Los Papas, como han descrito diversos estudiosos, tienen o han tenido, ideas propias de Dios. Los dirigentes políticos, sobre todo aquellos con sentido geopolítico, tienen diversos mapas de sus países o sus entornos en la cabeza. ¿Qué mapa tiene Putin en su mente? Sería importante saberlo. Y algunas indicaciones hay. Por contraste, no parece que los europeos, los de la UE, tengan un mapa en su cabeza, pues ni siquiera están claros los límites de esta Unión Europea o de la OTAN.
En torno a, o en, Ucrania se está librando un pulso de mapas. Allí confluye la frontera que ha dividido a Europa a lo largo de casi un milenio: la separación entre la Europa católico romana (y posteriormente también protestante) y la ortodoxa desde el Gran Cisma 1054 cuando el Papa de Roma –que debía tener mapas en la cabeza, aunque equivocados- excomulgó al Patriarca de Constantinopla, Michael Cerularios.
Es la línea que luego se confundió por el avance del imperio otomano. Pero es la que Robert Kaplan analizó bien hace tiempo, y que marcó en nuestros tiempos una parte la división de la Guerra Fría –esta fue un encuentro de mapas, que de hecho se dibujaron en Yalta- y de los Balcanes con la guerra fratricida de los 90. Es la que ha llevado a que la católica Croacia esté hoy en la UE aunque es de esperar que la ortodoxa Serbia acabe ingresando en lo que será una reconciliación histórica. Pues la UE puede ser el instrumento para superar esta barrera milenaria. Aunque en la actualidad no se plantee el ingreso de Ucrania en la Unión.
En Ucrania desemboca esta línea separando en dos (es algo más complicado pues se entremezclan poblaciones) un país, de una parte católico y pro-occidental y de otro ortodoxo y pro-ruso. De ahí que lo que puede ocurrir en las regiones orientales de Ucrania tenga un carácter altamente inflamable cuyo control se le puede escapar de las manos a Moscú.
En la 11ª edición, de 1914, de la Enciclopedia Británica a Ucrania a sólo se le dedicaba un pequeño párrafo: “(‘frontera’), el nombre dado anteriormente a un distrito de la Rusia europea, que ahora incluye los gobiernos de Jarkov, Kiev, Podolia y Poltava. La parte al este del Dniepper se convirtió en Rusia en 1686 y la porción al oeste del río en 1793”.
Nada más. Alguien debió protestar pues el volumen suplementario nº 32, ya de 1922, tras la Primera Guerra Mundial y en pleno derrumbe del imperio otomano, le dedicaba ya casi dos apretadas páginas a esta entrada con una visión mucho más amplia y compleja. Aunque, naturalmente, la historia no acabaría ahí, pues las fronteras de Ucrania siguieron variando posteriormente a raíz del pacto Ribbentrop-Molotov de 1939 y todo lo que vino después hasta nuestros días, incluida la cesión en 1954 de Crimea a Ucrania por el ucraniano Jrushev, al que no debía importarle mucho el mapa interno de la Unión Soviética pues todo estaba bajo control. Pero ahí está de nuevo la frontera histórica de 1054 haciendo de la suyas. Y con cada cual mirando al mapa, a su mapa.
En un reciente artículo en Foreign Affairs (“El cerebro de Putin”) Anton Barbashin y Hannah Thoburn intentaron colocarse en el cerebro de Putin para ver qué mapas encontraban allí y que idea de Rusia y de su derredor. ¿El de 1054? ¿El de 1914 por el que el imperio ruso conectaba el Mar Báltico con el Mar Negro? Sería peligroso ¿El soviético y europeo de 1989, de recuperación imposible, aunque Gorbachev tuvo en su mente el mapa de la “casa común europea”? Lo único claro es que Putin recela del de 1992, tras la desmembración de la URSS, “el mayor desastre geopolítico del siglo XX”, según su propia visión. Y ve una Rusia rodeada de potencias no afines, cuando lo que quiere es evitar tener una frontera hostil. Pues para recomponer su mapa, con círculos concéntricos y dado que la CIS (Comunidad de Estados Independientes) no ha funcionado propiamente, ha pensado en una Unión Euroasiática, por cierto moldeada sobre la propia UE sólo que con un peso desproporcionado dado su tamaño de la propia Rusia. Puede ser la reconstrucción de su mapa por otros medios, un mapa más de influencia que de presencia pero centrado en el “mundo ruso” que intenta de alguna manera reunir. Y si ese es el mapa, incidirá en la realidad: no invadirá Ucrania sino que buscará un acomodo, en la línea del acuerdo en Ginebra del pasado jueves.
En las semillas de la idea de Rusia de Putin, e incluso de su idea eurasiática hay una fuerte carga y apoyo en la Iglesia Ortodoxa (rusa en este caso) que también conecta con la condena a las Pussy Riots o el rechazo de la homosexualidad. Esta idea de Rusia y de Eurasia ha sido alimentada por Alexander Dugin, un nacionalista radical como se analiza en el citado artículo. Aunque como señalara Jos Boonstra, es posible que lo ocurrido con Crimea y Ucrania deje cojo, sin Kiev, el proyecto eurasiático de Putin. También la política de vecindad, al Este, de la UE. Lo que importa para nosotros es que, como alerta Joseph Janning, ello puede acabar también con la política de vecindad de la UE en el Sur. Los mapas son interdependientes.
Quizás no lo exprese a las claras, pero Putin tiene un mapa en su cabeza. No así la UE, que ni siquiera sabe qué hacer con Turquía, y no digamos ya con Ucrania, y cuyos Estados miembros, a comenzar por Alemania –una Alemania no plenamente occidental-, tienen diversos mapas de Europa en la cabeza. Quizás Obama sí lo tenga para hacer de Rusia un “Estado paria”, aislado. Pero EE UU estaba dejando de ser una potencia europea. También lo sabe Putin, que asimismo ha observado que el mapamundi en el que todos estamos metidos se está desoccidentalizando. La prueba ha sido la votación sobre Crimea en la Asamblea General de Naciones Unidas. Las abstenciones han pesado. Y esto está en el mapa mental de Putin.