América Latina, muchos de sus países, de sus Estados, de sus sociedades, han aprovechado el crecimiento económico de los últimos años para impulsar unas clases medias sobre las que a su vez se asentará el desarrollo futuro. En eso, ha aprovechado el tiempo. El Banco Mundial calcula que un 34,4% de la población en la región es ya clase media. Algunos baremos cifran la pertenencia a este sector social en ingresos diarios por persona de al menos 4,35 a 15,23 dólares (14,17 euros) en paridades de poder de compra de 2010, unos niveles que no se podrían aplicar en Europa ni en EEUU. Es esa parte pujante de estas sociedades la que ahora se rebela más contra los casos de corrupción en Brasil o en otros lugares. La que pide seguir subiendo, no bajar.
En estos años incluso se ha reducido ese mal endémico de la región que es la desigualdad y, según el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), 56 millones de latinoamericanos han salido de la pobreza en los 10 años que van de 2002 a 2012. Las sociedades y sus economías han ganado en bancarización (Chile está a la cabeza), aunque aún lejos de las tasas de los países desarrollados. Y en esos tiempos han surgido las multilatinas, que han empezado a invertir en el resto del mundo, y en especial en España en un movimiento inverso al de los años 90. Por no hablar, con algunas excepciones notables, del asentamiento de la democracia, aunque persisten altos niveles de corrupción (el caso Petrobras en Brasil es paradigmático, pero también el régimen chavista en Venezuela, que llegó con la bandera de la lucha contra esta lacra y se ha convertido en estructuralmente corrupto).
Ahora que se invierte el ciclo, que el FMI empeora sus previsiones sobre la región, queda al descubierto que no se ha aprovechado este tiempo para reformar e invertir lo suficiente en el futuro, en nuevas industrias, por ejemplo. Sobre todo debido a una excesiva dependencia en las exportaciones de materias primas, y más aún hacia una China, primer socio comercial para muchos países de la región, cuya economía ahora se frena. De continuar la desaceleración en América Latina, se puede desandar lo logrado en subida de esas clases medias.
Hay diferencias entre países, a trazos gruesos entre los de la Alianza del Pacífico y los de Mercosur. Uno de los peores casos es Venezuela, cuyo régimen, primero con Chávez y luego con Maduro, no ha sabido o querido invertir en ese futuro, socavando incluso el presente pues no ha sido siquiera capaz de mantener a la altura su vital industria petrolera. Por no hablar de otros suministros básicos que ahora escasean. No basta repartir entre los que menos tienen si no se les construye un porvenir, y el chavismo no lo ha hecho; a diferencia, dentro de sus asemejados, de la Bolivia de Evo Morales u otros que han sabido hacerlo mejor. Chile sí ha invertido y atraído innovación con esquemas originales. México se beneficia del acuerdo NAFTA que le ha acercado a la nueva bonanza norteamericana, aunque también su crecimiento económico se está contrayendo.
Algunos estudios indican que la competitividad del sector manufacturero en la mayoría de los países de la región ha disminuido a partir de 2007 hasta 2012, después de evolucionar de manera positiva en los cinco años anteriores. Ni siquiera el pasado tirón de las materias primas ha sido capaz de generar un aumento significativo de las exportaciones sobre el PIB. Los productos manufacturados han experimentado tasas de crecimiento anuales que van desde el 10% de México al 36% de Chile en 2002-2007 pero desde el -8% de Colombia al 6% de México entre 2007-2012, según un análisis del BBVA. La competitividad de las manufacturas ha disminuido en la mayoría de los países de la América Latina en el segundo período tras haber evolucionado bien entre 2002 y 2007. Es decir, que todo no se debe a la desaceleración china, a un dólar fuerte o al paulatino final del Quantitative Easing (QE) por parte de la Reserva Federal de EEUU, sino también a falta de visión estratégica, de gobiernos y empresarios y a una política de lo fácil.
Se refleja, por ejemplo, en las solicitudes de patentes. Entre 1995 y 2010, su número aumentó en la región en un 138%, o un 8,62% por año, una tasa superior a la global (el 88,9% y el 5,56%, respectivamente). El problema es que en su mayor parte son patentes de empresas extranjeras, no autóctonas. La economía del conocimiento ha entrado en la región de forma muy desigual y de la mano del capital extranjero. Las inversiones propias en I+D+i han tendido a ser cada vez más públicas.
El Banco Interamericano de Desarrollo tituló uno de sus informes sobre la región en 2011: “El imperativo de la innovación”. Vale para muchos otros, pues tampoco se trata de dar lecciones al respecto desde una España necesitada de una nueva industrialización, y cuando el FMI prevé que la economía mexicana supere en PIB a la española en este año 2015.