El referéndum de septiembre sobre la independencia en Escocia, en el que triunfó el “no” por 10 puntos, ha cambiado muchas cosas, en esa nación, y al Sur, en Inglaterra. Pese al “no”, ya nada volverá a ser igual. Las reverberaciones del referéndum escocés están provocando grandes cambios en la política británica.
El Partido Nacionalista Escocés (SNP), perdedor de la consulta, ha visto crecer el número de sus militantes de una manera desbordante: de 20.000 a 88.000 en unas pocas semanas. Puede no sólo volver a ganar las elecciones regionales en 2016, sino también barrer en Escocia en las generales previstas para mayo próximo. Los conservadores están prácticamente ausentes del tablero escocés. Los laboristas están perdiendo terreno, por haberse aliado en la campaña del referéndum al primer ministro británico, David Cameron, percibido allí como el de los recortes sociales. La nueva líder del SNP y nueva ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, tiene un discurso aún más socialdemócrata, aunque menos populista y brillante, que su predecesor, Alex Salmond. Escocia no sólo está al Norte, sino a la izquierda de Inglaterra.
El SNP sale a robarle votos al laborismo. Algunas encuestas apuntan a que en las elecciones generales de mayo éstos pueden perder los 41 escaños británicos, o casi, que ganaron en 2010. Y si los laboristas pierden muchos escaños en Escocia, les resultará muy difícil gobernar en el Reino Unido. Su esperanza está ahora en acertar en la elección de un nuevo líder para el Partido Laborista Escocés, proceso que culminará el 13 de diciembre. ¿Será Jim Murphy, un ex ministro de clase trabajadora que defiende las esencias laboristas de más impuestos y más gastos sociales y que quiere alejarse de la Tercera Vía de Blair? De no lograr Murphy cambiar las dinámicas, el SNP puede convertirse en uno de los hacedores de mayorías para un Gobierno británico.
Ahora Londres está trabajando en la “autonomía plus” que se les prometió a los escoceses para que votaran mayoritariamente a favor de preservar la Unión. Las primeras propuestas, sobre todo en materia fiscal, deben presentarse en unos días, aunque no es seguro de que todo se acuerde para finales de enero a modo de cumplir el compromiso adquirido. En todo caso, en el reciente Congreso del SNP quedó claro que los nacionalistas aspiran a asumir casi todas las competencias, salvo la política exterior y la de defensa. Menos, lo consideraría el SNP como un incumplimiento de la palabra dada. Aunque hablan poco del saldo fiscal muy positivo que Escocia recibe de Londres. La propia Sturgeon ha señalado que podría plantear otro referéndum de independencia ante una autonomía insuficiente, las políticas de austeridad de Londres o si el Reino Unido decidiera salirse de la UE, para quedarse Escocia.
En Inglaterra, prosigue el debate sobre “la cuestión inglesa”, es decir, cómo resolver el problema político que supone que el Parlamento de Westminster no pueda votar sobre asuntos competencia de Escocia, mientras los diputados escoceses en Londres sí deciden sobre cuestiones que atañen a una Inglaterra que carece de autonomía. Pero, pese a la promesa de Cameron de resolver el problema, los ánimos no están a favor de crear una región inglesa, de población y economía gigantesca en comparación a Escocia, o de dividir Inglaterra en varias regiones, lo que agravaría las diferencias entre el Norte, más pobre, y el Sur, mucho más rico. Hay que recordar que el territorio conocido como Inglaterra Noreste (North-East England) rechazó en referéndum en 2004 una autonomía, lo que paralizó pasos similares para otras regiones. Quizá fuerce Cameron el debate para poner en aprietos, antes de las elecciones, a unos laboristas que recelan de esta regionalización.
Pero lo que sí se está debatiendo es dar más autonomía a las grandes ciudades en el Reino Unido, algo muy bien visto también por los laboristas, que gobiernan en muchas de ellas. Se trata de impuestos, infraestructuras, transporte municipal y otros asuntos, y de la elección de alcaldes, cosas que nos parecen muy normales a los españoles. Los municipios británicos en esto van muy por detrás de los continentales. De hecho, a 10 ciudades se les propuso tal autonomía en 2012, y nueve la rechazaron. Pero las cosas han cambiado de la mano de la crisis, de un mayor hartazgo con el dominio de “Londres” sobre el resto del país –dominio que impulsa el crecimiento del SNP y del antieuropeo UKIP (que la semana pasada consiguió su segundo escaño en Westminster)– y del hecho de que el Tesoro británico prosiga con más recortes. Ahora George Osborne, el canciller del Exchequer (ministro de Finanzas) ha propuesto tal devolution para Manchester, y en breve lo hará para Leeds y Sheffield. Ed Miliband, el líder laborista, quiere, por su parte, transformar la Cámara de los Lores en un Senado con representantes electos de regiones y grandes ciudades. Quizá el referéndum escocés acabe llevando no a regionalizar Inglaterra, sino a multiplicar las áreas metropolitanas, con más capacidad impositiva y de gestión, algo que hará revolverse en su tumba a Margaret Thatcher.