Puede parecer una paradoja: no se sabe qué le pasará a los griegos y a la Eurozona en menos de una semana pero las instituciones piensan y hacen planes para 2025. Y, sin embargo, necesitan hacerlo, tanto si el caso griego acaba bien (es decir, no acaba, pues seguirá) como mal. Pues algunos piensan, no sin peligrosidad, que la salida de Grecia puede ser el precio a pagar para que la Eurozona dé un paso decisivo en su integración, y mande así una señal de su seriedad.
La crisis griega ha tapado la nada casual en su coincidencia publicación del interesante informe de los cinco presidentes (Comisión Europea, Eurocumbres, Banco Central Europeo, Parlamento Europeo y Eurogrupo) para “completar la Unión Económica y Monetaria de Europa” en tres fases, entre este 1 de julio y 2025. Es decir, en 10 años. No es tanto como se esperaba, pero es mucho más, incluso en su lenguaje pese a su vaguedad, de lo que cabía pensar antes de la Gran Recesión y la crisis del euro. Cabe incluso decir que esta propuesta ha venido de la mano de la crisis griega: con o sin Grecia, ha quedado demostrado que la Unión Monetaria no puede seguir así, coja e incompleta. ¿Fuga hacia adelante? Todavía no. La acogida que ha tenido este documento en el Consejo Europeo de la semana pasada ha sido muy limitada. Los líderes estaban en otras cosas más inmediatas, incluidos los diversos atentados yihadistas, y le han pedido al Eurogrupo que lo estudie. Un descarrilamiento de Grecia, ahora con el referéndum convocado por Tsipras, podría socavar los cimientos del euro, pues sentaría un precedente y la Eurozona dejaría de ser una Unión Monetaria para convertirse en un área de tipo de cambio fijo (hasta que deja de serlo). De ahí, que si se produce el accidente griego, los otros hayan de salir con un mensaje claro de futuro. Apoyar el informe de los presidentes puede ayudar.
Aunque parezca que avanza a golpe de crisis, la construcción europea siempre ha sido un gran ejercicio de prospectiva, disciplina que no consiste en pronosticar o adivinar el porvenir, sino en hacer posible un futuro. La prospectiva es acción, y la UE suele salir de sus crisis poniéndose objetivos más ambiciosos: el Mercado único para 1992 –aunque no se haya completado–; la Unión Económica y Monetaria –insuficiente cuando llegó la crisis–; la Europa 2020 y sus objetivos–que van retrasados–; y las nuevas uniones de la energía, digital y de mercados de capitales. Todos son objetivos que han movido y están moviendo a la UE. Ahora llega 2025.
El informe de los cinco presidentes va más allá del anterior de 2012 (que no incorporó al del Parlamento Europeo, eso ha cambiado). Se limita a la Eurozona, el verdadero motor de la UE, le pese a David Cameron pues no está en él (pero la City de Londres sí está: es la plaza fuerte del euro). Plantea avanzar en tres fases: hasta junio de 2017, “profundizar actuando” utilizando los actuales instrumentos legales para completar la convergencia estructural y en competitividad, poniendo en pie Autoridades de Competitividad, nacionales pero operativamente independientes y bajo control democrático, lograr la Unión Financiera y reforzar el control democrático. La segunda fase (“Completar la UEM”) comportaría algunos cambios en los Tratados (pero se dejan para después del referéndum británico, perspectiva a la que parece haberse reconciliado Cameron al que le dejaron poco tiempo para presentar sus planes en el Consejo Europeo) para incorporar algunos acuerdos que se han tenido que hacer de forma intergubernamental, y hacer obligatorios algunos objetivos de convergencia, en una más auténtica Unión Económica. Los gobiernos que no los cumplan no tendrán acceso a una unión fiscal que podría contemplar una “función común de estabilización macroeconómica”, formulación cauta para no asustar (al público alemán, holandés y finés, sobre todo) con un seguro de desempleo en la Eurozona que permitiera hacer frente con estabilizadores europeos a los posibles shocks asimétricos en algunos países miembros. También se crearía un Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas. Y se habla incluso de un “Tesoro” de la zona euro, término que antes era tabú. Claro que el precio a pagar será un control estricto de casi todas las cuentas y políticas nacionales desde Bruselas. El estadio final se alcanzaría al final de la tercera fase, en 2025. Diez años no son nada.
La crisis financiera ha llevado a dar pasos de gigante en la integración en la Eurozona, impensables en 2007. Pero del dicho al hecho hay un trecho. Algunos medidas se han quedado a medias, como el mecanismo de resolución bancaria que sólo es en un 20% europeo y en un 80% nacional. ¿Pasará lo mismo con la garantía europea de depósitos en los bancos que ahora se propone, o no digamos ya con una Unión Fiscal? No basta llamar a algo de una manera para que realmente lo sea.
Un aspecto interesante, y absolutamente necesario, es el democrático, que, juiciosamente, el informe aborda bajo el concepto de Unión Política. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones. Se está vaciando la democracia nacional (sobre todo en materia presupuestaria) sin reemplazarla por una democracia europea. Los cinco presidentes proponen reforzar ambas con algunos cambios en el sistema por el cual se establecen y examinan las cuentas y políticas nacionales (el llamado Semestre Europeo y otras reglas). Entre noviembre y febrero la discusión sería a nivel europeo sobre los objetivos de la Eurozona y de cada Estado miembro, con la posibilidad de debates conjuntos de representantes del Parlamento Europeo y de los parlamentos nacionales. De marzo a julio, y una vez publicados los informes de la Comisión Europea sobre cada país, se haría el debate en cada Estado y parlamento sobre sus prioridades fiscales y programas nacionales de reformas y de estabilidad, con la posibilidad de que un comisario europeo acuda al parlamento nacional, y vuelta al nivel europeo. En esta fase, dice el informe, habría que implicar a los interlocutores sociales y a la sociedad civil. Desde luego, sería políticamente muy sano hacerlo en España. Y a final de año, aprobación de los presupuestos a nivel nacional.
Es decir, mucho más integración. Mucha más decisión al nivel europeo. Pero ello no significa necesariamente total uniformización. Finlandia podrá seguir con su modelo, España con el suyo. Eso es una decisión política y democrática sobre el modelo de país que cada sociedad quiere. Si unos están dispuestos a más impuestos para pagar más y mejores servicios públicos, podrán hacerlo. Aunque sin duda se estrechará, no se elimina totalmente el margen para la política. Es la única salida. Los cinco presidentes se quedan cortos, aunque no a la luz del rampante euroescepticismo en muchas sociedades, pero apuntan en la buena dirección: tienen un proyecto de Europa, aunque muchos Estados miembros carezcan de un proyecto de país. El quedarnos como estamos en Europa, y especialmente en la Eurozona, no es una opción.