Cuando la Comisión Europea afirma que la pertenencia de Grecia al euro es “irrevocable” no está expresando una posición política sino una realidad jurídica. No está previsto en los tratados. Es que jurídicamente es imposible. La única manera de salirse del la Unión Económica y Monetaria (UEM) sería dejando la propia UE –esto último, de forma voluntaria, lo ha hecho posible el Tratado de Lisboa (art.50), antes tampoco se contemplaba–, pero que en Europa sólo se plantea como hipótesis para el Reino Unido en caso de que triunfara tal opción en el referéndum prometido por David Cameron. Ningún otro país se lo propone y menos aún Grecia.
Los griegos, mayoritariamente, no quieren salirse ni del euro ni de la UE, ni lo plantea Syriza. El último Eurobarómetro (otoño de 2014) arroja entre los griegos una imagen negativa de la UE de un 44%. Pero pese a que un 98% ve la situación del país “mala”, un 63% apoya el euro, frente a un 36% en contra. De todas formas, incluso para los acreedores, y sobre todo para Alemania, sería más costoso que Grecia se saliera del euro a que se quedara, como indica un informe de Bruegel.
Es una cuestión que se plantea al menos desde 2009, cuando empezaron los problemas, aunque no se agravaran realmente hasta 2010. Un informe publicado por el propio Banco Central Europeo en diciembre de 2009, y que hay que releer, señalaba: “Una salida de un Estado miembro de la UEM, sin una salida paralela de la UE sería legalmente inconcebible”. Añadía que aunque quizá “fuera posible a través de medios indirectos, sería jurídicamente casi imposible una expulsión de un Estado miembro de la UE o de la UEM”. El principal medio indirecto sería a través de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969. E incluso así, sería difícil.
Es verdad que el derecho internacional, y el europeo, se pueden retorcer, con lo que no se puede descartar nada. Una posibilidad sería una “salida sin salir”, a saber, una suspensión temporal de su pertenencia la Unión Monetaria. Pero sin la propia colaboración de Grecia, sería jurídicamente imposible no ya expulsar, sino irse por voluntad propia, incluso si no cumpliera sus obligaciones internacionales y suspendiera el pago de una parte de su deuda. Y eso que financieramente tal paso sería ahora algo más digerible para los demás, pues los bancos alemanes, sobre todo, y otros, están ya mucho menos expuestos a la deuda pública griega que en 2010, dado que la mayor parte de estas obligaciones se han traspasado al propio BCE y, por tanto, en último término, a los Estados miembros del euro.
Ahora bien, lo que ocurra en Grecia tras las elecciones del 25 de enero tendrá consecuencias para el conjunto de la Unión Monetaria y sus miembros e incluso para toda la UE. Por lo que se entiende que desde fuera se opine y se presione, en un sentido o en otro. Esta es la Europa en la que se comparte soberanía, en la que se interviene en los asuntos internos de todos los Estados. Y hay, indudablemente, prevenciones exteriores frente a lo desconocido que representa Syriza. Las elecciones en Grecia, aunque en ellas sólo voten los griegos, se han convertido en elecciones con efectos europeos, en elecciones europeas. No cabe olvidar el escalofrío que en los mandatarios europeos de entonces provocó el amago del entonces primer ministro socialista Yorgos Papandreu cuando, sin consultarlo con sus homólogos, lanzó en octubre de 2011 la idea de convocar un referéndum sobre las condiciones del rescate de Grecia, y esta idea la ha recuperado en esta campaña.
Syriza no anda descaminada al plantear que Grecia no podrá nunca pagar una deuda pública que representa más de un 170% de su PIB. El pago simplemente de los 6.000 millones de euros debidos al BCE para el próximo verano daría al traste con la posibilidad de mantener el superávit primario conseguido a duras penas. Alguna reestructuración de esta deuda se tendrá que afrontar en un futuro más próximo o más lejano, como han indicado diversos economistas de prestigio. Los acreedores –y Berlín, Bruselas y Fráncfort– no desean que Grecia salga del euro y que deje de pagar lo que debe, ni quieren que Grecia levante el pie del acelerador de las reformas, en un país que prácticamente carecía, y en buena parte sigue careciendo, de un sistema efectivo de recaudación de impuestos (pese a lo cual pudo ingresar en la Unión Monetaria). Una reestructuración será necesaria, aunque hay una gran diferencia en que se hiciera de una manera ordenada a otra desordenada. En todo caso, si Syriza gana y logra formar gobierno –son dos interrogantes, pues su rival Samaras es un duro de pelar– se verá si es posible plasmar sus ideas en un solo país, o requerirán de un marco europeo afín, difícil, pero no imposible de configurar. Todos, especialmente los alemanes, han querido hablar con su líder, Alexis Tsipras, para sondear un compromiso. Por si acaso.