La situación en Ucrania está lejos de estabilizarse pero puede haber empezado a encauzarse, aunque todo es susceptible de empeorar, como demuestra la violencia y la supuesta entrega de tanques rusos a los separatistas en el Este, con el peligro de que una u otra parte pierda el control de la situación. Pero Putin ha aceptado al presidente elegido, Petró Poroshenko, que ha logrado una clara mayoría en el conjunto del país salvo en los lugares en los que no se pudo votar. Putin está intentando evitar que las sanciones occidentales vayan a más y hagan realmente daño, aunque no lo tiene garantizado. No parece interesarle invadir el Este de Ucrania –donde está una parte importante de la industria, incluida la militar–, sino mantener allí una presión a través de las milicias al tiempo que sigue utilizando la palanca del gas, aunque ésta puede enfrentarle a los europeos. Su mayor logro es que de la anexión de Crimea por Rusia prácticamente no se hable ya. Se da por supuesta. ¿Ha ganado Putin? A corto plazo, así lo parece. A largo plazo es mucho más incierto porque la confianza occidental en el presidente ruso, y en Rusia, se ha esfumado.
Putin ha ganado, para empezar, en Rusia, donde su popularidad ha crecido sobremanera a pesar del mal estado de la economía. Le ha dado a los rusos lo que querían, aunque no supieran que lo querían, y, a diferencia de los estadounidenses con Obama, sus conciudadanos le están mayoritariamente agradecidos por lo que supone de inyección de autoestima. A la larga se verá si su régimen se refuerza o se debilita.
De momento, Europa, dejada a sí misma, se ha dividido, por debilidades y por intereses nacionales contrapuestos. En la reciente reunión del ECFR (European Council on Foreign Relations) celebrada en Roma hemos escuchado cómo la ministra italiana de Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, abogaba por recomponer una asociación estratégica entre la UE y Rusia, propuesta que no fue bien acogida por algunos participantes del Norte y del Este de la Unión. Pero a ello habrá que volver si la situación se estabiliza y se normaliza. En cuanto a Ucrania, la UE va a firmar un acuerdo comercial, pero no aún la malhadada Asociación Oriental. Y las perspectivas de que Ucrania se convierta, o vuelva a ser, un Estado tapón o neutral se refuerzan, pese a las ansias de los ucranianos de que se les abra la perspectiva de ingreso en la UE, aunque sea un día lejano.
Está por ver –se abordará la semana que viene en el Consejo Europeo– si la UE, sin o contra Rusia, va finalmente a lanzarse a una política energética común que necesita urgentemente, y que, de ponerse en marcha, llevará a reducir drásticamente la dependencia europea en el gas y el petróleo ruso. Supondría, a medio y largo plazo, un cambio geoeconómico profundo en contra de Rusia. Mientras, a Putin le han surgido admiradores, por ejemplo en Francia, y no sólo en el Frente Nacional, en un país que ve más que deficientes sus propios liderazgos políticos.
Entre las pérdidas para Putin y Rusia están las consecuencias de haber violado buen número de leyes y acuerdos internacionales con la anexión de Crimea. Ha quebrado las reglas de la posguerra fría en Europa, lo cual, en el mejor de los casos, le genera a él y a Rusia un déficit de confianza frente a EEUU y frente a una Europa con la que está en una situación de interdependencia. Pero, sobre todo, Putin ha despertado a una OTAN cuando que estaba en crisis existencial tras librar en Afganistán su guerra más lejana y más larga. La Alianza Atlántica no es lo que era, pero vuelve y eso es algo que también va contra Rusia. Aunque, significativamente, los únicos que mandan simbólicamente tropas a territorio de los aliados de Europa del Este son los norteamericanos.
Por otra parte, la anexión de Crimea y los levantamientos secesionistas en el Este han alejado definitivamente a Ucrania del proyecto impulsado por Putin de la Unión Euroasiática, que sin Kiev se queda muy cojo.
Algunos creen que vamos a una nueva Guerra Fría –designación vieja para una nueva posible realidad– en la que Rusia entre desde una posición de debilidad, pues ya no es la Unión Soviética y tiene enormes problemas internos, a comenzar por una demografía en merma. La vuelta a las esferas de influencia no gusta en un mundo competitivo. Pero Putin no está solo. Más que un aislamiento de Rusia, la crisis ha conseguido ahondar la desoccidentalización del mundo. El resto no ha seguido a Occidente en su pulso con Putin. Asia se ha mantenido al margen. Necesita a Rusia para su energía y no gusta de las sanciones, lo que puede llevar a lo que en el ECFR llaman la “alianza de los amenazados” por otras sanciones (cuando el embargo a la venta de armas europeas a China sigue vigente). A América Latina todo esto le pilla muy lejos. Sólo EEUU empuja contra Rusia pero sin encontrar ningún apoyo entusiasta por parte de Europa, lo que socava el espíritu transatlántico. Pero si Washington se pone a empujar en serio, todos los países europeos, incluidos los más reticentes a las sanciones, le seguirán, aunque les pese.