Fue una genialidad llamarla así, pero la “nube” no está en el aire, sino muy en tierra, en servidores de los que una proporción importante (exceptuando China, Rusia y algunas otras potencias) se encuentra en EEUU. Pues Internet tiene también su geografía y su geopolítica, y las filtraciones de Snowden sobre el uso, o abuso, de la National Security Agency (NSA) y los casos de espionaje de EEUU sobre Alemania han provocado que diversos gobiernos se planteen retirar a EEUU algunos privilegios de que dispone por el hecho de que la Red surgiera en primer lugar allí, donde también se desarrolló primero la World Wide Web, pese a ser un invento de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN).
Internet tiene actualmente unos 3.000 millones de usuarios en el mundo. Y como indica un informe del centro Pew sobre su futuro, empieza a permearlo casi todo: “Internet se va a convertir como la electricidad, en menos visible, y sin embargo más metida en la vida de la gente, para bien y para mal”. Y no se trata sólo de la Red que conecta a gente, sino que crecientemente vincula a máquinas entre sí, la llamada “Internet de las cosas”.
En este mundo, de las 50 primeras empresas de relaciones digitales, 36 son estadounidenses. Un reciente informe del Senado francés afirma que el “seísmo de Snowden” ha convertido la gobernanza de Internet “en un reto geopolítico”, en un “nuevo campo de enfrentamiento mundial”, en el que se inserta la creciente preocupación general por la ciberseguridad. La canciller alemana, Angela Merkel, en su irritación por el espionaje estadounidense, ha propuesto crear una “nube europea”, un sistema de Internet cerrado al escrutinio de EEUU, aunque mucho dependerá también de la seguridad de la que se rodee. También propone un sistema europeo de explotación para móviles, aunque es más dudoso que pudiera tener éxito sin una gran empresa detrás.
El informe francés critica la “hipercentralización” de Internet en provecho de grandes actores privados, el hecho de que Europa se haya convertido en una “colonia de lo digital”, y otros factores, entre ellos la vigilancia. Viene a propugnar que la UE “tome en su mano su destino digital para convertirlo en una prioridad política a alto nivel” y que ello se vea empujado por el eje franco-alemán. Es decir, que Europa impulse un nuevo modelo de gobernanza de Internet, para asegurar la independencia y la democracia en este campo.
China tiene su propio sistema, y otros países, como Rusia, también. Pero lo que estas tomas de posición indican es el avance hacia lo que el experto Daniel Castro llama el “nacionalismo de datos”. De hecho, algunos países como Australia, Francia, la India y Malasia, entre otros, ya empiezan a tener legislaciones nacionales sobre localización de datos, y crece el peligro de que Internet se fragmente y otros sigan el camino marcado por China y Rusia. Brasil y Alemania, en la celebración del NETmundial en São Paulo en abril pasado impulsaron una resolución sobre una Internet participativa (multistakeholders) que no gustó a Washington. Han anunciado un proyecto de instalación de un cable de fibra óptica para Internet, para evitar que todo el tráfico de los datos entre ambos continentes pase por Miami, donde es muy fácil de interceptar.
En el fondo lo que se plantea con estas tensiones geopolíticas sobre el control de la Red es, como lo presenta la revista The Atlantic, el fin de Internet tal como lo conocemos: su balcanización con una creciente nacionalización o regionalización, lo que dañaría los intereses de enormes empresas estadounidenses como Google, Facebook y Amazon, entre otras, de las que Europa carece. Son los conceptos geopolíticos adaptados a una Red que se ha basado sobre sistemas independientes y en buena medida privados en los que la geografía cuenta: aunque se ha abierto a otros países fiables, la mayor parte de los servidores de Google, por ejemplo, están en EEUU.
En el mundo digital, EEUU tiene un “privilegio exorbitante”, por utilizar la expresión que se suele aplicar al dólar. De hecho, es desde EEUU –desde el ICANN, una asociación privada regida por el derecho californiano– que se asignan los nombres de los dominios de Internet. En diciembre de 2012, una conferencia de Naciones Unidas en Dubai planteó, bajo el impulso de Rusia, China, Egipto y Arabia Saudí, que la gobernanza en Internet pasara a manos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT, una agencia de la ONU), pero EEUU y los miembros de la UE se negaron. Ahora la UE se lo está replanteando. Y a finales de 2013 Brasil y Alemania –dos de los gobiernos más afectados por el “terremoto Snowden”, dada la vigilancia directa sobre Merkel y Rousseff por parte de la NSA que destapó– hicieron adoptar en la ONU una resolución reclamando el derecho a la vida privada en la era digital.
El informe del Senado francés propone que la UE tome la iniciativa de un tratado internacional sobre Internet que fuera también sometido a alguna forma de ratificación on line por los internautas. Aunque detrás de esta “diplomacia digital” y de su geografía también hay consideraciones nacionales de política industrial. En el fondo hay una cuestión de “soberanía tecnológica” que no reposa sólo ni principalmente en los Estados sino en las empresas y su capacidad de innovación, aunque en muchos casos se vean apoyadas por el impulso público, como bien ha puesto de relieve Mariana Mazzucato en su libro El Estado emprendedor. Y en este ámbito de la innovación, Europa va muy por detrás.