Algunas versiones rusas mantienen que Occidente les prometió que no habría ampliación de la OTAN hacia el Este, ni siquiera hacia la que pronto iba a ser ex República Democrática de Alemania (RDA), a cambio de aceptar la unificación alemana. Occidente, y sobre todo EEUU, mantienen que no hubo tal compromiso. ¿Dónde está la verdad? Importa, pues tiene que ver con lo que está ocurriendo con Ucrania. De hecho, cuando se van a cumplir 25 años este noviembre de la caída del Muro de Berlín, la OTAN se ha transformado en este período, ampliándose a 12 nuevos Estados miembros, muchos del ex Pacto de Varsovia, en tres tandas sucesivas que pueden no haber acabado si se sigue agitando el horizonte de un ingreso de Georgia y de Ucrania, además de Montenegro, entre otros.
Es una labor de historiadores con consecuencias políticas en el presente. Debemos estar agradecidos a Mary Elise Sarott, catedrática de Historia de la Universidad de Southern California, por la investigación que ha hecho y que ha resumido en un informado artículo en Foreign Affairs –“¿Una promesa rota?”– que va en contra de algunas afirmaciones hechas anteriormente por algunos funcionarios y expertos desde EEUU. Aunque si hubo acuerdos, no fueron nunca por escrito, y sólo ahora salen realmente a la luz al abrirse el acceso a algunos documentos sobre las notas de conservaciones.
Del tema de la expansión (o, mejor dicho, no expansión de la OTAN) se habló muy pronto con Gorbachev; desde luego en febrero de 1990 cuando viajaron a Moscú el secretario de Estado de EEUU James Baker y, enseguida después, el canciller federal alemán. Un poco antes, el ministro alemán de Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, llegó a sugerir a su colega británico Douglas Hurd que había que declarar públicamente que “la OTAN no tiene la intención de expandirse al Este”. Baker y Kohl plantearon a Gorbachev una Alemania unificada en la OTAN, pero en una OTAN cuya jurisdicción no se ampliaría a la ex RDA. Baker pareció convencer a Gorbachev que era mejor una Alemania en la OTAN que por libre, y el presidente soviético pareció aceptarlo, pues dio la luz verde para empezar el proceso de unificación, lo cual implicaba también que no habría otras expansiones de la OTAN. Gorbachev fue muy firme ante Baker: “Cualquier extensión de la zona de la OTAN sería inaceptable”.
Pero en Washington el Consejo de Seguridad Nacional articuló otra línea al considerar que no sería viable una Alemania unificada que a la vez estuviera y no estuviera en la OTAN. Baker acabó por plegarse a esta actitud, y Bush convenció a Kohl de adoptarla. A la vez, Gorbachev llegó a proponer una estructura pan-europea de seguridad, que incluyera el ingreso de Rusia en la OTAN. Baker consideró esta idea pan-europea “un sueño” inalcanzable.
A medida que avanzaba el tiempo, Gorbachev se vio sometido a crecientes presiones internas de una Unión Soviética –Estado y sociedad– en descomposición, para frenar la cual necesitaba dinero que Alemania estaba en disposición de aportar para reubicar los soldados soviéticos que iban a salir de Alemania (ganó además cuatro años para hacerlo) y para créditos. A cambio, Gorbachev aceptó lo que en un principio parecía inaceptable, la unificación de Alemania, el 3 de octubre de 1990, menos de un año después de la apertura del Muro de Berlín y plenamente dentro de la OTAN. Todo un éxito diplomático para Occidente.
La versión que da el propio Gorbachev en sus Memorias coincide bastante con las que ofrece Sarrot. Recoge la oferta de Baker de que “ni la jurisdicción ni las tropas de la OTAN se extenderían a territorios situados al este de los actuales límites de la Alianza”. El dirigente soviético añade que entonces no estaba aún dispuesto a la solución político-militar que Washington y el gobierno de Kohl proponían para Alemania, y que “en cualquier caso, sería inaceptable una ampliación del territorio de la OTAN”. Gorbachev reconoce que en la conferencia “Dos más Cuatro” a principios de mayo el de la URSS fue el único gobierno en insistir en la neutralidad de Alemania, a la que finalmente renunció.
En cuanto al tema de la expansión de la OTAN, decayó de la atención principal con la primera guerra del Golfo iniciada en el verano de 1991 por la invasión de Kuwait por las tropas de Saddam Hussein y la posterior implosión de la Unión Soviética. Y finalmente la derrota sorprendente de Bush frente a Clinton hizo que, con la llegada de una nueva Administración, la política de Washington cambiara. Clinton empujó la ampliación de la OTAN (que deseaban fervientemente los países candidatos).
Es decir, que sí se prometieron y “desprometieron” cosas. Pero nunca formalmente. Todo fueron pactos verbales nunca demasiado claros. Y Gorbachev sí llegó a aceptar la permanencia de la OTAN y de fuerzas de EEUU en Europa. Lo único escrito, como ya hemos apuntado, es la llamada Acta Fundacional Rusia-OTAN de 1997 –anterior a las primeras nuevas ampliaciones de la Alianza a partir de 1999– por la que los aliados occidentales se comprometieron a no desplegar de forma permanente tropas de combate en los nuevos miembros, antiguos del Pacto de Varsovia, salvo que las circunstancias cambiasen. Aunque le pese a algunos socios, no habrá despliegues permanentes en los nuevos miembros. La nueva fuerza conjunta de muy alta disponibilidad –4.000 hombres y mujeres– decidida en la cumbre de la OTAN en Gales al ser en rotación no se desplegará de forma permanente, como tampoco otras unidades de tierra mar y aire que ya están en el Este de la Alianza. Pero se acerca lo más posible a ello. Se trata, esencialmente, de asegurar a los aliados –no a los demás– que la idea de defensa colectiva se mantiene.
Sarott termina su artículo señalando que, “por diseño”, Rusia fue mantenida en la periferia de la Europa de la post-Guerra Fría. Probablemente fue un error estratégico. Y recuerda que un joven oficial de la KGB que servía en 1989 en Berlín Oriental regresó a Moscú lleno de resentimiento porque, como llegaría a decir, “la Unión Soviética ha perdido su posición en Europa”. Se llamaba Vladimir Putin.