Hace algunos años, la Comisión Europea se metió a regular la curvatura máxima autorizada para los plátanos y los pepinos. La famosa Regulación 2257/94 fue finalmente abandonada en 2008 por presión de algunos Estados miembros, pero se cita a menudo como uno de los puntos álgidos de los excesos de la UE. Ha vuelto a resurgir ahora que algunos gobiernos, antes y aún más después de las elecciones europeas, claman por una cierta retirada de la UE. La idea de una “unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”, recogida en casi todos los tratados incluyendo el último de Lisboa, parece haber tocado techo. Y, sin embargo, ir a menos Europa no es tan fácil, como está quedando de manifiesto en el país que más impulsa esta idea, el Reino Unido, incluso desde fuera del euro.
De cara a lo que plantea como una “renegociación”, antes del prometido referéndum (si sigue gobernando) en 2017, el gobierno de David Cameron en 2012 se lanzó en un ejercicio de revisión exhaustiva de todas las competencias de la UE, la Review of the Balance of Competences. Ha producido ya 14 informes públicos sobre diversos aspectos (mercado interior, sanidad, asilo comercio e inversión, etc.), y aunque falta aún quizá el principal, dado las restricciones a la inmigración que quiere imponer, el que se refiere a la libre circulación de trabajadores, sus resultados dejan mucho que desear, al menos para los críticos que consideran que el ejercicio ha sido “secuestrado” por los pro-europeos. No se trataba de llegar aún a conclusiones específicas sobre las materias a repatriar, sino a opiniones de expertos y sectores. Y el balance del balance global es que en general éstos están bastante satisfechos con la situación, sin que haya verdaderamente nuevas y brillantes ideas.
Cameron habla de “repatriación” de competencias. No así el gobierno holandés, de coalición liberal-socialista, que desde un concepto más comunitario prefiere insistir en una “mejor Europa”, antes que “menos Europa”, y que ya en 2013 planteó en un informe sobre la subsidiariedad y la proporcionalidad que la UE se ha de centrar más sobre una serie de temas, en vez de avanzar tous azimuts, en todas direcciones. Así, los holandeses se muestran contrarios a que la UE avance en cuestiones como la reunificación familiar de los inmigrantes, la libertad y pluralismo de medios o la participación obligatoria de mujeres en los consejos de administración de las empresas cotizadas. Son temas, entre otros, que el gobierno holandés considera deben permanecer en el ámbito de decisión nacional, a la vez que reclama un papel más importante en el quehacer europeo para los parlamentos nacionales. Pero La Haya también está a favor de profundizar en una serie de cuestiones como la Unión Económica y Monetaria, la Unión Bancaria, el Mercado Interior y la energía, entre otros.
El debate está lanzado. Desde Francia, el presidente socialista François Hollande también se está situando en esta estela después de unas elecciones europeas que han visto llegar en primer lugar al antieuropeo Frente Nacional de Marine Le Pen. Habla de “reorientar Europa”. Desde luego, hay que acercar la UE a los ciudadanos. Ahora bien, como de momento demuestra el ejercicio británico, hacer retroceder la integración europea, que tiene su lógica y su dinámica interna, no resultará fácil –no es lo mismo que no avanzar más en algunos terrenos– si se quiere profundizar en el mercado interior, menos aún para los miembros de una Eurozona que mucho ha progresado en estos últimos años y que está llamada a más. El uso de la llamada “tarjeta amarilla” o “roja” prevista en el Tratado de Lisboa para, desde la subsidiariedad, parar algunas propuestas de la Comisión Europea desde los parlamentos nacionales ha sido muy escaso. Además, detener o hacer retroceder la integración en algunos casos necesitaría de reformas en los tratados a los que muchos gobiernos se resisten por temor a los consiguientes refrendos populares. Ahora empieza la verdadera batalla por Europa. Y esta vez no por los 14 centímetros de curvatura máxima de los plátanos o pepinos.