Para evitar lo que llamó un “premio de consolación” al líder nacionalista escocés, Alex Salmond, ante la entonces previsible derrota de la opción independentista, el primer ministro conservador David Cameron rehusó en 2012 al acordar el referéndum abrir una tercera opción entre el “sí” y el “no”, entre la independencia y el statu quo, a saber, la de un mayor grado de autonomía para Escocia, que era el objetivo central inicial del ministro principal de Escocia y que tenía todas las de ganar. Ante el pánico desatado por algunos sondeos que dan el triunfo al “sí”, Cameron y los laboristas se han comprometido justamente a esta tercera vía, con lo que en la práctica el referéndum de este jueves será en realidad sobre “más autonomía” o “independencia”. Resulte como resulte, gana, pues, Salmond. Aunque según una encuesta, muchos escoceses (47%) no acaban de creerse que Escocia logrará más poderes si triunfa el “no”.
El debate no se ha limitado a Escocia, pues, como era de esperar, han surgido voces que han empezado a reclamar más poderes para Irlanda del Norte, Gales y sobre todo para Inglaterra, que carece de estructuras de autonomía. Si Escocia consigue más control sobre los impuestos a recaudar en su territorio, son varios los diputados conservadores ingleses que reclaman capacidades similares para Inglaterra, para las regiones o al menos para los ayuntamientos ingleses. Es decir, que los británicos pueden haber entrado de la mano del referéndum escocés en un debate constitucional profundo en un país que carece de una Constitución escrita.
Como ya hemos señalado, otro factor importante es la política social. Los recortes de los tories han hecho mella en un electorado que, sobre todo entre las mujeres, en los últimos tiempos mira más al modelo tradicional nórdico que al anglosajón que intenta imponer Cameron (con los laboristas apuntándose al carro de la austeridad).
Varios otros asuntos se mezclan con este referéndum. Entre otros la cuestión de una posible consulta en 2017 sobre la permanencia o salida del Reino Unido de la UE. Pues los escoceses quieren mayoritariamente seguir perteneciendo a la UE, aunque si fueran a la independencia, técnica y políticamente tendrían que ingresar como nuevo Estado miembro en la UE, con los problemas que ello conllevaría. Es decir, que el antieuropeísmo inglés, sobre todo de los conservadores y del partido UKIP, puede haber jugado a favor del pro-independentismo escocés.
Hay que recordar que los conservadores están prácticamente ausentes del panorama político escocés, con un único escaño escocés en Westminster. De ahí que la campaña del “no”, salvo en el último tramo cuando sonaron las alarmas, la hayan tenido que protagonizar políticos laboristas y, muy especialmente en la recta final, el ex primer ministro laborista, y escocés, Gordon Brown, que se ha encargado de transmitir que Westminster propondría nuevas competencias para Escocia para el próximo 25 de enero, la llamada “noche Burns” (por el poeta escocés Robert Burns), si triunfa el “no”.
Cameron en todo caso va a salir debilitado de esta treta, pues había prometido –incluido a los otros líderes europeos que no gustan de procesos independentistas en esta UE pero que han guardado silencio– un paseo para el rechazo a la independencia de Escocia. El compromiso de más competencias para Escocia tampoco es del agrado de todos los diputados conservadores. En cuanto al hábil Alex Salmond, habrá que ver. Si gana el “sí” habrá triunfado, y Cameron habrá perdido y se tendrá que marchar. Si pierde “su” independencia, Salmond podrá mostrar como un éxito que Escocia gana una mayor autonomía, que es lo que quería una mayoría de los escoceses al principio de este proceso si Cameron les hubiera permitido elegir entre tres opciones. Aunque está por ver si sería suficiente para evitar su dimisión o al menos nuevas elecciones.
La independencia también sería relativa cuando el líder independentista pretende mantener a la Reina como jefa del posible nuevo Estado –como se proclama en la Constitución provisional–, preservar la libra esterlina como su moneda y seguir en la UE. Cabe destacar la neutralidad pública que ha querido mantener Isabel II en este trance –ha apelado a que los votantes “piensen cuidadosamente”–, reflejando la preocupación que también ha emanado del Palacio de Buckingham. Sabe que si sale el “sí” podría seguir siendo la Reina de Escocia, cuando ya el imperio, la religión, las fuerzas armadas y el enemigo externo (fuera Napoleón, Hitler o Stalin) han dejado de ser factores de cohesión entre Inglaterra y Escocia. Siempre queda la BBC.