La elección de Narendra Modi y su partido BJP en la India ha venido a marcar la llegada de otro dirigente nacionalista –o, si se prefiere, más nacionalista, pues todos lo han sido– a la cabeza de un BRIC (Brasil, Rusia, la India y China; dejemos a Sudáfrica fuera de momento y en competencia con Nigeria). El grupo, o red, que acuñara en 2001 el economista Jim O’Neill se ha convertido en una realidad geopolítica y se está poblando en los últimos tiempos de este tipo de dirigentes. Tal situación puede complicar una gobernanza global, más aún cuando EEUU se está quedando al margen de estos movimientos. Aunque Modi es aún una incógnita en muchos sentidos y puede sorprender: uno de sus primeros pasos ha sido reunirse con su homólogo paquistaní. Xi Jinping en China y Vladimir Putin en Rusia son más nacionalistas que sus predecesores (en el caso de éste más que su anterior encarnación como presidente), a lo que se viene a sumar, desde fuera y ya en una economía posindustrial, el Japón de Shinzo Abe, lo que complica el tablero asiático. O desde segundos pero no menos importantes peldaños, el creciente nacionalismo de un Erdogan en Turquía.
¿Hay que esperar nuevos cambios o nuevos énfasis en la política exterior de estos dirigentes y países por separado o conjuntamente? Salvo Putin, ninguno ha señalado intenciones expansionistas. China tampoco, aunque intenta imponerse en el mar que lleva su nombre, y está desarrollando una potencia naval importante. Hay que señalar que este nuevo “nacionalismo BRIC” viene acompañado en muchos casos del intento de impulsar las economías de estos países, con diversas fórmulas. Pues es la economía, mucho antes que el nacionalismo, la que guía a estos líderes –quizá Putin sea la excepción al respecto–, y a sus electores cuando han podido ejercer sus derechos, como en el caso de la India, sin parangón democrático por su alcance demográfico.
“Creo que una economía fuerte es el conductor de la política exterior”, afirma desde hace tiempo Modi, para el cual “tenemos que poner nuestra casa en orden para que el mundo se sienta atraído hacia nosotros”. Esto no es decir que en la política exterior va a primar la economía, pero casi.
A pesar de ello, se van a reforzar algunas tendencias en curso. Más gasto y capacidad militar, para empezar. Pero también, a pesar de la interdependencia, más soberanismo y una visión más multipolar del mundo, antes que multilateral (como EEUU), no digamos ya unipolar, lo cual es una mala noticia para ese polo que es esencialmente multilateral, a saber, la UE. Aunque la derecha extrema europea ha expresado una peculiar y peligrosa admiración por Putin, como contrapeso a EEUU. En todo caso, este soberanismo va a reforzar la tendencia hacia un mundo que ha dejado de generar nuevo derecho internacional de importancia.
No son antieuropeos. Simplemente, ven una UE, como tal, débil, aunque confían en que salga adelante. Son más antioccidentales, pues temen un dominio occidental en cuanto a la posibilidad de instaurar normas económicas universales a través del TTIP (Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones) entre las nuevas posibles palancas. Paradójicamente, ello está llevando a algunos de estos países soberanistas a repensar su posición, en favor de un mayor multilateralismo comercial. Y aunque rechazan el mundo unipolar que ha marcado los últimos lustros, no todos ellos –algunos sí– son necesariamente antinorteamericanos, aunque pueda parecer una paradoja. Modi en principio mira a EEUU como socio o incluso aliado esencial, y por detrás están unas buenas relaciones entre la India e Israel que quizá salgan más a plena luz.
Putin está en plena tensión con Washington por Ucrania y busca una salida en un reforzamiento de sus relaciones con el resto de los BRIC y especialmente con China. Pekín ha respondido constructivamente, como refleja el importante acuerdo con Gazprom con ocasión de la presencia del presidente ruso en Pekín, un espaldarazo en estos tiempos de sanciones occidentales a Rusia. Y cuidado con el fin del dominio del petrodólar en estos intercambios. Se esperan otros acuerdos en cuanto a venta de armas de última tecnología militar, como los aviones SU-35 que Rusia se prepara a vender a China. Mientras, Turquía prefirió el año pasado adquirir sistemas antiaéreos a China antes que a EEUU.
Rusia ha sido temporalmente expulsada del G-8, que vuelve a ser un G-7 contra el que se alzan los BRICS. Pero estos han perdido su confianza en el G-20 y no porque estén en desacuerdo con los occidentales, sino porque están en desacuerdo entre sí. De hecho, tampoco están de acuerdo entre sí sobre su visión del mundo. Más sobre lo que no quieren –dominio occidental– que sobre lo que quieren. No hay visión compartida de una gran estrategia, entre otras razones porque en algunos terrenos compiten entre sí.
Lo que no quita para que intenten darle una cierta forma a la propia colaboración entre los BRICS, o en otros foros como la Organización de Cooperación de Shanghai, o el renovado Movimiento de los No Alineados (120 países que se reunieron en Argel la semana pasada) y cuestionar las instituciones internacionales que juzgan dominadas por Occidente, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De hecho, en su próxima cumbre en julio en Brasil, los BRICS deben poner finalmente en marcha su banco de desarrollo con 100.000 millones de dólares tal como acordaron dos años atrás.