Este domingo concluye el plazo para que EEUU e Irán se pongan de acuerdo sobre la limitación del programa nuclear iraní para fines exclusivamente pacíficos. Y ello en un contexto en que la relación entre Washington y Teherán, interrumpida desde la crisis de los rehenes en 1979, ha cobrado nuevas posibilidades y nueva importancia ante el estallido de Oriente Medio. Arabia Saudí lo sabe y tendrá que modular sus relaciones tanto con EEUU, su gran aliado, como con Irán, su gran rival. El cambio en profundidad en esta triada puede marcar una nueva era para la región. Pero no será fácil.
Por detrás hay la sempiterna rivalidad entre suníes y chiíes, que el ex presidente de Irán Rafsanjani cree que hay que superar. Pero está sobre todo el enfrentamiento entre Estados que a la vez quieren marcar la región con su sello de islamismo dominante. Rafsanjani se ha convertido en el hacedor de propuestas para un acercamiento a Arabia Saudí que no acaba de llegar por reticencias tanto de Riad como de Teherán (el ministro iraní de Asuntos Exteriores ha respondido con largas a una invitación de visita a Riad). Y porque los conflictos abiertos en Oriente Medio, y muy especialmente el de Siria, están enfrentando a ambos países. Rafsanjani ha propuesto un mapa de ruta para el acercamiento que pasa por discutir sobre Bahréin y Líbano, para luego abordar a Yemen y Siria. Es decir, el contexto antes que el texto, o la generación de confianza a través de lo que ocurre en otros países de la región. Omán está jugando un papel en este acercamiento, mientras Qatar ha desaparecido tras su apoyo a los Hermanos Musulmanes en Egipto.
Y está Irak, donde, pese al enfrentamiento entre suníes y chiíes, ni a Irán ni a Arabia Saudí (ni a EEUU) les conviene que triunfe la organización Estado Islámico (antes autodenominada ISIS, en su siglas en inglés) que ha proclamado un califato desde una parte del país que ha ocupado. Es un desafío directo desde el campo suní al wahabismo que propugna el régimen saudí. Es decir, que el actual problema iraquí está acercando a los tres miembros de esta extraña triada.
EEUU ha comprendido la importancia de un acercamiento a Irán, y de ahí que haya tomado directamente en sus manos las negociaciones nucleares con el plazo del 20 de este mes, con lo que el resto de las potencias P5 + 1 (los cinco permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania) ya no lideran sino que siguen. El plazo es provisional y se podría ampliar por otros seis meses, pero todas las partes saben que no lograr ahora un acuerdo sería muy negativo (hay dos grandes temas por resolver: la planta de agua pesada de Arak y un exceso de centrifugadoras para los teóricos fines civiles). Arabia Saudí apoya formalmente estas negociaciones, pero quiere ver el resultado, pues un Irán nuclear o pre-nuclear trastocaría todos sus cálculos estratégicos. En todo caso, siente que las relaciones de EEUU con Irán van a cambiar y esto cambiará las suyas con EEUU. El príncipe Bandar, que marcaba la política de seguridad de Arabia Saudí durante muchos años ha sido apartado en favor del príncipe Bin Nayef, aparentemente más conciliador hacia Teherán.
EEUU sabe que también es el momento, pues el presidente iraní, Rohani –sin duda con el apoyo del ayatolá Jamenei, el líder supremo– necesita que se vayan suspendiendo las sanciones contra Irán para mejorar la difícil situación económica de sus conciudadanos. Tiene que demostrar que el acercamiento a Occidente comporta ventajas para la sociedad. EEUU, por su parte, ha dejado atrás el intento de acabar con el reto nuclear terminando con el régimen. Un acuerdo sobre lo nuclear es la mejor forma de normalizar las relaciones exteriores de Irán, para que deje de ser un “Estado gamberro” y se modere. Esto cambiará las dinámicas en Oriente Medio, incluso sin el permiso de Israel.