El acuerdo de los seis potencias mundiales con Irán es importante no sólo porque evitará una guerra o una carrera nuclear en Oriente Próximo, sino porque abre la vía a una reintegración del país en el marco regional y mundial. Pero ello no significa que Irán dejará de defender con ahínco lo que considera son sus intereses nacionales, ni que el régimen de los ayatolás vaya a abrirse de un día para otro. El levantamiento de las sanciones puede suponer un shock de oferta que socave el régimen pero éste hará todo lo posible para resistir (como en Cuba y China, casos muy diferentes). Aunque la gran fiesta popular en Teherán que acogió la noticia, no organizada por el régimen, es un buen reflejo de cómo está aquella sociedad. Si Obama ha tenido éxito es porque, a diferencia de sus predecesores, no creyó en resolver la cuestión nuclear forzando (si hubiera podido) un cambio de régimen, sino, como ya hemos señalado, aspirando a transformarlo resolviendo la cuestión nuclear. La Unidad de Inteligencia de The Economist prevé que la economía de Irán, que está creciendo este año a un mero 2%, lo hará durante el resto de la década a un 5,2% anual, y pasará de ser la 29ª a la 22ª del mundo.
Con los acontecimientos de los últimos años, Irán ha ganado posiciones, debido en gran parte a errores occidentales: lo ha hecho en Irak y en Líbano, y menos en Gaza –dado el distanciamiento de Hamás– aunque se mantiene en Siria en la medida en que su aliado Al Assad resiste más de lo previsto. En Yemen, también influye. El acuerdo de Viena vuelve a reforzar a Irán, y, es lo que pone nerviosos tanto a Arabia Saudí, su gran rival regional (geopolítico y religioso: suní contra chií) como al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, abiertamente opuesto en lo que puede ser su mayor error histórico, o una manera de asegurarse más ayuda militar americana. Ambos coinciden en su visión de que el acuerdo hace la región más peligrosa, no menos, pues amplía el margen de maniobra de Irán para actuar. Esta manera de pensar lleva a volver a hablar de “disuasión” e incluso de una política de “contención”. Turquía, el otro gran rival regional, está en otra cosa.
Que gane Irán no significa que pierdan los demás. Aunque no se vayan a resolver milagrosamente muchos de los problemas que sufren el peso de la geografía, la historia y la religión en una región plagada de guerras civiles o por delegación (proxy), Obama tiene razón al afirmar que el mundo es más seguro tras este acuerdo. Pero la previsible “normalización” internacional de Irán no significa ortodoxia, ni siquiera a corto plazo restablecimiento de relaciones diplomáticas con Washington. No cabe esperar que el régimen de los ayatolás ceda a corto plazo en una cierta retórica antiamericana –como ya lo ha dejado ver el gran ayatolá Jamenei– o anti-sionista (la sociedad es otra cosa). El acuerdo, como bien lo expresaron Obama y Kerry, no está basado sobre la confianza, sino sobre un sistema estricto de verificación de las medidas acordadas.
Estamos ante un movimiento de fondo que no se limita a las tradicionales potenciales regionales (incluidos EEUU y Rusia), sino también a otra como China (una de las seis potencias mundiales en Viena). Significativamente, el proyecto (en su parte terrestre) de Nueva Ruta de la Seda (los chinos lo llaman también iniciativa de “Un cinturón – Una ruta”) pasa por el norte de Irán, abriendo posibilidades de cooperación entre EEUU y Pekín al respecto. Es decir, que lo que está en juego es la reintegración de una civilización milenaria, la persa, que es consciente del peso de la historia y la geografía, y más aún cuando el mundo está cambiando. Irán es aún observador en la Organización de Cooperación de Shanghai, que se acaba de reforzar con el ingreso de India y Pakistán. Hay movimientos tectónicos de profundidad.
El politólogo iraní, Mahmood Sariolghalam, actualmente uno de los consejeros del presidente Rohani, y que Roberto Toscano recordó en su entrevista para la Revista Elcano, define la política exterior iraní desde tres círculos concéntricos. El exterior es la dimensión religiosa (islámica y chií); el intermedio, la “anti-imperialista”; y el tercero, el centro, los asuntos de interés nacional. El consenso popular es mayor en el centro que en el exterior. El que menos importa es el religioso. Son los intereses de seguridad nacional los que de verdad definen la política iraní. Pero son el régimen y sobre todo su cúpula, el gran ayatolá, los que la deciden. De ahí que la evolución del régimen sea importante. Los más conservadores temen justamente perder el control frente a una sociedad que en un 70% no había nacido cuando la Revolución Jomeinista de 1979. Algunos duros, como el ex presidente Abolhassan Bani-Sadr, han juzgado el acuerdo como “una capitulación ante potencias extranjeras”. Pero aunque controlan el parlamento, la última palabra la tiene Jamenei. Si bien no cabe excluir más mano dura contra la disidencia para demostrar que el régimen no ha cedido.
Y si la geopolítica manda, toda la política es local. Ruhaní, el presidente reformista, se ha visto reforzado con este acuerdo por las perspectivas económicas que abre. Y ha hablado de la “apertura de nuevos horizontes comunes”. Entre ellos, según su ministro de Exteriores, Zarif, “los hombre encapuchados que están devastando la cuna de la civilización”, es decir, Daesh, un enemigo común para muchos. Los dirigentes iraníes saben que EEUU necesita su colaboración contra el “Estados Islámico” para pacificar Siria, en Irak y para integrar a Afganistán.
El acuerdo de Viena, logrado tras 10 años de duras negociaciones, ha sido el triunfo de la diplomacia (apoyada en unas sanciones económicas que han surgido efecto) y que puede contrarrestar el lenguaje de las armas que ha regresado en varias parte del mundo. El Tratado de No Proliferación ha salido reforzado. Y aunque en realidad esta negociación la ha llevado EEUU, la fórmula 5+1 ha funcionado: es decir, los cinco permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, y cabe añadir la propia UE, que ha tenido un papel destacado en el último tramo en la figura de Federica Mogherini, y antes de Javier Solana y Catherine Ashton.