países que podrían hacerlo (posiblemente Brasil, Chile, México, Colombia y Perú) hasta ahora no han dado muestras de querer transitar por esa vía.
Carlos A. Romero | Instituto de Estudios Políticos, Universidad Central de Venezuela
Existen varios mecanismos internos para lograr la paz. Desde las fórmulas excluyentes de vencedores y vencidos en una guerra civil, hasta la posibilidad de una mediación de actores nacionales con prestigio. La comunidad internacional juega también un importante papel a través de su respaldo a una paz impuesta por una intervención extranjera, hasta a los buenos oficios de un organismo multilateral, de un grupo de países, de una organización no gubernamental o de un grupo de personalidades.
Lo cierto es que en la globalización llama la atención cualquier señal de alarma sobre la fractura de un país. Calificar una crisis doméstica varía tanto por la clasificación de los datos más relevantes, como por las percepciones derivadas de los intereses geopolíticos y de las manipulaciones mediáticas. El caso venezolano es muy emblemático. De ser una nación que exportó en varias ocasiones la paz, ahora llama la atención internacional dadas la polarización interna, la pretensión hegemónica del régimen y un importante número de problemas socio-económicos.
¿Qué se puede hacer desde afuera para reorientar el destino nacional? Hay todo un patrimonio acumulado para respaldar cualquier iniciativa democrática. Hay que comenzar por buscar un encuentro entre las partes. En segundo término, hay que procurar que se den las condiciones para un consenso sobre un proyecto nacional incluyente. Paralelamente, hay que desarmar a los ciudadanos. En cuarto lugar, hay que desterrar la violencia social y mejorar el bienestar económico de la población.
Esto no es nada fácil. Los que gobiernan desde 1999 están apretando las tuercas de su proyecto y su poder es como una mancha de aceite que ha venido reinterpretando a su manera, el pasado, el presente y el futuro del país. ¿Estarán ellos dispuestos a dialogar?
Juan Carlos Monedero | Profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid e investigador del Centro Internacional Miranda
La situación actual de Venezuela tiene que ver con la falta de aceptación por parte de un sector de la oposición de lo erróneo de su estrategia para confrontar el chavismo. Derrotada regularmente por no entender la nueva situación del país, sigue insistiendo en la desestabilización como vía para alcanzar el poder, no entendiendo que la mayoría de la población –sí lo hace otra parte– no apoya ese comportamiento. Al acumular derrota tras derrota, los mecanismos desestabilizadores –algo común en América Latina– sustituyen a los electorales. Pero al no tener éxito, eso debilita más sus opciones electorales.
El fallecimiento del presidente Chávez en marzo de 2013 fue leído como una ventana de oportunidad para superar un escollo electoral que se les hacía insalvable (casi una veintena de elecciones siempre ganadas, salvo en una ocasión, de manera contundente por el chavismo). El último intento de salir del chavismo fueron las elecciones municipales y estatales de marzo de 2013. La sorpresa fue que los partidos del chavismo sacaron 11.5% puntos de distancia a los partidos de la Mesa de Unidad (MUD). Ahí es donde un sector de la oposición, el más cercano a la estrategia norteamericana, optó por la desestabilización en la calle.
En cualquier caso, si la oposición no recibiera aliento desde EE UU y Europa –tanto desde los gobiernos como desde los medios– para sus intentos desestabilizadores la situación actual en Venezuela no existiría. Recientemente, la OEA ha rechazado por 29 votos contra tres la pretensión de EEUU de darle al actual conflicto una consideración que muestre apoyo a la desestabilización por parte de un grupo que no tiene credibilidad popular.
En América Latina se leen los actuales conflictos en Venezuela como un intento de “golpe blando”. Europa, como en tantas otras ocasiones, pierde una excelente oportunidad de acercarse al nuevo sentir latinoamericano y sigue alentando a una oposición con pretensiones golpistas. Su mejor colaboración sería cortar cualquier tipo de aliento a los que quieren conseguir fuera de las urnas lo que no son capaces de alcanzar democráticamente en un país con uno de los sistemas electorales más fiables del mundo (según el Centro Carter) y mostrar su apoyo para solventar los problemas estructurales que han sido resueltos en Europa.
Para facilitar espacios de diálogo, la Embajada española en Venezuela, en colaboración con centros de investigación que respondieran a las diferentes sensibilidades y siempre con la autorización del Gobierno venezolano, podría organizar un seminario internacional sobre la democracia en el siglo XXI que permitiera acercamientos entre los diferentes actores y sentara bases de acuerdo.