El TTIP, siglas en inglés para el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones, es uno de los proyectos más ambiciosos en la agenda de EEUU y de la UE, con consecuencias no ya económicas, sino geopolíticas, por lo que puede significar para los que participan en él, y para los que se quedan fuera. Arrancó con gran entusiasmo. Se está frenando. Debía concluirse este año para ratificarlo en 2016, antes del fin del segundo mandato de Barack Obama. Ahora se aspira a concluirlo a principios del año próximo, y no es nada seguro que se pueda ratificar con Obama en la Casa Blanca.
Las negociaciones, sumamente complejas, están aún en la fase técnica, pero en otoño no se podrá evitar entrar en su dimensión más política. Con el viento en contra creciendo, pues el clima en la opinión pública ha cambiado al respecto, como reconocen los negociadores. En EEUU si antes lo apoyaban los sindicatos, estos ahora dudan. Y con ellos, los demócratas. Son estos, no los republicanos que sí lo apoyan, los que se han negado en el Senado a darle al presidente demócrata la autoridad necesaria para cerrar la negociación del TTP (Acuerdo de Comercio Transpacífico), lo que por extensión se aplicará también con el TTIP.
En Europa también está creciendo la oposición al TTIP, sobre todo en la izquierda socialdemócrata (socia en el gobierno) y en la de oposición en un país central como Alemania, además de Austria, Francia, así como en el Parlamento Europeo, y de manera general en la izquierda más radical. Los mayores recelos vienen no tanto de posiciones proteccionistas, sino de las dudas o temores a si se mantendrán garantías de protección a los consumidores (incluidos respecto a los organismos genéticamente modificados), trabajadores y medio ambiente. Junto con el debate sobre cómo gestionar la protección a los inversores sin que las grandes compañías puedan llevar a los Estados ante paneles de arbitraje si se siente discriminadas, un tipo de proceder que ha crecido sobremanera (10 casos en 1994 pero casi 600 en 2021). Para superar este escollo, la Comisión Europea está proponiendo ahora la creación de un Tribunal Global de Inversiones, es decir, multilateralizar la cuestión en lo que sería el mayor cambio en el sistema de arbitraje internacional en décadas.
En parte, este mal ambiente se ha generado también por la falta de transparencia con que los negociadores europeos han llevado el proceso ante la opinión pública (no ante los sectores económicos a los que se consulta permanentemente). Desde hace un tiempo han rectificado bastante, pero ya se había creado una dinámica negativa. Muchos documentos de negociación se pueden consultar en la web de la Comisión sobre el proyecto. Pero ¿quién lo hace? ¿Quién, fuera de los ámbitos expertos, sabe que es un alto funcionario español, Ignacio García Bercero, el que lleva estas negociaciones en Bruselas, por debajo de la comisaria Cecilia Malmström?
Las supuestas ventajas económicas de tal acuerdo se están volviendo más modestas. Si cuando se lanzó en 2011 desde el Center for Transatlantic Relations se adelantaba que esta iniciativa podía impulsar de forma permanente el PIB por habitante en ambas partes del Atlántico en un 3,5%, o el equivalente a un año de salario suplementario en la vida laboral de cada estadounidense y europeo, además de crear siete millones de nuevos empleos. Algunos nuevos estudios reducen estas expectativas, aunque ahora sus impulsores, Dan Hamilton y otros, sitúan el proyecto en la situación poscrisis con nuevos datos.
El TTIP es una oportunidad para EEUU, pero también para Europa de mantener un cierto peso en un mundo cuyo centro de gravedad se desplaza hacia Asia; de frenar, algo, la desoccidentalización. De hecho, puede favorecer ese “pivote hacia Asia” que persigue Washington. El TTP –en el que participarán 11 países, entre ellos Japón, pero no China– y el TTIP juntos situarían a EEUU en una posición estratégica de control de las normas comerciales y de inversión hacia una zona geográfica y hacia otra, y de forma global. La economía transatlántica es la mayor del mundo: el 50% del PIB mundial en valor y un 41% en términos de poder de compra. Genera 5,3 billones de dólares y emplea a 15 millones de personas, generalmente en puestos de trabajo de calidad. Y con la que gira en torno al TTP –el 40% de la economía y un tercio del comercio mundial–, EEUU estaría en el centro de una bizona que cubre las dos terceras partes de la economía mundial. Para Europa sería una manera de recuperar influencia. ¿Pero va realmente a quedarse China al margen sin hacer nada? Ya está activa.
Las críticas se refieren también a que este nuevo “plurilateralismo”, como lo llama Martin Wolf, practicado por EEUU reduce las posibilidades del multilateralismo y de las reglas globales a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero la famosa Ronda Doha ha producido muy pocos resultados desde que se abrió en 2001.
En España el Ministerio de Economía está abiertamente a favor del TTIP. También el Partido Socialista, aunque con condiciones. Un acuerdo así puede comportar ventajas muy concretas para este país en materia de exportaciones de automóviles, calzado, textil, frutas y hortalizas, conservas de pescado y compras públicas (como infraestructuras u otras si realmente se abriera este ámbito en EEUU, lo que implicaría que también en Europa). Es de lamentar para España, dada la creciente pujanza de lo hispano en EEUU, que Francia consiguiera excluir a los productos culturales del acuerdo desde un principio. Tampoco parece al alcance de la mano lograr una muy difícil convergencia regulatoria para productos financieros.
Aunque el acuerdo puede poner en una difícil situación a América Latina, España podría actuar después de puente para incorporar a esa región a un concepto realmente atlántico. Si Kishore Mahbubani habló hace algunos años de un “hemisferio asiático”, ¿podríamos hablar de un “hemisferio atlántico”? Los grandes descubrimientos de petróleo y gas de los últimos tiempos están en el Atlántico y están cambiando el mundo. Pero sin el conjunto de las Américas y África Occidental, lo Atlántico siempre quedará incompleto.