La OTAN de la guerra Fría estuvo concebida en frentes y fronteras. Frentes sólo había uno, el central, frente a la amenaza soviética, mientras había flancos, como el Sur, al que pertenecía España incluso antes de ingresar en la Alianza. Ahora la OTAN no tiene frentes, aunque algunos pretendan reconstruir uno frente a la Rusia de Putin, ni tampoco flancos, sino vectores de riesgos y amenazas que veremos si todos son reconocidos como tales –es decir, con consecuencias operativas en la Cumbre que se celebra en Gales este jueves y viernes.
En cuanto a las fronteras, sí las tiene: las que marca la defensa colectiva del artículo 5 del Tratado de Washington, que son –con algunas excepciones como Ceuta y Melilla– las de los Estados miembros –y de momento no se plantea de verdad ninguna nueva ampliación, pese a las veladas invitaciones en el pasado a Georgia y a Ucrania–. Pero, a diferencia de la Guerra Fría, ahora no hay defensa adelantada e incluso EEUU y los aliados se comprometieron con Rusia en el Acta Fundacional Rusia-OTAN de 1997 a no desplegar de forma permanentes tropas de combate en los nuevos miembros, antiguos del Pacto de Varsovia, salvo que las circunstancias cambiasen. Merkel aparentemente quiere mantener este compromiso, aunque está sometido a una doble revisión: despliegues temporales y preposicionamiento de armamento, munición y raciones de alimentos y material para tropas que podrían llegar a Polonia y otros lugares en caso de amenaza o conflicto. Todo por lo que está ocurriendo con Rusia y Ucrania, que están fuera de la cobertura del artículo 5. Más que de aplicar una nueva disuasión (deterrence) difícil de definir, de lo que se trata es de tranquilizar (reassurance) a los aliados que sienten en su cogote el aliento del oso ruso. Pero esto no es una nueva guerra fría, aunque la interpretación del artículo 5 pudiera ampliarse a terrorismo, ciberataques o defensa contra misiles.
La OTAN está saliendo de una experiencia confusa en Afganistán, la guerra más larga y más lejana que nunca ha librado –fuera de zona– y cuyo resultado se verá después de la salida de las tropas de combate aliadas y la reacción de los talibán, al acecho. Pues no se puede descartar después un rebrote talibán, con cierta semejanza a lo ocurrido en Irak. De Oriente Medio concebido en un sentido amplio como el Levante, viene uno de los vectores de riesgo y amenaza contra Europa y contra la OTAN, y frente al cual EEUU ha empezado a pedir el apoyo de los aliados aunque no aún de la Alianza. Del Sur –norte de África y del África Subsahariana– viene otro: Libia es un caso; Mali, otro. Todos son asimétricos, al ser la amenaza principal la yihadista, trátese de terrorismo o de incluso algo más como el Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, convertido no en grupo sino en ejército terrorista insurgente, ante lo que es una amenaza que llega mucho más allá de lo local y que dificulta una actualización del concepto de disuasión. Está por ver el papel de la OTAN, fuera de zona, frente a estos dos vectores.
El tercer eje es el del Este, mucho más tradicional, pero que realmente no amenaza el territorio de la OTAN sino a sus inmediaciones y, sobre todo, al orden europeo. No son frentes ni flancos. Es, en Ucrania, lo que ahora se llama una “guerra híbrida” para la que no es seguro que la OTAN esté concebida ni preparada. En todos estos vectores no se trata de defensa colectiva sino, al menos de momento, de gestión de crisis, aunque implique algún uso de la fuerza militar. Y las últimas intervenciones occidentales (Irak, Afganistán, Libia, Mali) no han sido precisamente ejemplares. Estos tres vectores –a los que hay que sumar Asia, al que EEUU otorga una atención especial–, necesitan de un concepto militar y político, nuevo y diferente. Para ello habría que reinventar la OTAN, regionalizarla, aunque sólo sea como elemento de apoyo para acciones que lleven a cabo coaliciones de Estados miembros, para lo que se va a necesitar algo más que una cumbre, aunque Gales pueda suponer un punto de inflexión.
Frente a los vectores están los partenariados de la OTAN, que tienden a aumentar: ya no es una alianza sólo de Estados miembros, sino asociada también a la propia UE o a Japón y Australia, efecto, entre otros, de la experiencia global en Afganistán. ¿Un partenariado Mediterráneo? ¿Lo podría liderar España, la primera interesada en el vector Sur, con su bajo nivel actual de gasto y capacidades militares? Francia aspira a ello, y con más medios.
La OTAN puede elegir entre construir puentes o fronteras, pero no puede ignorar los vectores. ¿Sabe lo que quiere? ¿Quiere lo que sabe? ¿Lo saben sus miembros, que han venido recortando gasto militar de la mano de la crisis, incluso si acuerdan un llamamiento para aumentar estas partidas? Y, sobre todo, ¿sabe EEUU –el aliado principal, el que manda en la OTAN– lo que quiere, cuando empieza a tener demasiados retos abiertos a la vez? Primera respuesta en Gales, aunque esta cumbre puede ser más un nuevo comienzo que un punto de llegada para una OTAN necesitada de aggiornamento si ha de responder a las necesidades de Occidente.