Las elecciones británicas del próximo 7 de mayo, las más reñidas de los últimos lustros, no versan principalmente sobre Europa, sino sobre otras cuestiones como los recortes (más o menos, pero recortes) en el gasto público, sobre los impuestos, sobre la sanidad y la educación públicas, sobre el nivel de vida y sobre la inmigración. Pero tendrán consecuencias sobre el ser de Europa si sigue gobernando el conservador David Cameron, que se ha comprometido a un referéndum in or out en 2017, sobre la permanencia o salida de su país de la UE, aunque él propugnará la permanencia, pero en una Unión que intenta cambiar.
La posibilidad de una salida, de una Brexit, preocupa, y mucho, al resto de los gobiernos europeos, que en general recelan de los referéndums y ya sufrieron con el de Escocia. Pues, en el fondo, la UE necesita al Reino Unido (y éste a la Unión, que no le supone tantas desventajas, sino muchas ventajas, como señalan unos informes que ha intentado tapar el propio gobierno que los ha encargado). Sería una grave crisis para la Unión, inmersa en otras de calado entre las que no es la menor, pues se viene arrastrando desde hace muchos años, la crisis de la política en Europa, en sus países y en sus instituciones, y que se refleja en la fragmentación de los electorados y la aparición de populismos de varios signos.
Los laboristas, encabezados por el poco popular Ed Miliband, no están a favor de tal referéndum. Han ido prácticamente empatados con los conservadores en los sondeos si bien en los últimos días han tomado una delantera, aunque a su vez tienen que competir con el voto a los Verdes, que sí apoyan la consulta sobre Europa. Los liberales, a sabiendas de que será cuestión obligada si repiten gobierno de coalición con Cameron, sí están a favor de la consulta, pero con condiciones: que se baje la edad de voto a los 16 años (como ocurrió en la consulta sobre la independencia de Escocia) y que se permita votar a todos los europeos comunitarios residentes en el Reino Unido.
Como indica Denis MacShane, ex ministro para Europa con Blair, en un oportuno libro que acaba de publicar, Brexit. How Britain Will Leave Europe (“Brexit, Cómo Gran Bretaña se saldrá de Europa”, pero que también se podría traducir por “En qué estado dejará Gran Bretaña a Europa si se sale”, y ambas cosas van juntas), “el laborismo sigue sin una política coherente hacia la UE, también porque la izquierda en su conjunto carece de ella”. Para permanecer en Europa, añade, la política británica necesita a los que creen en Europa, pero “la fe ha desaparecido” y “los políticos de convicciones quieren todos la Brexit”.
Si hay referéndum, es decir, si Cameron sigue como primer ministro, los británicos podrían votar salir de la UE. Un sondeo en febrero ponía la salida (51%) por delante la permanencia (49%). Hoy, según el sondeo anual sobre actitudes británicas, la UE se sitúa en este país en el mayor nivel de impopularidad de los últimos 20 años. Aunque otros, como el think tank Open Europe, en su barómetro sobre Brexit, creen que sólo hay una probabilidad de uno a seis de que el Reino Unido acabe marchándose, aunque actualmente el sí vaya por delante.
En el único debate televisado con siete protagonistas, candidatos a primer ministro o jefes de partido, la cuestión europea no ocupó ningún lugar preferente. Ha sido el ex primer ministro laborista Tony Blair el que más ha hablado del peligro de “caos” ante una salida de la UE. Por encima de Europa, aunque ligada con ella, hay una cuestión que lo contamina todo en el debate británico (y de otros países): frenar la inmigración. Este es un tema que se ha traducido en objeto de debate habitual en muchos ámbitos sociales, incluidas las conversaciones en los pubs. A diferencia de unos años atrás, se le ha perdido la vergüenza. Es un logro del UKIP, el Partido de la Independencia del Reino Unido, mucho más que antieuropeo, anti-inmigración, en línea con otros movimientos populistas de derecha extrema en Europa.
El UKIP ha conseguido que casi todos los demás, incluidos los laboristas, propongan medidas para frenar la inmigración y limitar el acceso de los inmigrados con o sin empleo a las ayudas sociales, en lo que el Tribunal de Justicia de la UE les acaba de dar la razón a través de un caso alemán. A pesar de las cortapisas puestas por el actual gobierno, la inmigración comunitaria en el Reino Unido ha vuelto a aumentar, aunque la extra-UE la supera. La inmigración neta es superior a un cuarto de millón, frente al tope de 50.000 que quiere introducir el UKIP. Pero el núcleo duro de la UE –Francia, Alemania, las instituciones– está absolutamente en contra de recortar el derecho a la libertad de movimientos de las personas en la Unión.
Estas elecciones pueden ahondar un cambio profundo en el sistema político británico que ya empezó en 2010 (y lo hacen más europeo). El UKIP de Nigel Farage, aunque no sólo él, puede trastocar muchas cosas, no tanto por el número de escaños que consiga sino por los votos (12%, según algunas encuestas), sobre todo los que robe a los conservadores pues reforzará a los euroescépticos entre los tories. Es decir, que las elecciones sí pueden influir en la cuestión europea.