Tras el abaratamiento y banalización de los drones, que cualquier aficionado puede ya comprar, llega ahora la posibilidad de imprimirse uno en casa pistolas de plástico capaces de disparar de verdad. Lo facilita la impresión en 3D (a través de microchorros en capas sobre capas de plástico para fabricar productos cada vez más complejos), que también se está abaratando. Una impresora de este tipo, capaz de fabricar una pistola, se puede adquirir ya por poco más de 1.000 euros, y algunos auguraban que se iban a vender muchas en las fiestas pasadas. Naturalmente, se requiere también un programa de ordenador, pero hay grupos, como Fosscad (Free Open Source Software & Computer Aided Design) trabajando en ello para difundirlos. Es una nueva amenaza de proliferación de armas ligeras contra la que los Estados, y no digamos la Comunidad Internacional, puede poco, pero algo tendrán que hacer.
Estos avances son parte de la difusión del poder, del surgimiento de micropoderes, de lo que algunos llamamos “la fuerza de los pocos”, que tiene su expresión en múltiples dimensiones, no siendo la menor la tecnológica. Las autoridades tienen miedo de que por esa vía se difundan nuevas posibilidades para la violencia, aunque los terroristas y los criminales ya tienen sus propias posibilidades de hacerse con armas regulares. Si bien un problema añadido de estas pistolas impresas es que son de plástico y contienen poco metal (un resorte, la punta del percutor y unos tornillos, por ahora, más la bala) con lo que su detección resulta dificultosa. De hecho, unos reporteros del británico Mail on Sunday fabricaron una de estas pistolas y viajaron con ella en el Eurostar, el tren de alta velocidad que une Inglaterra al Continente, sin ser detectados.
En un país permisivo con las armas como es EEUU, la legalidad de tales instrumentos está en duda, pese a que la Ley de Armas de Fuego Indetectables prohíbe tener una pistola que no pueda descubrir un detector de metales. Pero el Congreso de EEUU ha fracasado hasta ahora en su intento de, verdaderamente, prohibir por ley estas armas “impresas”. Aunque los servicios de información y de seguridad en todo el mundo, incluida la agencia Europol, intentan controlar cada vez más el cibercrímen y las nuevas tecnologías como ahora estas nuevas capacidades de las impresoras 3D.
La primera pistola impresa en 3D en piezas a ensamblar, desgraciadamente bautizada como Liberator, capaz de disparar un único tiro, la creó en mayo de 2013 (en una impresora de segunda mano que costó unos 6.500 euros, más unos pocos por el plástico) Cody Wilson, un estudiante de Derecho en la Universidad de Texas que se autocalifica de “criptoanarquista” y dice defender la libertad. Desde entonces la tecnología ha avanzado mucho, y se ha abaratado. Los planos y programas, como decimos, proliferan en Internet. Incluso, según relataba Nick Bilton (The New York Times), los miembros de Fosscad están colaborando entre sí para desarrollar una pistola semi-automática, en un 90% de plástico.
La tendencia es global. En mayo pasado, la policía japonesa detuvo a Yoshimo Imura, de 27 años, en la ciudad de Kawasaki, por fabricar, en una impresora, un revólver capaz de disparar seis balas seguidas del calibre 38. La bautizó Zigzag, como el máuser alemán. “Una pistola iguala el poder”, aseguraba en su video. De hecho Youtube está lleno de videos sobre esta materia. Y algunas de estas pistolas pueden dejar de tener la forma tradicional. En Canadá se ha impreso un rifle.
Hay que tener algunos conocimientos para poder lograr imprimir una pistola. No es fácil calibrar una impresora 3D con estos fines y se plantean algunos retos de cierta complejidad. Pero cada vez resulta más fácil. La única parte que no se puede imprimir es la bala, que aún tiene un cuerpo metálico. O no se puede imprimir aún, pues los expertos creen que todo se andará –al menos los elementos para fabricarlas–, y más bien antes que después. De hecho, un año antes de que se presentara Liberator, las autoridades norteamericanas no creían que fuera posible. Y ese era sólo el principio.