El independentismo en Escocia es diferente de otros en Europa. De hecho, el líder y ministro principal de la región, Alex Salmond, intenta siempre distanciarse del debate nacional identitario y étnico. Por eso no quiere comparaciones con Cataluña u otros casos. Pues lo que plantea para Escocia es, ante todo, un modelo social más próximo a Dinamarca que a Inglaterra. Aunque tiene mucho de “tierra prometida”, es, en buena parte, un debate sobre el modelo de sociedad, de una sociedad más pobre que la inglesa, también a diferencia de otros nacionalismos que suelen ser de las regiones o partes más ricas. Es verdad que Escocia no tiene problemas con autodenominarse “nación”, también en el deporte, o con que las iglesias respectivas de Inglaterra (Anglicana) y Escocia (Presbiteriana) estén separadas. No se trata de nominalismos, sino de formas de gobernar.
El 18 de septiembre Escocia tiene una cita con las urnas en un referéndum con una pregunta clara: “¿Debe Escocia ser un país independiente?”. El “no” lo tenía muy seguro, pero ha ido perdiendo terreno, aunque aún predomina sobre los partidarios del “sí”. Una sexta parte de los votantes –entre los que por primera vez figuran los mayores de 16 años que, sin embargo, no podrían ejercer su derecho en unas elecciones generales– se muestra indecisa.
En el fondo, la que más alimentó el independentismo escocés fue Margaret Thatcher y sus recortes al Estado del bienestar y privatizaciones, que barrieron de Escocia a los tories, a lo que siguió la pérdida de peso allí del “blairismo”, a pesar de que fue Blair el que impulsó la autonomía, la devolution. Escocia salvó una parte de su modelo con la autonomía y pretende salvarlo aún más. Allí la universidad es gratuita y no con las exorbitantes tasas que se pagan en Inglaterra. Sólo los ingleses, galeses y norirlandeses tienen que sufragar matrículas elevadas por estudiar en Escocia, no el resto de los europeos, pues otra cosa hubiera supuesto una discriminación en la UE. También las medicinas recetadas en el marco de la sanidad pública son gratuitas, como lo es la ayuda a la dependencia de los mayores, a diferencia de lo que pasa en Inglaterra.
Es decir que el independentismo escocés tiene mucho de compasión, igualdad y empoderamiento de igualdad de oportunidades a través de la educación, como insiste el propio Salmond. Jonathan Freeland, columnista de The Guardian, lo explicaba bien en un reciente, largo y documentado artículo de donde sacamos algunos de estos datos, al señalar que Escocia ha querido alejarse del “turbo capitalismo de la City de Londres”. Ha observado que el larguísimo libro blanco del Gobierno escocés sobre El futuro de Escocia, en la sección de preguntas y respuestas, la tercera, detrás de si debería Escocia ser independiente, y si se lo puede permitir, versa sobre “¿Qué ocurrirá con mi pensión? Y cita al dramaturgo David Greig, para el cual “la Escocia que queremos que nazca es un nuevo tipo de país, no un Estado del siglo XIX”.
Así, pues, el nacionalismo escocés tiene mucho de búsqueda de una socialdemocracia a la nórdica, para un país pequeño (5,3 millones de habitantes en un Reino Unido integrado por 63 millones). Claro que los independentistas escoceses piensan que pueden financiar su modelo sin recibir dinero del presupuesto británico, fundamentalmente a través del petróleo y gas del Mar del Norte, del que le correspondería un 90% según sus propias explicaciones pero que Londres no comparte, claro, y que será uno de los temas más espinosos a negociar en caso de independencia.
Hay una paradoja política: si Escocia fuera independiente, dejaría de enviar al Parlamento británico a sus 59 diputados, entre los que figuran numerosos laboristas, lo que no sólo mermaría la posibilidad de Labour de formar gobierno en Londres, sino de defender el Estado del bienestar para el conjunto del Reino Unido. De hecho, es en este terreno, el de la preservación de los derechos sociales, en el que están haciendo campaña los laboristas, que tanto se juegan en este referéndum en el que han tenido poco que ver, y en el que el primer ministro conservador, David Cameron, ha visto también una posibilidad de debilitarlos.
No deja de ser un independentismo sui generis en otro sentido pues a Alex Salmond le gustaría quedarse en la libra esterlina e incluso no le haría ascos a que la Reina Isabel II fuera la jefa del nuevo Estado escocés. Y por supuesto permanecer o re-ingresar rápida o inmediatamente en la UE.
En todo esto, y pese a la claridad de la pregunta hay una trampa. Si, como pidió Salmond pero le negó Cameron, se hubiera planteado una tercera opción entre el “sí” y el “no”, una mayor autonomía que la actual, ésta hubiera barrido en las urnas. Y si triunfa el “no”, es lo que probablemente ocurrirá. Sin o con Salmond.