China ha lanzado un Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (BAII o AIIB, en sus siglas en inglés). Es una buena iniciativa en una región que en los próximos años necesitará de grandes, enormes, obras de transporte y otras. Con ello, ha metido una nueva cuña entre Estados Unidos y Europa, y ello cuando estos están negociando el TTIP, el importante Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones. Buena parte de la responsabilidad la tiene el Congreso de Estados Unidos, dominado por los republicanos, que se resisten a ratificar el cambio en el reparto de votos en el Fondo Monetario Internacional para reflejar el mayor peso de las economías emergentes, y en particular de China. Esta reforma fue impulsada por el G-20 hace ya cinco años, y está paralizada en el Capitolio. ¿Es esa la forma cómo la superpotencia gestiona la imparable transformación del mundo? Obama está intentado obtener poderes especiales del Congreso saliente para cerrar negociaciones comerciales y ratificar la reforma del FMI. Pero llega tarde. China, y muchos otros países, están en otra cosa.
El proyecto lo lanzó Pekín en octubre pasado. Ahora ha decidido concretarlo con un capital de 50.000 millones de dólares (46.000 millones de euros, que podrían doblarse), lo cual no es mucho, pero sí un paso importante (en comparación, el Banco Mundial tiene un capital 223.000 millones de dólares y anda asfixiado ante las demandas de financiación que le llegan). Más de otros 27 países asiáticos se han unido al proyecto. Japón que lidera el Banco Asiático de Desarrollo, es la potencia regional más reticente. Sólo un 25% está reservado a países de fuera de la zona. China es quién más aporta y la sede estará en Pekín, aunque su funcionariado será internacional. EEUU se quejaba de que el funcionamiento de este banco no será limpio, ni apoyará el respeto a normas medioambientales o sociales. ¿Pero a cuántos países mandados por dictadores no habrá financiado el Banco Mundial?
Esta es una iniciativa más en la ristra de medidas que está tomando Pekín, apoyado por otros emergentes, para cuestionar el sistema de Bretton Woods, nacido de la Segunda Guerra Mundial y dominado por los occidentales. Los BRICS, de nuevo China entre ellos, han lanzado también su propio Nuevo Banco de Desarrollo. El mundo está cambiando, China quiere que se amolde más a sus intereses y necesita nuevas instituciones. “No se va a parar simplemente porque EE UU no pueda implicarse ya”, ha comentado Martin Wolf a propósito del BAII.
La Administración Obama, que ha dejado a China fuera del Acuerdo Trans Pacífico (TPP), rogó a los europeos, y en particular al Reino Unido, que no se sumaran a este proyecto de banco asiático. Pero, a pesar de la llamada “relación especial”, David Cameron fue el primero en hacer caso omiso de los deseos de sus primos americanos, para apuntarse como primer europeo miembro fundador del BAII. Francia, Alemania e Italia, más coordinadamente, se unieron después. Con lo que estarán en el BAII todos los europeos del G-7, además de otro aliado principal de EEUU: Australia. España, a la que China suele referirse como su mejor aliado en Europa, ha solicitado también entrar como miembro fundador. El plazo acababa el 31 de marzo.
Lo ocurrido es un ejemplo de lo mal que funciona la UE ante iniciativas de este tipo, pues cuando están en juego intereses económicos nacionales sus Estados miembros abandonan su compromiso de consultarse ante asuntos exteriores importantes. Se ha producido una auténtica carrera entre los europeos. El Gobierno británico intenta que la City de Londres se convierta en centro financiero también para el remimbi chino. Berlín está desde hace tiempo cultivando su propia relación particular con Pekín. Francia busca contratos. España, inversiones y mercados. China actúa como un imán para los europeos, en orden disperso ante sus atractivos. No hay en realidad estrategia europea hacia China. El Gobierno chino bien lo sabe.
Fueron además las economías occidentales las que pidieron a China que invirtiera parte de su excedente comercial y de capital en divisas (3,8 billones de dólares) en infraestructuras en la región asiática, y Pekín también lo hace más allá, en África y en América Latina, sin que los occidentales sepan muy bien cómo contrarrestarlo. China está desarrollando un gran know how en infraestructuras. Ha venido gastando internamente en ellas un 8,5% de su PIB entre 1992 y 2011. La partida federal para estos fines en EEUU no supera el 0,06%. Ya lleva tiempo alertando de ello Lawrence Summers.
Con el BAII vemos otros atisbos del nuevo mundo. Cabe también preguntarse ante este proyecto: ¿está Occidente dejando de ser una realidad? ¿Existe Europa ante China?