A través del envío de una Declaración de Objeciones, la Comisión Europea ha acusado a Google de falsear la competencia y beneficiar con distorsiones en su buscador a su sistema de ventas. También ha abierto un expediente informativo por el posible abuso de posición de Android, el sistema operativo abierto para móviles que el gigante estadounidense ha impulsado. Pero no va contra la posición dominante del buscador en sí, aunque también la Comisión avanza en esa dirección en la búsqueda de una estrategia para un mercado digital único, según el borrador que ha dado a conocer el Financial Times.
Independiente de su justificación, puede que el paso de la Comisión contra Google llegue tarde, como en su día ocurrió con el expediente abierto a Microsoft por abuso de posición de su navegador Explorer, pues la tecnología evolucionó más rápidamente que el procedimiento europeo, pese a la nueva multa de 561 millones de euros impuesta en 2013 a la empresa fundada por Bill Gates por no cumplir compromisos adquiridos anteriormente con el Ejecutivo comunitario.
Los europeos no sólo carecen de un Google europeo (o de un Amazon o un Alibaba, contra los que también va la Comisión espoleada por Francia y Alemania), sino que, según un informe, usan más (el 90%, y hasta el 97% en algunos casos como Finlandia y Alemania) este buscador que los propios navegantes estadounidenses (entre el 45% y el 67%). Pero no se trata de construir un buscador europeo, tentativa frustrada en más de una ocasión, sino de preguntarse por qué no hay una empresa así, o un Amazon, Apple o Facebook, en la UE, como hace en un reciente artículo Marina Mazzucato, autora del El Estado emprendedor. La respuesta no está tanto en una supuesta mayor propensión al riesgo en los emprendedores, o en la existencia misma de un cluster como Silicon Valley, sino del impulso desde lo público, desde el Estado que se da en EEUU.
Como recordaba Mazzucato ya en su libro, las principales tecnologías que hicieron posible el iPhone (el primer móvil inteligente, nacido en 2007, ayer), fueron financiadas e impulsadas por el Estado norteamericano: Internet (pese a ser una invención europea), el GPS, la pantalla táctil y, más recientemente, el sistema de reconocimiento de voz Siri, entre otras. Detrás de estos avances están la Fuerza Aérea, la NASA, la CIA, DARPA (la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) o la Fundación Nacional de Ciencia, que a su vez financió el algoritmo que llevó a Google. Y no hablamos de nanotecnología y otros sectores.
Ni el Estado norteamericano ni más concretamente el Pentágono se quedan quietos. Temen ahora que en materia de innovación tecnológica, y en parte gracias a ellos, el sector privado vaya por delante. Quieren recuperar su preeminencia. Significativamente, a mediados de abril el secretario de Defensa, Ashton Carter, visitó Silicon Valley para sentarse con tecnólogos, inversionistas y empresarios, incluidos los de Facebook, y discutir de todo esto, que acabará en una nueva estrategia tecnológica. El Pentágono aprovechó para lanzar una nueva ciberestrategia que aboga de momento por “construir puentes con el sector privado y más allá”, para “descubrir y validar nuevas ideas para la ciberseguridad para el Departamento de Defensa, y para el país en su conjunto”, estrategia bien analizada aquí por Enrique Fojón. No se trata de una mera declaración, sino que detrás hay un presupuesto de 12.000 millones de dólares (11.000 millones de euros).
La Estrategia de Ciberseguridad Española de 2013 va en una dirección parecida en su quinto objetivo (“se requiere fomentar y mantener una actividad de I+D+i en materia de ciberseguridad de manera efectiva. Para ello será necesaria una adecuada coordinación del conjunto de agentes implicados en las TIC, facilitando la colaboración entre empresas y organismos públicos de investigación…”). Pero el resultado estimado hasta ahora, en este campo, es pobre: una facturación anual de las empresas en este ámbito de unos 120 millones de euros, según Fojón, cuando este mercado es de unos 140.000 millones en el mundo.
Otros países, de éxito en estos campos, han optado por otras vías, como Japón y Corea del Sur, con, entre otros, su Instituto Coreano de Tecnología Industrial (KITECH). Probablemente haya que generar una nueva política industrial a escala de la UE, y en sus Estados miembros. Sin miedo al fracaso, pues en materia de innovación es algo inevitable en muchos casos. Para evitar socializar los riesgos, los fracasos y no los éxitos, Mazzucato propone impulsar un nuevo acuerdo entre Estados y empresas por el cual las inversiones públicas se negocien a cambio de reinversión en innovación de los beneficios por parte de las empresas. Aunque, yendo más allá de la propuesta de Mazzucato, este acuerdo tendría que tener también una dimensión europea, incluso si en la UE no hay ni política común de defensa ni un Pentágono europeo, ni otras instituciones como las que hemos citado.
No hay que engañarse: a pesar de la importancia de un Bill Gates o de un Steve Jobs, si no hay un Google o un Apple europeo es porque la UE y sus Estados no han estado detrás.