El ataque israelí contra Gaza y el derribo del vuelo MH17 sobre Ucrania oriental no sólo son dos acontecimientos dramáticos en sí y para los que los han sufrido, sino que han venido a marcar una también trágica ausencia de Europa, de la UE, a la que han pillado con el pie cambiado, dividida y cuando se aprestaba a completar el elenco de sus mandatarios. Y ello con Italia no sólo ejerciendo la Presidencia semestral del Consejo sino intentando que uno o una de los suyos sea el siguiente alto o alta representante para la política exterior y de seguridad. La ministra de Asuntos Exteriores, Federica Mogherin (41 años), impulsada por el primer ministro triunfante Matteo Renzi, de momento ha sido considerada demasiado “blanda con Rusia” por una parte importante de los dirigentes del Este comunitario. Su posible alternativa italiana, Massimo d’Alema (65 años), demasiado “blando hacia los palestinos”. Mientras, el jefe de la diplomacia polaca, Radosław Sikorski, es visto como excesivamente “duro con Rusia”. La decisión –que versará también sobre quién será el próximo presidente o presidenta del Consejo Europeo– ha sido pospuesta a otra reunión el 30 de agosto. No es que darse más tiempo sea malo. Lo malo es que el tiempo lleve a elegir una persona sin atributos. ¿Se repetirá el error cometido con Catherine Ashton?
En todo caso, el tiempo no espera a la UE. Las dinámicas de los acontecimientos, en los que están en juego intereses vitales europeos, no coinciden con los tiempos institucionales de la Unión, como recuerda el diplomático e intelectual italiano Roberto Toscano. Y no es que los europeos no estén activos ante el derribo del Boeing 777 de Malaysian Airlines, pues Francia, el Reino Unido, Alemania y los Países Bajos –el país con más víctimas– sí se han movido ante una crisis que ha aquirido una dimensión global. Pero la UE como tal ha estado ausente, como lo está en Oriente Medio.
Ante la crisis entre Israel y Hamás, y por extensión entre Israel y los palestinos, hace tiempo que los europeos han tirado la toalla y parecen haber renunciado a todo papel significativo, mientras EEUU ha fracasado en su enésima intentona de poner en marcha un plan de paz. Y sin embargo lo único que falta por probar en este conflicto es una presión internacional sobre las partes que tiene que venir de EEUU y Europa, pero que el peso del pasado impide ejercer. Aunque si hay al final un atisbo de paz –y es una enorme hipótesis–, Europa y EEUU estén llamados a ejercer un papel central. Los europeos están divididos. Siempre lo han estado. Y no por intereses directos, sino por su visión y papel en la historia. Alemania –y sin ella es difícil hacer nada– nunca presionará a Israel. Y otros países tampoco.
La diferente percepción de los intereses concretos –que pesan mucho– es la que divide a los europeos frente a la actitud de Rusia con Ucrania. Y el dramático episodio del MH17 viene a poner a los europeos contra las cuerdas ante las acusaciones, aportadas por Washington, de que Rusia es responsable, aunque sólo sea por haber armado con sistemas antiaéreos Buk a los separatistas pro-rusos en Ucrania oriental. Ya antes EEUU había escalado las sanciones contra Rusia, aunque Europa se había resistido ¿Por cuánto tiempo?
Un papel europeo, tanto ante lo de Gaza como ante lo de Ucrania, es esencial. El ataque israelí podría ser una oportunidad para recordar que el conflicto sigue ahí y aunque no tenga el alcance global, o al menos regional, que tenía hace unos años, requiere no ya de una solución, sino al menos de encauzarlo. Y también ante el MH17 y Ucrania, donde el ataque al avión civil podría ser una oportunidad para forzar a Putin a cambiar de actitud y dejar de apoyar a los rebeldes pro-rusos.
La UE vuelve a hablar de hablar. De hablar con una sola voz, algo que se planteó hace bastante años, antes del Tratado de Lisboa, de los altos representantes y del Servicio Europeo de Acción Exterior. Justamente, lo que necesita la Unión es menos hablar y más actuar. Pues como recuerda Toscano, también hay culpa en las omisiones. No se puede justificar sólo por el debate institucional. ¿Sorprenderán los ministros de Exteriores reunidos en Bruselas?