¿Adiós a un Estado palestino? El triunfo electoral de Benjamin Netanyahu, que desdiciéndose de su compromiso de 2009 prometió en su campaña que nunca aceptaría una solución al conflicto basada en dos Estados, así parece presagiarlo, junto con su intención de seguir fomentando asentamientos para trocear Cisjordania y evitar una unidad territorial palestina. A medida que ha pasado el tiempo, esa solución se ha ido alejando, sin que el recambio sea un solo Estado –menos después de lo que Netanyahu ha dicho de los árabes israelíes, unidos en estos comicios– sino la gestión de una situación como la actual, de una especie de statu quo. Los israelíes parecen bastante satisfechos con su muro y otras medidas de seguridad. Aunque el verano pasado, según el Instituto Diálogo, una mayoría, si bien disminuyendo, apoyaba la solución en dos Estados (y una cuarta parte un Estado binacional en el que los palestinos tendrían menos derechos).
Netanyahu ha ganado por ese mensaje en una sociedad crecientemente dividida. Es verdad que en declaraciones tras su sorpresiva victoria electoral ha matizado su declaración para señalar que no renuncia a la solución en dos Estados pero que no es posible en estos momentos. Ha vuelto a citar la negativa palestina a reconocer a Israel como “Estado judío”, y la necesidad de “tener verdaderas negociaciones con gente comprometida con la paz”. No ha llegado a comprometerse con tales negociaciones. Si forma un gobierno de derechas, se encasillará en esta posición. Si llegara a integrar al laborista Isaac Herzog, quizá podría cambiar para romper lo que es un creciente aislamiento diplomático de Israel.
Siempre ha habido algo de falsedad en un eterno proceso de paz basado en esa idea central de los dos Estados que los palestinos, en un error histórico, rechazaron en 1948 (y otras ocasiones perdieron después). ¿Se ha pasado su tiempo? La paradoja es que la oposición de Netanyahu a esa solución ha llegado cuando los palestinos están lanzados hacia una estatalidad unilateral, que avanza en el frente diplomático, en la “intifada diplomática”, como la califica Assad Abdul Rahman, miembro del comité ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Y esta intifada por otros medios incluye llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional, algo que, sin embargo, los palestinos no tienen nada fácil de conseguir.
La idea de estatalidad palestina ha avanzado en los últimos tiempos en la ONU, al menos en su Asamblea General, como “Estado observador”, y en alguna de sus organizaciones subordinadas como la UNESCO. Suecia ha reconocido a Palestina. Y la Eurocámara apoya tal reconocimiento, como han instado a hacerlo a sus gobiernos los parlamentos de España, Francia y el Reino Unido, entre otros; siempre que contribuya al proceso de paz.
Pero la verdad, es que ahora los europeos –y no todos los ven igual, dadas sus diferentes historias hacia los judíos– no saben qué hacer. Preveían en estas elecciones la victoria de Herzog y su Unión Sionista (que no es pacifista) y, sobre todo, no contaban con que Netanyahu cerrara la puerta al horizonte de dos Estados. Las conclusiones oficiales del último Consejo Europeo del pasado viernes, no contienen nada al respecto. ¿No han hablado de la cuestión? También la Casa Blanca parece descolocada, y los esfuerzos del secretario de Estado, John Kerry, para relanzar un proceso de paz han resultado vanos. Aunque este es un tema que puede dar y dará muchas vueltas.
Todo ello cuando la región ha caído en el caos, y se vislumbra, si EEUU e Irán llegan a un acuerdo nuclear, un nuevo equilibrio de poderes, aún más (pues ya lo consiguió la invasión de Irak) a favor de Teherán, que es lo que más teme Netanyahu y buena parte de sus votantes. Pero, éste, pese a su discurso ante el Congreso de EEUU en contra del criterio de Obama, poco puede hacer para hacer descarrilar esas negociaciones que han entrado en fase decisiva.
En general se puede decir que Israel pesa menos en la reconfiguración de la región, pese a ser la mayor potencia militar y tecnológica. Ha perdido amigos, como Turquía. Israel, que mantuvo una discreción pública frente a las “primaveras árabes”, logró aislar de estas a la corrupta Autoridad Nacional Palestina. Y se mostró satisfecho tras el golpe de Estado que apartó del poder en Egipto a los electos Hermanos Musulmanes que habían estrechado lazos con Hamás.
Israel es hoy una potencia de statu quo. No quiere cambios en las fronteras en Oriente Medio, aunque sí le gustaría verlos en algunos regímenes. Prefiere la estabilidad, aunque esta puede no ser ya una opción con la transformación que supone la eclosión del Estado Islámico (Daesh) en Irak y Siria y otros procesos en curso. Pero, al cabo, prefiere los suníes a los chiíes pues ve tras estos la larga mano de Irán. Y rechaza el acercamiento entre Irán y EEUU en contra de Daesh. De hecho, según The Wall Street Journal (en noticia recogida también por The Jerusalem Post), Israel habría estado tratando médicamente a combatientes del Frente al-Nusra, la rama siria de al-Qaeda, heridos en la guerra civil en el vecino país. En esto, Israel se está separando de la Administración Obama que ahora ve al presidente sirio, Bashar al-Asad, como parte de la solución para parar la guerra y a Daesh en su país.
La geopolítica hace extraños compañeros de cama. Y quizá todo debe aún empeorar antes de poder mejorar. Incluida una cuestión palestina de muy difícil solución. Nunca se ha intentado de verdad desde la presión exterior sobre las partes y desde la ONU, donde quizá no pueda contar si no cambia Israel con el apoyo diplomático incondicional de EEUU, según ha dejado saber la Casa Blanca (aunque siempre contará con su garantía militar). Hoy el conflicto israelí-palestino, y el propio Israel, han perdido centralidad en la región. Importan menos.