El Tratado de Maastricht (1992) consagró una fórmula que se repitió en los siguientes textos básicos de la UE: la de avanzar hacia “una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. David Cameron exige que en la próxima reforma de los tratados se suprima tal principio. Quiere, por el contrario, menos unión y repatriar competencias de Bruselas. No es el único, ni está solo. Por ejemplo, Andrzej Duda, el recientemente elegido nuevo presidente de Polonia, en un giro euroescéptico, está en una posición parecida, la de ir a “menos Europa”. A Cameron y a Duda les separa, sin embargo, el deseo del primero de, y el rechazo del segundo a, limitar el libre movimiento de trabajadores en la UE, algo que iría directamente en contra de ese objetivo fundamental.
Habría de dejarse de hablar en el vacío de esa beatería que consiste en pedir siempre “más Europa”, cuando lo que sí demandan unas partes crecientes de las ciudadanía europea –también se puede utilizar en singular– es “otra Europa”, más en algunas cosas, menos en otras pero, en todo caso, diferente. La UE no tiene por qué ir siempre sumando competencias. Quizá el reto de Cameron sirva para que algunas cosas (pocas) que ya no tiene sentido que se decidan en Bruselas, vuelvan a los Estados, o regiones, y que otras de este ámbito nacional pasen al europeo. Y si alguno no lo desea, que se quede al margen, como ya ocurre. De hecho, la legislación comunitaria se ha ido centrando cada vez más en directivas (que hay que trasponer a las legislaciones nacionales), frente a los reglamentos de aplicación directa. Es decir, que hay una cierta renacionalización de Europa, junto con otros importantes avances.
Con esas posiciones de Cameron no es extraño que gobiernos de países como Alemania y Francia –sobre todo en esta última, donde en un referéndum en 2005 cayó la Constitución Europea– se resistan a cambios importantes a corto plazo en los tratados, pues se abriría la espita para nuevas consultas de incierto resultado, y a suprimir la fórmula de la que Cameron aborrece y otras revisiones a la baja, en una Europa que quedaría sin rumbo. No obstante, Merkel se ha abierto a posibles revisiones, aunque de forma muy imprecisa y sin calendario. No parece haber tiempo suficiente de aquí a finales de 2017, la fecha tope comprometida por Cameron para un referéndum sobre la permanencia o salida de la UE.
Berlín y París han presentado una propuesta conjunta para profundizar la Unión Económica y Monetaria en cuatro aspectos importantes sin tener que modificar, al menos a corto plazo, los tratados: (1) política económica; (2) convergencia económica, fiscal y social; (2) estabilidad financiera e inversión; y (3) refuerzo de la gobernanza y del marco institucional de la Eurozona.
España, a su vez, ha presentado un documento constructivo que pide un cambio en el mandato del Banco Central Europeo (BCE) para que en su política monetaria tenga en cuenta no sólo la inflación y sus diferencias, sino también las que atañen a los costes laborales y la balanza comercial, para fomentar la convergencia y evitar shocks asimétricos como los vividos estos años. Pide, además avanzar hacia una unión fiscal con presupuesto propio e instrumentos de mutualización de la deuda, y que se cree un sistema que facilite las fusiones bancarias transfronterizas. Es decir, el gobierno español quiere ir a más. A mucho más. Aunque los tiempos no parezcan muy propicios a ello.
El mensaje franco-alemán es claro: también ir a más, al menos en la Eurozona y a su manera, y se puede hacer sin cambiar los Tratados antes del referéndum británico. No obstante, frente a las pretensiones españolas, esta Europa se está construyendo de una forma extraña y poco europea. Por citar dos ejemplos: en vez de una unión fiscal, una unión de disciplina fiscal, y del mecanismo europeo de resolución de quiebras bancarias responden los Estados miembros, y sólo en un 20% la UE. Es verdad que hay un sistema europeo de supervisión bancaria desde el BCE, y que su presidente está en plena expansión cuantitativa (QE) desde su institución. Pero el Plan Juncker de inversiones estratégicas se basa sobre todo en aportaciones privadas, eso sí, con una garantía europea. Todo ello muy lejos de la idea de una Europa federal.
No es que Cameron esté aún lanzado en una agresiva campaña contra la UE, sino que quiere convencer a sus socios –para convencer a sus conciudadanos– de que una Unión a la baja beneficiará a todos. Está, de momento, en una ofensiva de seducción. Y muchos de sus colegas en el Consejo Europeo quieren ayudarle para que gane el referéndum, pero no a cualquier precio, no a costa de desvirtuar la UE y de que no avance la Eurozona en la que no está el Reino Unido.
A su vez, desde la Comisión Europea el propio Juncker trata de seducir a los británicos con propuestas de avances que les interesan a ellos y a todos (muy especialmente a España): la unión de la energía, la del mercado de capitales y la digital. Con estas tres uniones, como ha señalado Federico Steinberg, “la Unión Europea pretende tomar medidas prácticas que aumenten el crecimiento y el empleo y ayuden a recuperar la confianza ciudadana en las instituciones”. Y, cabría añadir, lleven a nuevos pasos hacia una “Unión cada vez más estrecha”. Aunque ya no sea entre todos los pueblos de Europa.