Birmania, antes; Irán y Cuba, ahora. En sus relaciones con estos países, Obama, en la recta final de su segundo mandato, está definiendo una nueva política exterior. En sus propias palabras, la Doctrina Obama implica: “Nos vamos a implicar, pero preservaremos nuestros capacidades”. Es decir, la diplomacia primero, pero con la fuerza (económica, militar) detrás. Y con los intereses nacionales (globales) de EEUU en mente. Tras su encuentro con Raúl Castro en Panamá fue explícito en algo que ya habíamos apuntado: no busca a cambiar regímenes sino a transformarlos con relaciones más estrechas, con el roce diplomático, económico y social.
En la comunidad estratégica estadounidense hay una obsesión con las Doctrinas (Nixon, Kissinger, Carter, Reagan, Bush, etc.). El propio presidente, en sus declaraciones al New York Times acepta la idea de que ahora sí hay una Doctrina Obama. Pero esa expresión la había utilizado ya David Sanger en ese diario para definir en 2012 una política muy diferente hacia Irán y Siria que hubiera consistido en armar a los rebeldes sirios contra el régimen de El Assad y a Israel con bombas rompe-búnkeres, por si hubiera de atacar las instalaciones nucleares iraníes. De hecho, hacia Siria esa era la política que defendía la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton. Y con cierta razón, pues esos rebeldes fueron los únicos capaces de rechazar a ISIS o Daesh, el Estado Islámico. La Casa Blanca la rechazó.
El prematuro Premio Nobel de la Paz de 2009 parece alérgico al uso de la fuerza militar, aunque ha tenido que hacerlo a lo largo de su presidencia. Con su actitud refleja un cambio en una sociedad estadounidense cansada, tras las experiencias de Afganistán e Irak, de tanta guerra. Es casi una novedad en un país que en sus 239 años de existencia, ha estado en guerra 214 de ellos. Obama, como prometió, ha sacado a las tropas de EEUU de Irak, pero quizá demasiado precipitadamente. Si la invasión ordenada por Bush hijo fue un error, sin justificación y cuyas consecuencias se multiplicaron cuando Paul Bremer disolvió el Estado y el ejército iraquí, la retirada ordenada por Obama también ha tenido consecuencias negativas: dejó que el gobierno de Bagdad sacara de las prisiones –donde se formaron tantos grupos yihadistas– a los que después iban a constituir los cuadros militares y terroristas de ISIS. Quizá de esa lección aprendida se deriva la decisión de Obama de alargar ahora la salida de sus tropas de un Afganistán a donde ha llegado, con un atentado suicida la semana pasada, la “marca Estado Islámico”.
Tras la experiencia de Libia –otra guerra mal llevada, pues destruyó un Estado, si se podía llamar así, sin construir otro en su lugar– Obama sólo se precipitó al querer bombardear Siria en septiembre de 2013 cuando tuvo constancia de que el régimen de El Assad había utilizado armas químicas contra los rebeldes y civiles, es decir, que había cruzado una “línea roja”. Pero en la estela de lo que le pasó a David Cameron con su Parlamento, echó cuentas y vio que no iba a lograr un apoyo suficiente en su Senado, y Rusia ayudó con una salida diplomática. Si un año después se decidió finalmente a ordenar bombardear, rodeado de una coalición internacional, a ISIS en Siria e Irak, fue esencialmente por la presión mediática a la que le sometieron los videos de la decapitación de dos ciudadanos estadounidenses.
Walter Russell Mead, en un famoso libro de 2001, diferenció cuatro escuelas en la política exterior de EEUU: los hamiltonianos, a favor de una estrecha alianza entre el gobierno y la gran empresa en la acción exterior; los wilsonianos, moralistas e idealistas; los jeffersonianos, más aislacionistas y con el énfasis en la preservación de la democracia en casa; y los jacksonianos, realistas que dan prioridad a la seguridad y la prosperidad de sus propios conciudadanos y que no atacan si no son atacados. Bush fue una mezcla de los dos primeros. En Obama, aunque tiene una vena wilsoniana, predomina la jacksoniana. Es un realista.
Obama repite ante muchos conflictos, incluida la amenaza que plantea ISIS o el caso de Rusia en Ucrania, que no hay solución militar, aunque lo militar cumpla un papel en la solución. No en Cuba, sin embargo. La actual Doctrina Obama busca una solución diplomática para la cuestión nuclear iraní, y mucho más. Pues, como ha señalado el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, un acuerdo puede permitir a Teherán “negociar con EEUU sobre otros temas”.
Obama tiene mucha razón cuando afirma que son los propios musulmanes, y especialmente los árabes, los que han de actuar para afianzar su seguridad, pero que el mayor problema es interno a sus regímenes y sociedades, a saber, la “insatisfacción dentro de sus propios países”. Y es verdad, pese al fracaso (salvo en Túnez) de las “primaveras árabes” (que los occidentales no supieron afrontar) y al hecho de que su realismo ha llevado a la Administración Obama a restablecer las buenas relaciones con el Egipto de Sisi tras el golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes.
Es decir, que, como cabía esperar, las cosas son un poco más complejas que una doctrina enunciada en una frase o en una entrevista. En el trecho final de su presidencia, Obama está asumiendo riesgos políticos con sus apuestas diplomáticas, como forma de construir un legado diferenciado y constructivo Ahora bien, justo cuando se habla del regreso de la diplomacia, también han regresado las armas en muchas partes del mundo. No lo olvidemos.
Ver también: «Obama on Iran and his View of the World». Entrevista con Thomas L. Friedman. 5/4/2015 (New York Times).