Durante un tiempo se vio la globalización como una americanización. La hiperpotencia, incluidos sus consumidores, era la que mayores beneficios económicos sacaba de ella aunque muchos otros sacaban provecho. La emergencia de China, sobre todo, cambió las tornas. Aunque aún culturalmente la influencia de EEUU creciera y dominara el mundo financiero, durante los últimos lustros la globalización dejó de equipararse a americanización. Y más aún con la última crisis que supuso la eclosión de los emergentes. Pero en estos tiempos estamos viendo recuperar terreno a EEUU de la mano de una re-industrialización que nadie preveía hace siquiera cinco años. Una parte creciente de la industria que se fue a otros países de costes laborales más baratos está regresando a EEUU, respondiendo así a las preguntas que en 2011 Barack Obama le hiciera e Steve Jobs en una cena: “¿Qué se requeriría para fabricar los iPhones en EEUU?, ¿por qué esos empleos no vuelven?”. “Esos empleos no volverán”, le contestó al presidente el alma de Apple. Y, sin embargo, están volviendo. Incluso Apple se ha comprometido a ello.
El secreto está en los costes laborales, la robotización y la energía. Además de flexibilidad y dinamismo, EEUU tiene en la actualidad unos de los costes laborales más bajos del mundo industrializado. Aunque han aumentado desde la Gran Recesión, en el sector manufacturero se han reducido en un 6,2%. En 2011, en la estela de lo que proponía Obama, el Boston Consulting Group tituló significativamente un estudio Made in America Again. Según otro posterior de hace unas semanas, EEUU aventaja hoy en costes laborales más bajos a los principales exportadores del mundo desarrollado. Manufacturing-net señala que la ventaja de China sobre EEUU en este respecto ha pasado de 17,10 dólares de coste laboral unitario en 2006 a tan sólo 9,20 en 2014 y bajará aún a 6,90 el año próximo. En parte se debe a que la productividad en EEUU ha crecido de forma marcada, mientras que los salarios reales no han variado, mientras suben en China. Aunque esto está socavando a las clases medias en el país norteamericano.
Además, EEUU tiene unos costes energéticos de los más bajos, derivados de la revolución que está suponiendo la explotación de petróleo y sobre todo de gas de esquistos nacionales, cuando estos precios varían según la proximidad de esta fuente. Según la Reserva Federal, esta ventaja energética ha impulsado la producción manufacturera en un 3% desde 2006, mientras la inversión aumentaba en un 10% y los empleos en un 2%.
Se prevén inversiones de 500.000 millones de euros en la industria manufacturera en EEUU en este año 2014. En ese sector, la tasa de paro ha bajado a un 5,2%, frente al 6,2% en el conjunto de la economía. El empleo industrial está creciendo, y si no lo hace más deprisa es porque las nuevas industrias cuentan ahora con un grado mucho más alto de automatización. Necesitan menos manos humanas. China, por cierto, también se está robotizando. Y las tecnologías que requieren menos empleo, como la impresión en 3D, pueden acercar la producción a donde están los consumidores, aún muchos en los países ricos, con el consiguiente ahorro de costes de transporte.
EEUU también se ha recuperado en el comercio internacional. En 2013 exportó bienes y servicios por valor de 2,3 billones de dólares, lo que representa más de 11 millones de puestos de trabajos de calidad. Mientras, la inversión extranjera global aún no ha recuperado su máximo de 2 billones de dólares en 2007, aunque está en camino, salvo que la “nueva mediocridad” de la que habla Christine Lagarde desde el FMI se instale de forma duradera. No obstante, según los últimos datos de esta institución, un 40% de la inversión extranjera directa sigue yendo a China. El hipotético “G-7 alternativo” (Brasil, Rusia y la India, más México, Indonesia y Turquía) supera en peso económico al tradicional (EEUU, Japón, Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido y Canadá). En paridad de poder de compra, el PIB de los primeros suma 37,8 billones de dólares, mientras que el G-7 oficial agrupa a 34,5 billones. Este G-7 representaba en 1988 las dos terceras partes del PIB mundial. En 2010, ya menos de la mitad. En todo este panorama el peligro para los europeos –con su energía cara, una productividad insuficiente en algunos países y sectores, y con un dinamismo menor– es estancarse y perder terreno. Pues si en parte la globalización se re-americaniza, desde luego no se re-europeíza.